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Las últimas decisiones

La ola de calor dispara las temperaturas y acelera el deshielo en Groenlandia

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Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, Francis Fukuyama proclamaba el “fin de la historia”. Para él no había ya otro camino que la democracia liberal como pensamiento y acción política y económica, una vez que las ideologías dejaron de confrontarse radicalmente. Pasado el tiempo, parece que queda historia para rato. 

En todo caso, la humanidad ha llegado a tal grado de desarrollo, de conocimiento acumulado y de avance de la tecnología, que podrían no estar tan lejos nuestras últimas decisiones. Más todavía si sigue en aumento la frivolidad en el pensamiento y la acción de una parte creciente de la sociedad. La pandemia que sufrimos lo ha evidenciado más, si cabe. No hablo ya del negacionismo sino del pensamiento ilusorio. Cuántas veces he oído decir que lo bueno de las pandemias como la COVID-19 es que ocurren solo una vez a lo largo de la vida. Esto es como pensar que iremos más seguros en un avión si llevamos una bomba encima, ya que es casi imposible que haya dos en un mismo vuelo. 

Apretar un simple botón puede ser nuestro último crimen. Un crimen perpetrado con armas atómicas. Aunque el número de cabezas nucleares ha disminuido drásticamente desde mediados de los años 80, su capacidad destructiva ha aumentado y aún sigue habiendo unas 10.000 cabezas activas en los arsenales de los nueve países de los que sabemos fehacientemente que disponen de este tipo de armamento. Son suficientes para arrasar la Tierra. Lo más preocupante no es que puedan crecer en número, sino que aumente la probabilidad de que alguien con poder y mucha insensatez quiera usarlas. 

Cada vez son más los expertos que nos advierten del peligro de llegar a un punto sin retorno en el calentamiento del planeta. Tendemos a pensar ingenuamente que en cualquier momento podremos detener el denominado cambio climático con poco más que reducir los vertidos y afanarnos en reciclar y depurar las aguas residuales. Sin embargo, el incremento progresivo de la temperatura media de la Tierra no se detendrá así. Son varios los pasos que nos pueden conducir a un desastre hace tiempo anunciado. Además, unos interaccionan con los otros, de modo que entre ellos se producirá, llegado el caso, un efecto semejante al de las fichas de dominó alineadas, que al caer unas van tumbando a las otras. Dos de los hechos que pueden resultar críticos en este sentido son el deshielo de los polos y la destrucción de la selva amazónica. Desde 1970 se ha acabado con un 17% de la Amazonía, y el actual presidente de Brasil no parece estar en absoluto preocupado por ello. En todo caso, hasta que el problema se asuma con decisión por todos los gobiernos del planeta, no habrá mucho que hacer. Los graves problemas de la Tierra no ocurren ni se arreglarán en compartimentos estancos.  

El último invento de la humanidad podría ser la superinteligencia artificial. No es algo que se vislumbre en el horizonte, pero tampoco que podamos descartar sin más que pensar que, de ser posible, resultará extraordinariamente complejo lograrlo. Las frases del tipo: “nunca una máquina será capaz de...”, suenan un tanto huecas a medida que vamos sabiendo más y más de la máquina que así piensa, nuestro cerebro, y las inteligencias artificiales son más y más capaces. Si algún día las máquinas logran aprender con la flexibilidad con la que nosotros lo hacemos, pero mucho más y más rápido, y diseñar por sí mismas máquinas aún mejores, habrá llegado el momento de nuestro último invento o al menos ese será el invento definitivo. Ojalá que para nuestro bien. Eso sí, cuando Mariano Rajoy dijo: “Tenemos que fabricar máquinas que nos permitan seguir fabricando máquinas, porque lo que no va a hacer nunca la máquina es fabricar máquinas”, ya nos advirtió de que esto es imposible. ¿O quiso decir todo lo contrario? No me queda claro. 

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