Los atentados de Manglano y Levy
Acusar a Percival Manglano de racista por su tuit tras el ataque al mercadillo navideño en la capital alemana sería lo fácil. Él, como víctima de la discriminación por color de piel, sabe que “racismo sería un tuit sobre meter a cinco millones de refugiados en el cenicero”. Eso sí lo es, y no tuitear en un arranque de lucidez que “el autor del atentado terrorista en Berlín fue un refugiado paquistaní. No hay peores ciegos que los que no quieren ver”, Manglano dixit.
Sería fácil decir lo mismo de Andrea Levy, que en un sesudo análisis sobre terrorismo internacional no dudó en señalar que el atentado en Berlín muestra que estamos ante un “choque de civilizaciones”. En su opinión, “hay otra civilización al otro lado del Mediterráneo que quiere imponer su escala de valores mediante el terror y mediante la fuerza”. De un plumazo, Levy puso a todo un grupo de gente en la misma onda que quienes cometen los atentados, como si toda la población residente al otro lado del Mediterráneo fuera una gigantesca célula terrorista dispuesta a destruir este lado.
Más allá del evidente racismo de mensajes de este tipo, que incluso provocan la reacción de una ONU habitualmente tibia por su corsé diplomático, cabe señalar los horribles significados que emanan de ambos discursos. Analizar los mensajes que llevan implícitos.
Y es que se dice que en España no tenemos un Donald Trump, un Geert Wilders o una Marine Le Pen. Pero a la desgracia que suponen los ataques terroristas siempre hay que sumar el racismo del Percival Manglano o la Andrea Levy de turno, dispuestos a aprovechar cada atentado para criminalizar a civilizaciones enteras. La única diferencia estará en que no han conseguido traducir significativamente ese discurso en votos, pero la fuente de la que beben es exactamente la misma.
Una de las peores consecuencias de los ataques terroristas es la división categórica que se hace entre atentados. Si compartes alguna característica con el autor –como la nacionalidad, la situación administrativa o el color de piel–, te hacen corresponsable del delito. Si el terrorista era sirio, fuera sirios. Si era musulmán, fuera musulmanes. Si era refugiado, fuera refugiados.
Haciendo el ejercicio inverso, tras las declaraciones racistas de Manglano tendríamos que exigir a todos españoles, o a los madrileños por ejemplo, que pidieran perdón. O que todos los catalanes mostraran arrepentimiento por las palabras de Levy. Podríamos ir más allá, tras las palabras de Manglano podrían ser sospechosos de racismo todos los accionistas del Banco Sabadell, o dar por hecho que todos los fans de la música indie comparten las palabras de Levy. Ninguna de estas opciones va a pasar, porque no tienen que pasar.
Los asesinatos provocados por los terroristas tienen unas razones ideológicas que conviene destruir. Se trata de acabar con las tesis que unen a Anis Amri, el chico tunecino llegado a Europa hace cuatro años que ha atentado en Berlín, y a Amedy Coulibaly, nacido en Francia y que asesinó en París en nombre de ISIS.
Se diga como se diga, todo juicio de valor que relacione un color de piel, una nacionalidad, un estatus administrativo o una civilización con el terrorismo ahonda en la criminalización de un colectivo. Saber eso, interiorizarlo y aplicárselo a uno mismo, sobre todo cuando se es un representante político, hará que la lucha contra el terrorismo sea contra los terroristas y no contra los refugiados, los musulmanes o los fans de la música indie.