Ayuso como Milei
Sobre todas las cosas está esa destrucción y muerte, en Gaza ahora, los fallecidos y rehenes israelíes también. La tiranía y la indiferencia. El espanto de los hipócritas. Esos niños rotos en llanto, estupor y temblores, cuya vida nunca será igual si llegan a subsistir en su crudo mundo. Esa crueldad infinita que les hiere y perturba el sueño de las personas decentes y en absoluto la de sus verdugos y múltiples cómplices.
Y lo cotidiano sigue por otros vericuetos como si nada de esto ocurriera, aunque a veces muestre caminos tan paralelos que aterra pensar cómo sus potenciales víctimas son capaces de ignorarlo.
Los argentinos le han dado la espalda a Javier Milei, un esperpento mediático que creció hasta el nivel de esperpento político. No todos: un 30% de quienes acudieron el domingo a las urnas pensaron que les convenían sus delirantes propuestas. Es ver el modelo Trump o Bolsonaro degenerado al límite. Precisamente esa ultraderecha extrema, disruptiva y aniquiladora le abraza, incorporando a la española Isabel Díaz Ayuso. Vox venía de serie con ellos. No son movimientos casuales.
Aún puede ganar Milei en la segunda vuelta. Ayuso lo espera, lo desea, lo pide desde el agujero del donut patrio al sur de Europa. No es probable, pero tampoco imposible. Un 70% de los electores ha desertado de ese sujeto y ese programa de gobierno que no ocultó. La tercera clasificada, Patricia Bullrich, exministra de Macri, queda fuera de juego y parece más partidaria de apoyar a Milei que al peronista Sergio Massa. Se duda sin embargo que sus electores la secunden al punto de votar al estrambótico Milei. Esas alianzas extremas, como la del PP con Vox en España, no se tragan en todos los países.
Entrevistados, los admiradores pobres de Milei decían que no les importaba que les quitara los subsidios. El futuro esplendoroso prometido a tres o cuatro décadas vista -Haga Argentina grande otra vez- les seducía. Y más que a nadie a los jóvenes criados en crisis permanente y escaso seso como para castigar a la política dándose un tiro en el pie.
Tantas veces como se trata de explicar el voto a indeseables sin escrúpulos por pura emotividad, se llega a una conclusión que se disfraza con eufemismos. Hablemos claro, como para conductores que se pasan un cuarto de hora como mínimo perdidos en los mecanismos del cajero de un aparcamiento. Hablemos claro por completo: son idiotas. A menudo por voluntad propia. Por la desviación de su criterio aprendida en las tertulias y demás engendros mediáticos y una ínfima autoexigencia intelectual.
Milei creció desde un programa basura en hedor de multitudes, Ayuso también adquirió ese aroma en los altares levantados por sus servidores mediáticos. El dinero de nuestros impuestos lo paga, para untarles con anuncios de publicidad institucional. Ambos carecen de alma como elemento esencial y por completo de escrúpulos.
Argentina terminó de hundirse con Mauricio Macri. El presidente de los mercados, le llamaban. Subió la tasa de interés al 60%, la más alta del mundo entonces, dejó al país al borde de la quiebra, y tuvo que pedir rescate al FMI, que es como una sentencia de muerte. Bien es verdad que los siguientes gobiernos tampoco han arreglado el problema. En concreto, Massa, ministro de economía hasta ahora. Nuestros políticos ultraliberales adoraban a Macri. Ahora muchos de ellos a Milei. Ayuso dice hoy que ayer no lo nombró en sus ansias de cambio para Argentina. Nadie lo diría.
Abran los ojos, pide Ayuso a los españoles. Y justo es lo que deben hacer. Su cambio rotundo es arrojarse por el precipicio. Eso sí, con los ojos abiertos para ver bien el vuelo y “aterrizaje”.
No he llegado a indagar en la psicología de Javier Milei, da hasta pereza, pero alguien que cuenta con sus perros como asesores y que utiliza una médium para hablar con uno que falleció no parece muy equilibrado. Ni que exprese su programa de gobierno motosierra en mano. Y no es ni un eufemismo, ni una broma.
Sus propósitos son más claros pero igual de delirantes. Propone llevar al Estado al mínimo absoluto y reducir los fondos destinados a jubilaciones y pensiones, así como a proyectos sociales. Quiere reducir las cargas patronales que gravan el trabajo, cerrar el Banco Central -propone la dolarización de Argentina- y los ministerios de Salud, Educación y Obras Públicas nada menos.
A Ayuso le encantaría coger el dinero de los impuestos y de las inversiones públicas para aumentar los negocios con las constructoras y la publicidad de su persona. Lo demás es prescindible. Tal como viene haciendo, por cierto, pero ya sin freno alguno. Si apoya a Milei y ese cambio que le gusta debería contar sus planes no vaya a ser que proponga también la venta de órganos como él para que cada cual se costee sus gastos y, caso de enfermedad grave, pague sus tratamientos con su riñón o con lo que pueda.
Milei es negacionista del cambio climático, y niega también los crímenes de la terrible dictadura argentina. Además, es partidario de llevar y usar armas. Como Vox. El mayordomo mediático por excelencia de Ayuso, Eduardo Inda, ha llegado estos días trágicos a tergiversar una orden del Ministerio del Interior para atribuir a la presidenta de una comunidad autónoma, Madrid, la vigilancia antiterrorista casa por casa que en absoluto le compete.
La verdad es que no distrae del dolor de Gaza ni pensar en estas aberraciones que están enfangando la política. No actúa ni como revulsivo compensatorio. Como un pinchazo que haga olvidar la náusea profunda. Pero no cabe duda de que todo esto se sitúa en la línea de esa progresión que acaba destruyendo lo que encuentran a su paso sin piedad, casi con lujuria, por puros intereses personales y de clan. Que haya gente que lo aplauda y lo elija es uno de esos misterios que solo se explican por una pura estupidez y la misma carencia de ética.
El peligro es que “Argentina aún no se ha sacudido a Milei” como explicaba Andrés Villena. El mundo tampoco a esa ultraderecha que lo cruje de arriba a abajo, golpista, desenfrenada y sin el menor respeto ni por la vida humana. Ese es el problema. Podría ocurrir que en un tiempo quede en nada. O no. Hasta ahora las urnas los frenan en algunos países. En algunos. Hasta ahora.
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