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Spoiler: Argentina aún no se ha sacudido a Milei

El candidato a la presidencia de Argentina Javier Milei, el domingo, tras conocerse los resultados de la primera vuelta de las elecciones.

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La victoria de Sergio Massa, ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández, en la primera vuelta de las elecciones a la presidencia de la República argentina, ofrece un respiro ante los peores augurios. El anarcocapitalista Javier Milei sale, por ahora, derrotado por más de seis puntos. La movilización popular, y también el miedo, podrían conducir a un gobierno de continuidad obligado a hacer reformas para superar el estancamiento y las insoportables tasas de inflación. 

No obstante, dicho horizonte no ha quedado asegurado, y determinadas victorias de populistas conservadores han jugado en estos años con el factor sorpresa. Aun así, que una candidatura como la de Milei –que utiliza un médium para hablar con su perro muerto– vaya a ser determinante durante los próximos años debería mantenernos en alerta.  

En Argentina, después de una dictadura militar, un corralito y cien mil crisis y mandatarios fallidos, existe la tentación social de poner a una caricatura política en la más alta autoridad del Estado. Milei es una de las personificaciones de Joker, el sufriente malvado que Joaquín Phoenix representó en la gran pantalla. Un líder carismático y excéntrico que emerge del dolor, del vacío institucional, de la quiebra familiar y del fracaso de una sociedad ficticia en el caso de Gotham City y real en el de la Argentina.  

Despreciado e ignorado por sus compañeros, Milei ha superado agresiones y todo tipo de desafíos para llegar a estar en condiciones de cambiar la historia de su país. Si en Joker la aclamación del antihéroe se torna en movimiento reaccionario, en el caso de la ultraderecha argentina este sentimiento adquiere connotaciones propias de parodia nacional: la de una sociedad que prefiere arruinar voluntariamente una legislatura antes que cederla a cualquier candidato que pueda volver a decepcionarles.  

Argentina parece librarse temporalmente de un suicidio político que deberíamos, al menos, querer comprender. La democracia parlamentaria, la que permite elegir delegados de manera periódica, incluye como derecho votar a un candidato con independencia de la comprensión de su programa. 

Probablemente por esta razón, Milei se ha convertido en un enorme boquete electoral por el que innumerables papeletas de los votantes argentinos tratan de repetir el 'que se vayan todos', el rechazo popular a la clase política nacional. El cheque en blanco a quien apodaban 'el Loco' amenaza un modo de representación democrática que quizá tenga problemas para volver si el mencionado candidato toma finalmente el poder, ahora o dentro de unos años. 

La de Milei, dé la sorpresa ahora o lo haga en un futuro, sería una presidencia marcada por una inflación no solo monetaria: se ha alcanzado tal nivel de saturación mediática, de agresión verbal y de promesa estrafalaria, que un mandato completo exigiría de una extremada agitación política e incluso militar. Los gritos del 'león', que en campaña prometía una motosierra para acabar con todas las partidas sociales del Estado, pugnarían por mantener su ensordecedor volumen frente a los destrozos de sus efectos y las airadas reacciones de los agentes sociales. 

Este cómic hecho realidad permite anticipar un antiguo análisis del economista Karl Polanyi: una liberalización extrema de la economía, una eliminación de la intervención social y, en definitiva, una sacudida a las instituciones de un país sin tener en cuenta los fundamentos de su funcionamiento exigiría a todas luces el empleo de la fuerza, un endurecimiento penal y, en definitiva, el uso más violento del Estado para el cumplimiento de sus objetivos.  

El candado monetario de la dolarización, por último, podría ser otra trampa. Un baluarte esgrimido con escasos matices para convertir, en un plazo de unos treinta años, a la república latinoamericana en los Estados Unidos. No son pocos los estudios que vaticinan una mayor inflación –e incluso una hiperinflación– después del anuncio y la puesta en marcha de esta medida. 

Una bomba que podría servir de acicate para incrementar el autoritarismo estatal y los recortes sociales. Una auténtica involución explosiva en una economía que un día fue próspera y que ocupa un lugar clave en el subcontinente norteamericano. Probablemente por todo ello los argentinos hayan reaccionado, pero esquivar un golpe no significa detener al agresor. La motosierra sigue encendida y la factura continúa pendiente. Pagará el erario, como siempre. 

 

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