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Un buen deseo para 2024: que nos aburramos

Un hombre camina por la Ciudad de Navidad de Mairena del Aljarafe (Sevilla) el primer día del año 2024. EFE/ Julio Muñoz

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Acabada la tregua navideña, este lunes comienza de verdad 2024 y… Espera, ¿tregua navideña? ¿Qué tregua? Hace años que en navidades no se interrumpe ni apenas baja en intensidad la vida política, ni las guerras ni las tertulias televisivas. Como tampoco en agosto, que ya los veranos no aflojan, y el último nos pilló con arranque de legislatura y ronda de consultas del rey.

Estas navidades, en las que se eligió “polarización” como palabra del año, hemos tenido bronca por el Ayuntamiento de Pamplona, bronca en el Ayuntamiento de Madrid, broncas varias entre PP y PSOE, bronca entre Sumar y Podemos, polémica por el muñeco linchado en Ferraz, polémica por la ilegalización de partidos independentistas… Y si miras afuera, intensificación de la guerra en Ucrania y extensión de la guerra de Gaza por la región.

No está mal, como aperitivo para un año que, ya nos avisan los analistas, viene cargadito: elecciones en Galicia, País Vasco y tal vez Cataluña, elecciones europeas, elecciones norteamericanas con Trump de vuelta, y elecciones en más de 70 países, con casi la mitad de la población mundial yendo a las urnas. Añade a eso las dos grandes guerras en curso y sin visos de terminar a corto plazo, la tensión geopolítica en Oriente y otras zonas del planeta… Y espera que no sigamos batiendo récords mensuales de temperatura.

Ya sabes, los “años interesantes” esos que dicen, los de la maldición china apócrifa esa de “ojalá vivas años interesantes”. Años no: décadas. La sensación es que, desde que arrancó el nuevo siglo, no hemos tenido un solo año que no fuese “interesante”. El XXI comenzó muy arriba, con el 11-S, y a partir de ahí una sucesión de guerras, grandes atentados, crisis económicas, abdicaciones reales y papales, elecciones repetidas, nuevas guerras, pandemia, nuevas elecciones, ascenso ultraderechista en el mundo… Un no parar. Ni en navidades ni agosto. Y esto no es nostalgia de tiempos pasados, no caeré en esa trampa: que le pregunten a los mayores si la primera mitad del siglo XX fue interesante o no. Pero sin comparar con otros tiempos, lo cierto es que llevamos una larga temporada sin un solo día para aburrirnos.

Por eso, ahora que estamos todavía en fechas de formular buenos deseos para el nuevo año, ahí va mi buen deseo para 2024: que nos aburramos. Que nos aburramos un poco, algunos días al menos. Que no sea un año tan interesante. Que sea un año del montón, sin grandes momentos, mediocre incluso, olvidable. Que agosto sea un erial informativo, que vuelvan las “serpientes de verano”. Que lo más emocionante de 2024 sean los Juegos Olímpicos. Que no podamos decir eso tan manido de “la realidad parece una serie de Netflix”. Que en diciembre nos cueste elegir las noticias del año, y la palabra del año sea cualquier tontada. Que los columnistas nos quedemos sin tema más de una vez, que acabemos escribiendo de temas secundarios, de frivolidades o, por el contrario, de todos esos asuntos realmente importantes a los que no prestamos atención porque nos desborda la “actualidad”.

Diría más: os deseo que os aburráis también un poco en lo personal. Que tampoco ahí sea un año muy interesante. Porque no sé si os pasa, pero la sensación es que las turbulencias políticas e internacionales, y la incertidumbre global, tienen su eco en turbulencias personales e incertidumbre vital. La sensación de que nuestras vidas también andan muy agitadas hace tiempo, a la deriva, a merced de lo próximo que venga. Que nos pasa de todo, que no hay un mes tranquilo, que se suceden los acontecimientos familiares, laborales, de salud, sentimentales. Que el suelo se mueve. Que nuestra vida parece no una serie de Netflix sino un telefilm de media tarde. Que nos han echado la misma maldición.

Ojalá nos aburramos un poco este año. Días enteros. Que se nos ocurran cosas que nunca se nos ocurren por no aburrirnos. Ojalá de paso recuperemos la atención, secuestrada por pantallas y redes; que no solo los niños son incapaces de aburrirse. Ojalá se nos pasen el miedo constante a perdernos algo (el jodido FOMO) y esa insatisfacción permanente que no afloja ni en los años interesantes. Ojalá cuando nos pregunten “qué tal”, respondamos “bien”, y sea verdad. Venga.

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