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Carta de deseos: una TVE que informe

Imagen del Telediario del 1 de enero

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Es una nueva carta al 6 de enero, lo es a todos los días de este año 2022 y los que vengan. Periodistas de toda solvencia y honestidad se están manifestando enormemente preocupados por la degradada información que se sirve a los ciudadanos. Porque ha llegado a un nivel de deterioro que afecta a la propia democracia. De ahí que eleve una petición concreta que podría operar consecuencias concatenadas. No dirán ustedes que no comienzo el año optimista.

Inmersos en la sexta ola de la pandemia de coronavirus, diferentes cadenas de televisión desvirtúan la información de los contagios: Cataluña, Aragón, Navarra son destacadas en el ranking de contagios en grandes gráficos, únicamente aclarando que son las que han comunicado datos, mientras Madrid no existe. En cambio, promocionan su labor de vacunación con imágenes del Zendal. Es lo que ha hecho TVE en sus telediarios, varias veces durante el fin de semana.

Tras algunas protestas en las redes, Madrid reaparece para decirnos que ha bajado los contagios en una semana. Y no recuerdan a los ciudadanos la noticia aportada esa misma semana por la propia TVE en la que con gran soltura nos dijeron que Madrid no iba a contabilizar los positivos por autotest de antígenos. No iba a realizar PCR tampoco, según otra noticia. Son datos relevantes a tener en cuenta.

El panorama informativo es desolador en los grandes medios y hay gente que no mira otra cosa, por eso es imprescindible que RTVE informe, porque lo que ofrece es indistinguible hoy de otras empresas influidas por los intereses que importan a sus propietarios. Los ciudadanos somos los dueños de la televisión pública y su deber prioritario ha de ser cumplir el derecho a la información de todos. 

TVE hace buena información en líneas generales. Y, aunque últimamente la internacional también sufre de algunos patinazos, es en la política nacional donde derrapa por completo y a la derecha (como la mayoría de los grandes medios). El Madrid de Ayuso solo existe para promocionar sus supuestos logros. Obviar por no decir ocultar la realidad de la sanidad de Madrid causa tan graves perjuicios a los ciudadanos que roza el terreno de malsanas complicidades. Porque la sanidad pública de Madrid esta acorralada por una gestión que la estrangula, con los profesionales exprimidos al máximo, con noticias escandalosas de cómo se recorta para entretanto dar contratos millonarios a la privada, la comunidad que menos invierte en salud pública por habitante junto a Andalucía y Murcia, casualmente.

Hay personas perezosas para buscar información y es que cada vez es más complicado aunque más peligroso no hacerlo. Las fake news, los bulos, esa búsqueda del cotilleo que propicia el click bait poblado ahora de adivinadores del porvenir en salud o catástrofes naturales, a niveles sonrojantes además, es un lodazal inexpugnable. Pero se está haciendo periodismo de verdad al mismo tiempo. Y es tan dramático no buscarlo como lanzar obuses contra todos los profesionales. Hay una serie de medios donde encontrar periodismo riguroso, pero hace falta uno de masas que llegue a quienes no abandonan el sofá de lo acomodaticio para saber lo que les afecta. Y ése habría de ser la televisión pública. TVE no puede seguir compitiendo en desinformación política, en banalidad, en programas embrutecedores. La tónica es potenciar lo válido, que también lo tiene. La sociedad necesita un medio masivo que sea referente de información fiable. El problema es que TVE está incluso dejando de ser masiva: los telediarios van detrás en audiencia de sus competidores en las privadas.

Al calor de varios artículos alarmados por el daño que se está haciendo al periodismo y el daño que ese mal periodismo hace a la sociedad, se está difundiendo de nuevo un fragmento de una entrevista de Julia Otero a Cristina Pardo. Es de noviembre de 2020. Y el problema se ha agravado incluso.

Desinformar tiene graves consecuencias. “Si el fascismo metido en las instituciones destroza el debate parlamentario a base de gritos, insultos y mentiras, las crónicas de grandes medios, esclavos de la normalización de la ultraderecha, titularán que vaya follón el Congreso”, argumenta el columnista Gerardo Tecé. Eso y mucho más de toda la génesis del problema. Porque hay periodistas que se permiten demasiadas excepciones en la coherencia. Por cierto el Vaya follón el Congreso lo hizo, como si hubiera sido una sugerencia, el Telediario del fin de semana de TVE también. Al tiempo que Elena San José publicaba en El País un excelente y documentado trabajo analizando 23 sesiones de control para ver que La mentira se instala en el Congreso y aportar la realidad de los hechos que lo demostraba.

Juan Tortosa (No entiendo la escasa contestación ante el avance de la doctrina ultra en buena parte de los medios de comunicación) Aníbal Malvar (Se ha convertido en prioridad de la prensa decente no ya informar, sino desmentir los constantes bulos que consienten nuestros compañeros de los periódicos del “otro bando”), Javier Valenzuela (Se creen las milongas porque así se lo exigen los directivos de las empresas mediáticas en su ansiosa búsqueda de audiencia) Manuel Rico (Mentir con muertos de por medio ¿cómo definir eso?) Olga Rodríguez (Lo sustentado por datos científicos, por relatos de testigos o por pruebas irrefutables es reducido a mero punto de vista, derretido en el magma de la opinión. Platós de televisión donde se practica el culto a la idiotez). Ellos, entre otros muchos periodistas, están, estamos, perplejos, indignados, muy preocupados, porque no se refuten las mentiras ni en el Congreso ni en los medios de una forma masiva. Por esa dejación esencial del periodismo que es buscar la verdad y rebatir la mentira. Una nefasta negación que comienza por limitarse a poner lo que uno dice y el otro dice sin aportar los datos reales que aporten los elementos esenciales de juicio.

Así se intensifica esa educación de la sociedad en la estupidez y la estulticia, emprendida hace largo tiempo, que la hace vulnerable para comprar como válido hasta lo que destroza su vida y lo de otros. Dejarse robar la sanidad pública no cabe en la cabeza de un solo ser racional. Una anécdota muy cruel nos reveló estos días que hay seres capaces de lanzarse a detener violentamente a un ladrón de gambas en Lidl sin emplear en absoluto esa ira en salvar el sistema de salud de los ciudadanos. O escuchar a auténticos fantoches disertar sobre las vacunas. Así se llega a contar con jueces que obligan a un hospital a insuflar ozono por el recto a un enfermo por petición de la familia y en contra de los criterios médicos, y que acabó muriendo semanas después. O elegir como representantes a quienes hacen de la mentira y el odio su acción política. O a genuinos hijos del franquismo dedicados a insultar la literatura grande ya que no pueden aún prohibirla o quemarla como sus ancestros. O a quienes persiguen recuperar -con gran éxito de público tan corto de miras como afín- la imagen de la España de la juerga y la fritanga que tanto había costado lavar siquiera con algo más de fundamento, investigación y desarrollo.

El periodismo honesto quiere hacer periodismo, apóyenlo. Pero es indispensable que haya ese gran medio adonde acudir también a buscar razones, antecedentes, hechos ciertos, sin contaminar de otro interés que el de los ciudadanos. Creo poder asegurar que sería competitivo. No mires hacia arriba –la película de las navidades- mostró precisamente que falla el cauce por el que los ciudadanos deberían enterarse de que un enorme cometa va a impactar en la Tierra y destruir su civilización. Porque han de hacerlo contra todos los impedimentos, los proyectos de las empresas, los de los comunicadores, la banalidad, la disuasión, los bulos, las ventas y las compras. El meteorito que destruye la sociedad, la democracia, anda directo a su objetivo, pero éste sí se puede parar. Hay que ponerse a ello, eso sí.

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