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Casado aspira a fagocitar a Vox

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado,, en La Palma, Islas Canarias (España).

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Ya están todos. Los de ahora, los de antes, los que fueron, los que son, los que nunca serán nada y los que buscan cobijo en unas siglas, tras haber transitado de forma fallida por algunas otras formaciones políticas. Rajoy les llamó a estos últimos “aprovechateguis” -en referencia a los dirigentes de Ciudadanos-, pero Weber hubiera dicho que son los que carecen de vocación, sólo buscan vivir de la política y les da igual igual ser maoísta, que socialista, que liberal, que centrista, que ultraderechista… 

Ahí tienen a Juan Carlos Girauta, de estrella invitada en la convención nacional del PP, junto a Alejo Vidal Quadras, en un claro gesto a los votantes de Vox. El primero ha militado en el PSC, en el PP y en Ciudadanos y hasta ha tenido participaciones estelares en la Fundación Disenso -el think tank vinculado al partido de Abascal-, después de certificar el “suicidio de Casado” y la consolidación de Vox como “la opción de la España humillada y ofendida”. El segundo presidió el PP de Catalunya, fue después fundador del partido de Santiago Abascal y aunque ahora estaba alejado de la primera línea, este mismo año acusó a Casado de “haber perdido el norte por sus mensajes complacientes con los nacionalistas” y ser el responsable de la práctica desaparición del PP en Catalunya.

Los dos representan el perfil que, una vez deglutidos los restos de Ciudadanos, ahora busca Pablo Casado para lo que llamó la refundación de la derecha y no es más que la caza al lazo de los descarriados o desertores de otras formaciones políticas. Da igual la ideología, lo que aporten, a lo que aspiren o lo que puedan durar entre sus filas. Entre los restos del partido naranja jamás buscó la dirección del PP una pátina de esa centralidad impostada que exhibieron los de Rivera primero y después los de Arrimadas, sino sólo la destrucción de un competidor de bloque que reducía sus posibilidades de ser alternativa de gobierno. 

Ahora, con los “allegados” de Vox pretende lo mismo: lanzar un mensaje a los electores de que sólo hay una alternativa a Sánchez y que nunca será Abascal como no lo fue Rivera, por mucho apoyo mediático-empresarial que tuviera éste y tiene hoy Vox. 

La subida en los sondeos del PP se explica, más que por el desgaste de Sánchez y los dos años de gobierno de coalición, por el descalabro de Ciudadanos. Y lo que pretende Pablo Casado ahora en la siguiente fase de su hoja de ruta, y con un discurso apenas indistinguible del de la ultraderecha, es mermar el espacio de Vox para ensanchar el propio, de tal modo que con una hipotética y holgada victoria suya en las urnas, no fuera necesaria la entrada de los de Abascal en un futuro gobierno de derechas.

La estrategia es muy distinta a la que puso en práctica Aznar en los 90 para unir a un centroderecha disperso en una sopa de siglas. Este PP ya ha renunciado, tras varios intentos fallidos, a convencer a los dirigentes de Cs y Vox para presentarse en un proyecto único bajo la misma marca. Sólo aspira a sumar nombres -sea cual sea la trayectoria y la hemeroteca de los fichajes- para lo que insisten en llamar un “proyecto reformista” y “renovado” en el que se visualizará “el ensanchamiento a izquierda y derecha del partido”. De momento, el ensanchamiento sólo llega de un lado y es el de la derecha más extrema y sin escrúpulos. 

Además, para la convención nacional Casado se rodeará de mandatarios europeos como el ex presidente francés Nicolás Sarkozy, condenado por corrupción, o Sebastián Kurz, que llegó al Gobierno austríaco gracias a una coalición con la extrema derecha, que se rompió dos años más tarde por un caso de corrupción. Casado sin complejos ya, igual que Ayuso. “Si la reina de Sol -dicen en Génova en alusión a la controvertida baronesa-  consiguió así un resultado espectacular en Madrid, por qué no el PP nacional”. Quizá porque Madrid no es España, lo diga Ayuso, Agamenón o su porquero.

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