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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Qué es censura: censura eres tú

Una escena de 'Orlando' de Viriginia Woolf representada por la compañía Teatro Defondo.

Raquel Marcos Oliva

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Nada es más difícil que hablar de censura en este tiempo, en el que todo se mezcla: la nueva dimensión de la opinión pública y su repercusión en redes sociales, la contextualización de una obra o de su autor, la crítica y su criminalización, el boicot popular y el escrache, la lógica capitalista que responde a cualquier obstáculo o salida de tono que pueda detraer beneficios a la empresa, los agravios personales por no tener suficiente éxito o repercusión, lo rentable que resulta la “tentativa de cancelación”, esa que nunca llega pero que sitúa a algunos artistas e intelectuales en la cima de la lucha por la libertad de expresión. Un mejunje en el que es complicado desbrozar el concepto, y que solo cobra sentido cuando la censura, la de siempre, la que solo pueden ejercer los poderes públicos, asoma la cabeza e impone las verdaderas mordazas.

Censura es censura, como una rosa es una rosa. Y no es criticar un chiste o una canción o una obra, es impedir desde las instituciones públicas que puedan publicarse o difundirse. Podría terminar el artículo aquí, recomendando dos libros esenciales para entender qué es la censura, los dos editados en nuevos cuadernos de Anagrama: Ofendiditos, de Lucía Lijtmaer, y La cancelación y sus enemigos, de Gonzalo Torné. En esas obras, que se leen mejor juntas y hasta revueltas, se encuentra la guía para no perderse en el debate teórico sobre la diferencia entre censura, cancelación, crítica y sentimiento de agravio cuando el mundo no reconoce la valía de una obra. Bien es verdad que, desde que se publicaron, la realidad ultra ya tiene mando en plaza y en el borrado de la realidad no hay quién les gane. Como dijo Shakespeare, “nuestros divertimentos han llegado a su fin”, y eso se debería aplicar a toda la izquierda entretenida en disquisiciones que se han disuelto al chocar con el tosco pero eficaz muro de la derecha reaccionaria. La censura es la censura ultra y son ellos los que van a acabar con la libertad, la expresión, el respeto y el país. Aunque en este julio interminable parezca que el sanchismo, con su último hálito, sigue censurando más, y mejor, que la ultraderecha.

Ejemplos de cosas que no deberían pasar y pasan hay muchas en política, comunicación, cultura y en la vida, también de cosas que deberían pasar más y pasan poco. Con la derecha y con la izquierda, con unos y con otros. Hay muchas maneras de limitar el debate público y casi todas se hacen previamente a la retirada o cancelación de cualquier representación, acto y obra porque el sistema en el que vivimos tiende a reservar las opiniones con posibilidad de proyección pública a los que tienen dinero, influencia y poder para hacerlo. Demos paso a Elon Musk, que se considera a sí mismo un “fundamentalista de la libertad de expresión”, para entender el concepto. Con la fantasía de absoluta libertad creativa y de palabra que en realidad es de unos pocos convivimos, pero no solo, porque gracias al capitalismo muchos creen que la libertad de expresión tiene sentido si se traduce en réditos económicos o publicitarios, en lugar de ser un fin en sí misma.

Un buen ejemplo es el gobernador de Florida, Ron de Santis, que ha basado su política en una cruzada contra lo woke que en la realidad se ha traducido en censura sobre cualquier contenido acerca de sexualidad. el género o el pasado racista de EEUU en los colegios. Si se responde a la pregunta, ¿quién retira libros de las bibliotecas? se constata quién censura, pero el mundo está plagado de nuevos reaccionarios que aseguran combatir la cancelación a través de la vieja y reconocible represión de toda la vida. 

Borja Sémper, portavoz del PP, publicaba estos días un hilo en Twitter en el que se mostraba contrario a cualquier tipo de censura y que es una muestra de cómo intentar esconder la censura real dentro de un concepto etéreo y poco definible, una suerte de censura líquida en la que cabe todo, incluido un tuit de cualquiera de nosotros. En este cóctel, censura es abrir el debate sobre si Picasso era misógino o simplemente un español de su época, si era comunista o no tenía interés en la política ni en la ortodoxia. Censura es señalar las actitudes machistas en la comunicación o el entretenimiento. Censura es que a un grupo empresarial no le interese contratarte porque no encuentra rentable tus postulados. Censura es, en el colmo del dislate, las reivindicaciones de los grupos minoritarios sin ningún poder institucional frente al estado. Conviene recordar que, como escribió Gonzalo Torne en su libro, “solo los poderes públicos tienen la capacidad de extenderse sin competencia sobre toda la sociedad impidiendo de manera efectiva la publicación o la difusión, al menos sin incurrir en delito”. 

La censura siempre proviene del poder, y la defensa de la cultura, como la crítica, aunque sea desaforada, corresponde al pueblo, desde Lope de Vega hasta Virginia Woolf. La perdurabilidad de las obras excepcionales siempre es fruto de la voluntad popular, de la emoción que despiertan y del significado que conservan, generación tras generación, entre el pueblo que las disfruta, las critica y las contextualiza. Por eso es tolerable y democrático que el público arroje tomates a los actores, pero jamás que la autoridad les cierre el teatro.

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