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Consumo de carne y cambio climático: un debate ineludible

Vacas de leche estabuladas, en Canarias

Ruth Toledano

¿Pueden un antiespecista y un ganadero sentarse a debatir sobre el futuro del mundo? ¿Pueden ecologistas y animalistas encontrar los puntos en común que les han sido esquivos durante décadas? Si alguien ha conseguido reunirlos es el eurodiputado por Equo Florent Marcellesi, sensible a las condiciones en las que viven los animales destinados a la industria alimentaria y apremiado por la inminencia de un cambio climático cuya causa principal es el consumo de carne: “Nos queda poco tiempo y no podemos trabajar solos”, explicó Marcellesi en el Parlamento Europeo. Había convocado en Bruselas a voces tan diversas para empezar a buscar unas soluciones que son extremadamente urgentes, tanto para luchar contra el calentamiento global como para defender los derechos de los animales. Hacen falta soluciones y hacen falta estrategias conjuntas, como él mismo viene hace tiempo alertando.

Para iniciar este complejo camino de soluciones “prácticas y reales”, Marcellesi puso sobre la mesa europarlamentaria el consumo de carne, pues resulta imprescindible empezar a concienciar a los consumidores y a los sectores implicados sobre las consecuencias de sus hábitos y de sus actuaciones: aproximadamente un 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero proceden de la ganadería, apenas superado mínimamente -para que nos hagamos de una vez por todas una idea cabal- por las que produce el uso de coches y aviones. Solo en metano, la ganadería emite un 37%: más que las explotaciones mineras, el petróleo y el gas natural. Son datos que no aporta el activismo más radical, sino la mismísima FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Si los ciudadanos, los políticos, los empresarios y los medios de comunicación no asumimos esta realidad, estaremos contribuyendo a que el planeta sufra un daño irreparable. Los animales lo están sufriendo ya. Y también nuestra salud.

En España se consume 100 kilos de carne al año por habitante, cifra solo superada por Estados Unidos (donde cada persona consume cada año 120 kilos de carne) y que está muy por encima de la media mundial: 40 kilos. Para combatir el cambio climático, el gran reto que plantea el eurodiputado de Equo es reducir a un 20% el consumo de carne en nuestro país, es decir, cinco veces menos de lo que se consume ahora. Eso significa algo tan fácil como ser conscientes de que no es necesario (de hecho, es perjudicial) ingerir todo los días proteínas de origen animal en el desayuno, a media mañana, a la hora de comer, en la merienda y para cenar. El reto de Marcellesi apela al futuro del mundo, y el futuro pasa, ineludiblemente, por un cambio en nuestra dieta.

En Bruselas, Marcellesi planteó a los ponentes e invitados tres cuestiones cruciales: ¿cómo llevar a cabo la transición desde el sistema ganadero actual, intensivo en emisiones de CO2, hacia sistemas alimentarios más sostenibles para la salud, el clima y el bienestar animal? ¿Qué medidas deben tomar las instituciones en la promoción de dietas sostenibles que incluyan más productos vegetales? ¿Cómo incluir el bienestar animal en las políticas de alimentación sostenible? Algunas vías posibles apelan a la reforma de la Política Agraria Común; al apoyo a ganaderos y agricultores en la transición necesaria; a repensar el sistema actual de subvenciones a la producción; a la transparencia en el lobby de la agroindustria; al control de los tratados de comercio; al impulso de campañas públicas de sensibilización; a incrementar los impuestos sobre la carne; a incentivar a los productores de frutas, hortalizas, legumbres y cereales; a reconsiderar las subvenciones actuales a los productos de origen animal; o a incrementar la investigación científica (por ejemplo, la relativa a la carne producida en laboratorio).

El punto referido al bienestar animal es el que más discrepancias provocó en Bruselas. El planteamiento de buena parte de los ecologistas (y, por supuesto, de todos los ganaderos) pasa por reducir el impacto medioambiental con un consumo de productos procedentes de una ganadería extensiva, ecológica y local, mientras que los animalistas tienen como objetivo la defensa de unos individuos (los animales) cuya vida se ve comprometida en la cadena de consumo humano, por mejores que puedan llegar a ser las condiciones en las que viven y mueren. Las propuestas ecologistas de mejorar el bienestar animal en la ganadería extensiva, de incluir criterios de bienestar animal en la contratación pública o de fomentar campañas de sensibilización social choca con los intereses éticos de los animalistas y, en última instancia, con los intereses económicos de unos ganaderos que buscan rentabilidad, por muy ecológicos que se declaren.

En este sentido, cabe destacar la intervención de Paula Jaque, de Equo Animales: “Nuestro objetivo es promover las dietas vegetarianas y veganas como paradigma de la lucha contra el cambio climático y contra el uso y abuso de los animales en la industria cárnica. Sin embargo, comprendemos que este será un cambio progresivo que llevará un tiempo, educación y sensibilización, y durante ese camino debemos velar por aquellos animales que forman parte de la cadena de consumo humano”. Por su parte, Daniela Romero, directora internacional de la ONG animalista Anima Naturalis, insistió en que no se debe olvidar que “detrás de esta actividad económica existen seres que sienten y que han de ser tenidos en consideración”. Recordemos que para satisfacer la demanda de carne actual se mata a cien mil millones de animales terrestres y a sesenta mil millones de animales marinos. Si las cifras resultan inabarcables, el sufrimiento que conllevan resulta atroz. En el Parlamento Europeo, ambas ponentes coincidieron en que el XXI es el siglo de los derechos animales y la sociedad demanda ya un paradigma más ético.

En Bruselas quedó patente la dificultad para poner de acuerdo a colectivos cuyos valores difieren de manera esencial, como ganaderos y animalistas. Pero un inteligente y comprometido Marcellesi, que sabía de anemano de esta dificultad, consideró que para tratar de acercar posturas la única vía posible sería enfrentarlos a un enemigo común: el cambio climático. Contó para ello con la voz ponderada de Ana Etxenique, vicepresidenta de CECU (Confederación Española de Consumidores y Usuarios), quien apeló a la necesidad de construir un nuevo modelo de consumo, que sustituya al del consumismo desenfrenado y repare una cadena que conculca el derecho a la información: “Los consumidores no tienen ni idea de lo que hay detrás de los productos que consumen, y acaban siendo cómplices. Deberían organizarse excursiones a explotaciones intensivas para que vieran lo terrible que es su consumo”. En su opinión, el camino del cambio de esta realidad, “mala para todos”, pasa por concienciar a través de la comunicación y de un lenguaje que sea capaz de llegar a la gente.

En el siglo del cambio climático, en el siglo de los derechos animales, esta fue la principal conclusión a la que se llegó en la jornada ‘Consumo de carne y cambio climático: un debate ineludible’ impulsada por Florent Marcellesi: la necesidad de una información veraz, rigurosa y transparente que ayude a los consumidores en el cambio urgente de sus hábitos. Consumidores que deben saber, por ejemplo, que ya en 2014 la Universidad de Oxford determinó que las emisiones de CO2 de las personas vegetarianas son un 50% menores que las de quienes consumen carne a diario, y un 60% menores las de las personas veganas. Cifras contundentes, como contundente fue en Bruselas el eurodiputado alemán Stefan Eck, del Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria: “Lo más fácil para luchar contra el cambio climático es dejar de comer carne. Llevo 20 años siendo vegano y no me he muerto. Es necesario si queremos que el planeta siga vivo”.

Un planeta que se agota. El mismo planeta que los animales humanos compartimos con los animales no humanos.

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