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Debates a muerte dentro de un feminismo muy vivo

Manifestación feminista en Santiago

Violeta Assiego

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Leo un artículo de la periodista feminista Sonia Tessa en la sección de 'Las 12' del prestigioso diario argentino Página 12. El texto está escrito hace poco menos de una semana y se titula: “El debate dentro del feminismo: sin reparar en privilegios”. Por un momento dudo si está hablando de España, pero no. Habla de lo que está sucediendo a más de 10.000 km de nuestro país, en Argentina. Sin embargo, las similitudes, los conflictos y los argumentarios son prácticamente calcados. Llamativo... o no tanto.

Cuestionamientos, insultos y acusaciones que van mucho más allá del intercambio de pareceres. “Proxenetas” parece que es el calificativo más frecuente que reciben las mujeres del movimiento feminista argentino que representan a las organizaciones de mujeres que no se posicionan a favor del abolicionismo de la prostitución y hablan de trabajo sexual. “La violencia de los intercambios –si se les puede decir así- entre las feministas abolicionistas y las que están por el reconocimiento del trabajo sexual inundaron las redes sociales durante la última semana. Y saltaron a medios de comunicación ávidos de decir: ¿Vieron? Estas son todas locas”, cuenta Sonia Tessa en su artículo para preguntarse: “¿Es esa la forma de tratar a compañeras que, más allá y más acá de las diferencias, son parte del mismo movimiento popular que venimos construyendo como el más pujante de la Argentina?”. Buena pregunta.

El feminismo anda embarrado en la disputa de dar sentido a sus luchas. Y esto es algo que traspasa fronteras. No solo sucede en España o en Argentina. El feminismo está en movimiento, es movimiento, está muy vivo y por eso sus debates ahora son tan intensos. A los ultraconservadores que lo tachan de ideología de género les gustaría ver muerto a este movimiento feminista que ha llegado tan lejos. Quién sabe si uno de sus objetivos al inocular en la sociedad sus modos y lógicas de odio es que este y otros movimientos sociales terminen saltando por los aires. Seguro que acudirían de negro y altivos al minuto de silencio, alzarían triunfales su pancarta y harían las correspondientes declaraciones: “¿Vieron? Todas las violencias son iguales. Ellas también se matan, incluso entre ellas. Son feminazis violentas”.

Personalmente, me cuesta simplificar el debate entre prostitución y trabajo sexual, entre el abolicionismo y el regulacionismo. Desde un enfoque de derechos humanos no caben las retóricas ni los mensajes que criminalizan y señalan a un conjunto de personas como enemigo público número uno. En la lógica de derechos no hay enemigos ni se hace justicia desde el punitivismo ni los linchamientos. La experiencia dice que este tipo de actuaciones y patrones de pensamiento terminan dando pie a la arbitrariedad, la discriminación y la injusticia. Que al final son las mujeres más vulnerables las peor paradas, aquellas más expuestas a esas otras violencias que también las atraviesan: el racismo, el clasismo, la transfobia, la aporofobia, el antigitanismo... Aquellas que cargan con el estigma de ser la puta víctima que todo el mundo quiere salvar y nadie escucha.

Hay tensión en el movimiento feminista este 8M. Esto es innegable. No solo en nuestro país. Las formas de debatir, dialogar y afrontar las diferencias experimentan a nivel global un retroceso sin precedentes. Las redes sociales y el ansia de likes también nos afectan, lejos de ayudar a entender están amplificando los mensajes más hostiles, esos que polarizan posiciones y reducen el tema a “o estás conmigo o estás contra mí”. El torbellino de opiniones y emociones está intoxicando todo de prejuicios y niega legitimidad y agencia a mujeres que son parte y luchan dentro del movimiento feminista. Al final, el silencio es el espacio más seguro en caso de dudas, discrepancias o aportaciones. La alternativa al “estás conmigo o contra mí” es quedarse al margen.

La negación, la invisibilización, deslegitimación, simplificación o sumisión se han hecho presentes a pesar de que tienen que ver más con las lógicas machistas y patriarcales que con las de los derechos humanos de las mujeres. Con la burla, el insulto, la ridiculización o el mensaje hostil se pretende inhabilitar y desactivar un debate que existe desde hace décadas y que no va a dejar de producirse por mucho que se eleve la voz o se hagan acciones de presión paralelas. La propuesta desde los feminismos ante esta y otras grietas que se abren (y abrirán) ha de marcar la diferencia a cómo el patriarcado gestiona y resuelve los conflictos.

No somos un movimiento homogéneo, ni hay un único feminismo. Nunca lo ha habido, el pluralismo de miradas y planteamientos ha estado presente siempre. Es momento de aceptarlo, nos toca aprender a retroalimentarnos sin inhabilitarnos. Así es como se avanza. Así y revisando nuestros privilegios, esos que reproducen (consciente o involuntariamente) las violencias sistémicas y estructurales que deshumanizan y niegan a esas otras mujeres que nunca vemos porque no están en los algoritmos de nuestras redes sociales ni en nuestras zonas de confort.

Respeto, escucha, diálogo, cuidados, bien común y trabajo colectivo son sinónimos de feminismo, son expresiones de la lucha de los derechos de las mujeres. Si realmente queremos un mundo más justo y libre de violencias machistas, parémonos un momento nosotras antes de pretender parar el mundo y pensemos en qué medida estamos contribuyendo a que el patriarcado se frote las manos con nuestros conflictos, en qué medida estamos dando la espalda a los problemas de las mujeres que habitan las fronteras, los márgenes y las periferias. Hayan leído o no a Judith Butler o Simone de Beauvoir, sus cuerpos y sus vidas valen tanto como las del resto. Sus voces relatan violencias machistas que interseccionan con otras que deben ser abolidas como el racismo, el clasismo o la transfobia, entre otras. La pregunta, volviendo a citar a Sonia Tessa, es “si hay espacio para esa escucha hoy, entre el ruido, los gritos y las salidas altisonantes que reproducen las redes sociales y los medios de comunicación”.

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