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Habrá que decirlo más

Suso de Toro

Hubo un tiempo no tan lejano en que escribir una columna cada semana podía resultar un problema por falta de temas que tratar, ahora pasa lo contrario, en una semana ocurre de todo y todas son cosas significativas.

Un Papa va y dimite. Resultó que ser Papa es un cargo transitorio: ese gesto cuestiona la naturaleza misma del papado y afecta a raíces teológicas. Me parece. Seguro que hay razones de lucha por el poder en la curia vaticana que explican su dimisión, aunque no hay que olvidar algo que no se tiene en cuenta: Ratzinger es un intelectual y se agobia actuando como político, su lugar natural es la trastienda.

Este Papa paradójico, tan conservador como iconoclasta, desde la Congregación para la Doctrina de la Fe y desde el papado dejó a los católicos sin infierno pero también sin cielo, y ahora nos acaba de decir que quien mueve mágicamente los espíritus de ciento y pico varones para elegir papa no es el Espíritu Santo, al que invocarán con el “Veni Creator Spiritus”, sino sus convicciones y también intereses particulares y trapicheos en una votación común y corriente.

Con su despedida, Ratzinger establece la racionalidad en algo que estaba velado por el mito: elegir Papa ha dejado de ser designio divino para pasar a ser un acuerdo político entre cardenales. Aunque el Vaticano represente la elección de nuevo papa con el rito tradicional esa figura ya no va a estar investida del aura del mito, el papa no aparecerá ya sustancialmente de un modo muy distinto que los cabezas de las iglesias ortodoxas, anglicana o evangélicos. Este tiempo está siendo desmitificador.

También se nos desveló lo que había tras las cortinas que cerraban el santuario de la Santa Transición y la Constitución, era un lugar solitario, olvidado y cubierto de telas de araña y ausencia. Por eso desde el comienzo de la existencia de eldiario.es comenzó a hablarse aquí de “Transición”. Bien acerca del final de la época que arrancó en la Transición y la Constitución, bien acerca de que si estamos o no estamos ante una nueva Transición a otra época o régimen político.

Son muchos los signos de que se acabó una época, ya los hemos ido comentando, pero el más gráfico es el momento que vivimos desde hace unas semanas al asomar a la superficie una nueva pata de ese pulpo llamado “caso Gürtel”. Por primera vez nos encontramos ante un presidente de Gobierno al que, a la vista de indicios publicados y no explicados ni desmentidos satisfactoriamente, la opinión pública considera salpicado por un caso de corrupción.

En general, el apetito de los anteriores cinco presidentes era de poder, para realizar un programa político concreto y naturalmente por algún sueño o deseo íntimo, pero el sexto aparece inesperadamente iluminado por una luz distinta: tanto los ingresos declarados como los que se envuelven en bruma dibujan a un político muy preocupado por ganar dinero. Y todo ello en una época de estrecheces y problemas angustiosos para sus votantes y para el conjunto de la sociedad, a la que le predicaba aguantarse ante los recortes, y en medio de un caso de delincuencia y corrupción política monumental. ¿Quién da más?

Hasta ahora los presidentes habían tenido siempre la enemistad de sus rivales del lado político contrario, lo que indican las encuestas indican ahora es que casi nadie cree las explicaciones del Gobierno y del partido que lo sostiene, es como si se hubiese suspendido ese juego político de unos contra otros y el grueso de la sociedad contemplase atónito y con distancia el escenario político.

Porque la magnitud del caso Bárcenas-Gürtel y el modo en que lo ha encarado Rajoy y el PP se sale de la política de estas décadas, le quita legitimidad a la política misma y entra de lleno en el campo del debate moral. Más allá del desacuerdo con las medidas de este Gobierno, lo que muchas personas le censuramos es que lo que están haciendo, y probablemente las cosas que hicieron antes, son inmorales. Pero políticamente lo peor es que han quedado con el culo al aire y lo niegan. Es una situación ridícula y que no tiene vuelta atrás. El poder, tanto el autoritario como el democrático, no puede ser ridículo y una vez se cae en él, ya no es creíble lo que haga a continuación.

El PP se muestra como un partido dividido, confundido y corrupto, un Gobierno sumido en una decadencia propia de un partido que llevase lustros en el poder, pero lo increíble es que sólo llevan un año. Viven en una realidad aparte, pues si se mantuviesen cerca de la gente común no podrían hacer lo que hacen ni decir las cosas que dicen. Llegaba al Parlamento la propuesta de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca para ser tramitada y el PP anuncia que votará en contra de su tramitación, es decir se niega a que esa propuesta sea oída por los diputados, unas horas más tarde se ve obligado a rectificar.

Pero el propósito inicial de ahogar esa propuesta era su intención y es su voluntad. El mismo día, el ministro Montoro comparecía en un club donde no entran los desahuciados y predicaba con ironía y displicencia el optimismo basándose en la afirmación de que la economía ya marcha pues “la balanza de pagos ha cambiado su signo”. El entusiasmo, la ironía y la displicencia hacia quienes no le creyesen es incompatible no sólo con el drama de los desahuciados sino con lo que realmente le está ocurriendo y le va a ocurrir a esta sociedad, una recesión que va a dejar un diente en la pirámide demográfica.

Quienes predican optimismo no dicen en voz alta que en su plan lo que le corresponde a un par de generaciones es emigrar, no tener hijos o tenerlos en otro país. Y el mismo día el señor Draghi, el representante administrativo de la política de nuestros amos, comparecía ante unos parlamentarios encerrados e incomunicados. No hay mejor imagen para representar quien manda aquí. El presidente del Gobierno está desaparecido y sólo se dirige a quienes considera súbditos a través de una pantalla y traen a Draghi a dictar su lección con severidad. Se acabó la democracia, ahora hay esta cosa.

No hay lenguaje político que pueda expresar lo que ocurre, no hay análisis que integre los sentimientos y el abatimiento ante tanto descaro e inhumanidad. Todo nos conduce a otro nivel de lenguaje, que no es preciso, exacto, justo o útil, pero que nos permite afirmar que existimos a pesar de lo que nos hacen.

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