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Deja de disculparte y programa mujeres

Imagen de archivo de la dj española Fatima Hajji/ Facebook

Lucía Lijtmaer

Estoy aquí para dar una exclusiva: hay un montón de personas que tienen un superpoder. Es algo excepcional, sin parangón en la fenomenología cultural española. Ahora mismo, a medida que respiramos, una gran cantidad de gente con gran talento tiene la capacidad de no ser vista. Pasas a su lado, y te soplan en la mejilla y ni te enteras. Atraviesan paredes cual fantasma. Y tienen varias peculiaridades, en realidad, dos. La primera es que tocan instrumentos y la segunda es que son mujeres. Y su verdadero superpoder es que son invisibles. Nadie las ve, por eso en ocasiones te las puedes chocar por la calle y se te salte un diente del susto. ¿No es así? Solo esta idea puede llegar a explicar la estupidez imperante con respecto a no programar mujeres en el sector cultural.

Recientemente, la programación del Azkena Rock alertaba sobre la falta de mujeres en la música: contará solamente con una mujer en su cartel entre la treintena de nombres. Ayer, el Canet Rock advertía que no habría ninguna mujer en su cartel, y lo hacía una de sus programadoras, que intentaba parar el golpe discutiendo la futilidad de las cuotas. No sé por qué, la presencia de mujeres se asocia inmediatamente a que estén allí no por su valía, sino por una imposición. Ese es, imagino, el principal problema para muchos. Ante una situación de desigualdad e invisibilidad (¡superpoder!), hay una imaginaria cruzada de un montón de descerebradas para dejar de ser invisibles, y esa cruzada debe ser contrarrestada.

Lamentablemente, no es esa la discusión. Estos son los números y esto es lo que nos dicen: en los últimos años, las cifras en festivales musicales rondan el 10% de mujeres. En el Sonarama Ribera, fundamentalmente de música indie, sólo representaban el 6,8%, y el Low Festival, de parecidas características y que ronda una afluencia de 80.000 asistentes, se trataba apenas del 4,3%. El que mejor parado quedaba, el Gijón Sound Festival no llegaba al 20%.

Es decir, en un mundo en el que representan la mitad de la población, su acceso a los escenarios es notoriamente desigual. No es exclusivo de la música, pero es en la cultura donde estas cifras demuestran sus consecuencias. Si hay mujeres en el escenario, es síntoma de que hay mujeres en muchos otros espacios. Si no las hay, simple y llanamente, como programador y/o director no estás haciendo bien tu trabajo. Si en un mundo en el que somos algo más del 50%, te cuesta encontrarlas, hay un problema, y no es el tipo de música que hagan, ni las imaginarias luchas de cuotas. Es más, si las mujeres no llegamos a ocupar ese espacio, es evidente que hay alguien que no nos está dejando llegar.

Lo sé por pura experiencia: tras años trabajando en cultura, lo más común en cualquier festival es que la parte “ejecutora” esté llena de mujeres que realizan acciones, mientras que la que “decide” no lo esté. Es decir, quien gestiona el dinero y es responsable de lo que se programa es o está rodeada de hombres, y quien acata forma parte de un sector feminizado.

Quizás por eso, entre otras cosas, programé un festival pop en el que su mayoría son mujeres. Por eso y porque cada vez que hablaba de la falta de mujeres en festivales culturales, una gran cantidad de personas (generalmente hombres) me decían “ya estás otra vez con eso”. Supongo que no es casualidad que el equipo que me animó a llevar a cabo la propuesta esté dirigido por una mujer y coordinado por otras tres.

Responsabilidad cultural e institucional

La justificación general suele llegar de la mano de que “el sector es así”. Esa es simple y llanamente otra mentira. Es común encontrar grupos con mujeres en el underground de cada sector cultural (música, teatro, literatura...), pero nunca llegan al mainstream, o se consideran parte de un “nicho de mercado”. Ahí está su particular techo de cristal, traspasar esa frontera. Repito: quien no encuentre mujeres, es que simplemente no está haciendo bien su trabajo.

Las quejas del activismo empiezan o deberían empezar a hacer mella. Y no solamente entre el activismo, sino en la opinión pública. ¿Puede un festival justificar subvenciones de dinero público y de otras marcas cuando no respeta –o directamente se mofa– de la Ley de Igualdad aprobada en 2007, que recordemos, es una Ley Orgánica? ¿Acaso no deberían patrocinadores e instituciones asumir responsabilidades con respecto a este hecho? ¿Y los medios de comunicación? ¿No es nuestro papel ejercer de guardián ante estas desigualdades y convertir las ruedas de prensa en algo más que el reparto de canapés?

Siri Hustvedt explica en un libro que se publicará en breve que el 80% de lo escrito por mujeres es leído por mujeres, mientras que el 50% de lo escrito por hombres es leído por hombres. Es decir, las escritoras –al revés que los escritores– no tienen un público representativo de sus obras, y es por eso que se acaban considerando “literatura femenina”. Dime cuántas preguntas has tenido que soportar sobre “ser literatura de tu sexo” y te diré a qué género perteneces. Lo mismo ocurre en la música, el teatro y, en general, cualquier arte.

Por cierto, Hustvedt es la esposa de Paul Auster. Pero hace tiempo que mucha gente no la llama así. También una vez hubo alguien que le dio la oportunidad de publicar un libro.

Lucía Lijtmaer colabora en eldiario.es y es comisaria del festival Princesas y Darth Vaders.

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