Déjenme soñar
Déjenme soñar. Son apenas unos signos, pero, si marcaran tendencia, algunas cosas empezarían a cambiar. No es imposible, aunque haya cargado la frase de condicionales. Donald Trump, favorito en las encuestas durante meses para volver a la presidencia de Estados Unidos, cae ante Kamala Harris en el debate que los enfrenta al punto de quedar ridiculizado. Ella toma la iniciativa, se acerca y le saluda, se dirige a él cuando habla, se ríe de sus bulos. Él mira solo a los presentadores, se arruga y suelta cada vez una brutalidad mayor.
Según escribe aquí el prestigioso senador por Vermont Bernie Sanders Harris fue muy eficaz pero ha de seguir desenmascarando a Trump porque todavía no es suficiente. Argumenta que los seguidores del expresidente “son más que conscientes de que miente todo el tiempo, de que apoyó una insurrección para destruir la democracia estadounidense y de que ha sido condenado por 34 delitos graves. Y, sin embargo, casi la mitad de los votantes estadounidenses le siguen apoyando, incluida una gran mayoría de votantes de clase trabajadora”.
Todo eso es cierto y constituye la gran tragedia de las democracias que se desmoronan y de la sociedad que contiene tantos elementos podridos. Y aun así no es en absoluto imposible que millones de personas, sí, millones, recapaciten y sepan que no pueden confiar en alguien que acusa a los demócratas de propiciar abortos hasta ¡a los nueve meses de embarazo! o que acuse a los emigrantes de comerse las mascotas de sus vecinos. De hecho, Trump rechaza de forma tajante un nuevo debate con Harris, lo que es otro signo de miedo y por tanto de fracaso.
De cualquier modo, según informa la cadena CBS, tras el apoyo de Taylor Swift a Kamala Harris, el registro de votantes ha aumentado un “400% o 500%”, que son “entre 9.000 y 10.000 personas por hora”, según datos de TargetSmart. Y el número sigue aumentando.
Faltan menos de dos meses para las elecciones norteamericanas. Y puede asegurarse que una derrota de Trump implicaría un severo varapalo a la corte de políticos que siguen su línea. Por supuesto que Kamala Harris no es la panacea, pero resulta bastante inútil destacar aquí sus fallos y decir que tampoco “nos sirve”. No hay más. Son los dos candidatos de los estadounidenses, no de los españoles por mucho que nos influya su decisión. Y gracias que por lo menos apearon a Biden.
La trumpista madrileña aún va de ida. Aún se desparrama soltando dislates como si estuviera aquejada de una severa diarrea mental. Y acentuando todos los signos que definen a la ultraderecha fascista. Como decía Íñigo Sáenz de Ugarte, según Ayuso, “todo es maravilloso en Madrid, mientras que España está a punto de perecer”a manos de “la dictadura sanchista”, consumidos por las drogas y los hombres agredidos sexualmente, para los que va a crear un organismo que se ocupe de ellos. ¿Hombres agredidos sexualmente? Los datos no lo avalan –son pocos; sabemos por investigaciones de niños y jóvenes abusados por sacerdotes y personas de su entorno familiar–, pero, así, Ayuso al tiempo que halaga a los machistas insulta al feminismo en pleno.
No es imposible que los ciudadanos adictos a Ayuso empiecen a atar cabos y asuman que dinero público que le llega a la presidenta es para bajar impuestos a los ricos, diga lo que diga de que Catalunya les roba. Y de este modo lidera –con ellos– la menor inversión en sanidad y educación de España. Se trata de servicios transferidos y los fallos son culpa suya. No es imposible que caigan en la cuenta de que es preferible tener acceso a los mejores cuidados para su salud que sentarse comiendo palomitas a ver cómo ella vapulea a Sánchez, diciendo memeces que vería hasta un niño. Le hace falta a Ayuso una Kamala o similar que se parta de risa al oírla.
Déjenme soñar con que, como puede ocurrir con Trump, los ciudadanos se harten de que les cuenten mentiras, crispen a la sociedad y no hagan nada por ellos. Y vean de una vez la realidad del PP/Vox y sus voceros.
O que aprenden en cabeza ajena. Milei, Medalla de oro de Madrid, concedida por su correligionaria Ayuso, se está ensañando con los jubilados, a quienes aplica las medidas más duras de su brutal ajuste. Y las protestas se están saldando hasta con heridos. Cincuenta personas en la última. Entre ellos una niña de 10 años.
Déjenme soñar con que los seguidores de Ayuso sumen 2 con 2 y accedan a su resultado correcto para que les suene de algo la pionera medida de dejar morir hasta sin asistencia médica a 7.291 ancianos en Madrid.
No es imposible que un sector de los adoradores de la política espectáculo, al tener otras distracciones como ahora con las pugnas televisivas nocturnas, se tomen en serio lo que han de hacer sus representantes en la gestión.
Déjenme soñar con que los ciudadanos, cuando les metan una trola, taponen el conducto por el que les ha llegado. Y cuando se rían de ellos lo adviertan y hagan aflorar su dignidad.
Déjenme soñar con que cuando las presentadoras de informativos de TVE hablan de su rigor y profesionalidad se están aplicando al objetivo de lograrlo de verdad. O que, en el resto de cadenas y medios, los periodistas se plantean a dónde conduce distribuir bulos, si es el caso, y paren en seco esas prácticas.
No es una entelequia: la mayoría de estos sueños cuentan con la posibilidad de realizarse, aunque no sea fácil. Porque se asientan en realidades tangibles. Está al alcance de cualquiera –con la mente un poco despierta y limpia, eso sí– distinguir a los fantoches de la política, a los ladrones que vampirizan hasta el sentido común; la paja del grano, la verdad de la mentira.
Para soñar con opciones de éxito es imprescindible tener los pies en el suelo. Bien afianzados, que no se desprendan. No se trata de pedir la luna. Si los sueños vuelan muy alto, se crece mucho, además. Se lo digo por experiencia propia: soy una mujer alta. Aún con sus inconvenientes, proporciona mejor perspectiva, hay menos ruido arriba, se elude ése tan chirriante de la crispación; la base, abajo, está enraizada y puede que, finalmente, se sea más realista.
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