Díaz Ayuso, un icono prefabricado
Es incomprensible que un personaje tan poco atractivo, mediocre hasta el aburrimiento y en ocasiones ridículo se haya convertido en el referente ideal de la derecha madrileña y puede que también de la española. Sólo una razón puede explicar este milagro. La de que Isabel Díaz Ayuso ha sido moldeada como para aparecer, minuto tras minuto, día tras día, como la imagen del rechazo sin paliativos de la izquierda. Y eso es lo que quiere el público de derechas, por encima de cualquier programa o de los datos sociales, económicos y políticos o de la brillantez de las exposiciones.
Díaz Ayuso no es un líder. Es un icono prefabricado. Casualmente por la misma persona que construyó el perfil político y el discurso de José María Aznar, cuyas limitaciones, al principio y posiblemente siempre, no eran muy distintas de las de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid. Y prefabricado a conciencia, sin reparar en zarandajas formales. Quienes tuvieron la ocasión de seguir de cerca la trayectoria inicial de Aznar, que duró varios años, pudieron comprobar en más de una ocasión que Miguel Ángel Rodríguez trata a sus pupilos sin mayores consideraciones. Y que éstos se abandonan hasta tal punto a sus manos que, cuando por lo que sea, su asesor no está presente, se ven perdidos.
Todos los líderes dependen de sus asesores mucho más que en el pasado y cada vez más. Pero hay límites. E Isabel Díaz Ayuso los ha superado con creces. Ella es sólo lo que le dicen que sea. Fuera de eso no es nada. Al menos en política. Y debe aceptar de buen grado esa sumisión. Y trabajar con ahínco para hacer lo mejor posible lo que le dicen que haga. Porque ese comportamiento le ha proporcionado un éxito con en el que no podía haber soñado hace, como mucho, cuatro años.
Pero la cuestión importante no es la peripecia de la señora Ayuso, no precisamente un modelo de moralidad y, en el fondo, de satisfacción personal. Lo importante, e inquietante, es lo bien que funciona el perfil que Rodríguez ha diseñado para ella. El de debeladora sin concesiones de la izquierda, del enemigo, como única línea y contenido de su actuación política.
Haber comprendido que en este momento ese es el comportamiento que mayoritariamente exige la derecha social, cuando menos en Madrid, tiene su mérito, frente a las vacilaciones que al respecto tienen, o han tenido, otros líderes conservadores y, en particular, el presidente del PP, Pablo Casado. Que eso sea así, y los sondeos lo confirman, es terrible. Porque quiere decir que la derecha es mucho más radical de lo que hasta ayer mismo los bienpensantes creían que era, que lo del centroderecha ha terminado por ser un camelo y que un discurso mínimamente racional ha dejado de tener sentido en ese ámbito.
El ascenso fulgurante de Vox fue un anuncio claro de que las cosas iban por ahí, de que la derecha se estaba radicalizando en masa. Hubo quien supo leerlo. Otros, en la derecha y fuera de ella, no se enteraron de lo que estaba pasando. Hoy Díaz Ayuso se está comiendo al partido de Abascal y no parece que éste tenga muchas posibilidades de revertir esa tendencia que podría terminar engulléndolo dentro de no mucho tiempo.
Los motivos de esa radicalización no son fáciles de identificar. Porque ésta no es tanto fruto de circunstancias concretas, sino de un proceso que viene de largo y que ha tenido sus vaivenes, además de algunos factores coadyuvantes que se han producido en la escena internacional. La deriva derechista del segundo gobierno de José María Aznar y su voluntad de asumir “sin complejos” todo el pasado de la derecha, incluido el franquismo, fue un paso claro en esa dirección. El éxito económico que se registró en aquella época elevó a categoría de mito su gestión y sigue siendo un referente para muchos de sus seguidores.
Pocos de ellos, por no decir ninguno, aceptan que una parte de los estragos que causó la crisis de 2008 se debió a los graves errores de la política económica de Aznar. La corrupción golpeó más duramente en el imaginario de los fieles conservadores. Pero eso no les impidió llevar a La Moncloa a Mariano Rajoy, al tercer intento, y renovar su mandato. La necesidad de frenar a la izquierda pesó mucho más que cualquier otra consideración. Y más cuando en el seno de ésta había aparecido con fuerza Podemos, que llegaba alzando la bandera de acabar con las contemplaciones que el PSOE había tenido para con la derecha dentro del bipartidismo.
La moción de censura contra Mariano Rajoy de junio de 2018 fue seguramente el hito que más aceleró el proceso de radicalización. Porque nada más y nada menos que los habían echado ignominiosamente del gobierno… por corruptos. Y porque lo habían hecho juntándose todos, las dos izquierdas y los nacionalismos, incluidos los separatistas. Y mientras Casado se lamía las heridas, Vox se hizo con la mano de esa indignación.
Distintos ámbitos de la derecha, la FAES que hace un tiempo fue de Aznar entre ellos, y según parece también Miguel Ángel Rodríguez, se negaron a aceptar ese estado de cosas. Les horrorizó que Pablo Casado se colocara contra Vox en la moción de censura de Santiago Abascal y pusieron sus ojos en Madrid para un contraataque. Era un terreno favorable pues había sido sembrado durante años por Esperanza Aguirre, que en más de una ocasión ha dicho que no le disgusta lo que dice Vox. Y, además, tenía a su cabeza a una chica que parecía dispuesta a lo que fuera con tal de medrar.
Donald Trump y el éxito, bien es cierto que oscilante, de la ultraderecha en Europa, frente a la creciente confusión del centroderecha de siempre en el continente, debieron de contribuir no poco a la consolidación de esa nueva actitud entre los conservadores españoles. En la que la xenofobia y el racismo son elementos constitutivos menos destacados que el egoísmo de clase, de las clases altas pero también de las medias, del rechazo de cualquier revisión del pasado histórico así como de banderas de la izquierda, como la de los derechos de la mujer o de los servicios públicos.
Isabel Díaz Ayuso se está haciendo, si es que no se ha hecho ya, con esa corriente mayoritaria en la derecha. Leyendo un guion que le han escrito y mintiendo cuanto haga falta, porque le han dicho que a su público eso no le importa. Con tal de que siga golpeando a la izquierda. Y de que gane el día 4.
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