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Sobre la dirigencia líquida

El portavoz de la ejecutiva federal del PSOE, Felipe Sicilia, en una imagen de archivo.

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En estos tiempos de dirigencia política líquida, todo vale. Lo mismo da que haya una presidenta autonómica que presuma de querer “un partido callejero y pandillero” a que niegue la existencia de las clases sociales o que vocifere en el Parlamento como si estuviera en hora punta en el mercado de La Cebada. Pasamos tantas cosas por alto que convertimos lo fútil en trascendente en menos que canta un gallo. Todo depende del ángulo desde el que se mire. La derecha no ve una tacha en ese tipo de liderato descarado, populista y sin apenas fondo mientras sume votos. Debe de ser que lo de elevar el nivel de exigencia y lo de la cultura del esfuerzo solo vale para los estudiantes. 

Pero esto no va hoy de la última “ayusada” porque seguramente antes de que estas líneas lleguen al cierre de la edición para socios, habrá una nueva que añadir a un largo historial. Y tan exóticas serán sus palabras como la interpretación que sus fans hagan de ellas. Qué más da que el hermano cobre comisiones de empresas que contratan con la administración regional o qué importa que haya llenado la Puerta del Sol de asesores que lo único que saben de administración pública es que es un lugar desde donde hacer favores cuando no negocios. El votante de derechas, o de determinada derecha, perdona todo. 

El de izquierdas, al menos determinada izquierda, es otra cosa. Exige integridad, pulcritud, coherencia, empatía, compromiso, verdad y, sobre todo, que ante un momento tan crítico como el que atraviesa el país, se den respuestas creíbles y no se tome a los ciudadanos como si fueran menores de edad. Viene todo esto a cuento de la rueda de prensa que el portavoz del PSOE, Felipe Sicilia, ofreció este lunes al término de la Ejecutiva Federal y en la que encadenó desde su inicio frases como las que siguen:

“Feijóo y el PP no dudan en mentir y retorcer la realidad”. “Feijóo, más que hacerle oposición al Gobierno, le hace oposición a los ciudadanos”. “Feijóo se ha convertido en un político alejado de la realidad que se niega a ver los avances de España”. “¿Se acuerdan cuando el PP utilizaba las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para espiarse entre ellos mismos?”. “A diferencia del PP, en el PSOE estamos del lado de la ciudadanía y de la transparencia para hacer cumplir la ley”. “El PP de Feijóo tiene las mismas caras, mismos modos, misma corrupción y formas de taparla”. “Un PP carcomido por la corrupción y sus formas de taparla”. “Feijóo ha anunciado que se va al Senado. Interpretará un papel de político moderado, que como sabemos, de moderado no tiene nada”. “Feijóo presume de ser el garante de la estabilidad mientras no tiene ni un solo gobierno de coalición con Ciudadanos que se haya mantenido toda la legislatura”. “Esperemos que Feijóo se replantee su estrategia de oposición y vea las bondades del Gobierno y que no sea tarde cuando las apoye”.

Queda claro que el nombre que envenena los sueños de Sicilia, y del PSOE, es el de Feijóo. Se daba por sentado teniendo en cuenta la tendencia ascendente que le otorgan los sondeos. Cuestión distinta es que en la primera reunión de la dirección socialista tras el escándalo Pegasus y el espionaje a Pere Aragonés, no tuviera más mensaje que trasladar a la opinión pública que el de sostener que el líder del PP es responsable de todos los males presentes y futuros. 

En política, dicen los politólogos que lo que cuenta no es tanto la verdad como la credibilidad del que transmite. La de Sicilia, el peor portavoz de cuantos haya tenido el PSOE en tiempos recientes y remotos, es nula. Solo Adriana Lastra sabe por qué le puso en ese cargo, después de que Sánchez le vetara primero como posible candidato a la Junta de Andalucía y después como portavoz en el Congreso. El socialismo es un hervidero de especulaciones al respecto. No todas con fundamento. Pero lo que es un clamor es que en pleno escándalo sobre el espionaje, los precios disparados, la “excepción ibérica” y las estaciones de servicios subiendo los precios de la gasolina para diluir la ayuda gubernamental de los 20 céntimos por litro, lo que menos se espera de un partido con responsabilidad de gobierno es que su portavoz se dedique tan solo a atizar a la oposición.

Es al Gobierno a quien corresponde dar respuestas a los problemas de la gente, y no a la oposición, más allá de que a ésta se la pueda juzgar también por la forma en que se desenvuelve en la escena. Pegasus le ha abierto a Sánchez una brecha con sus socios de coalición, ha congelado la relación con ERC como socio preferente, ha generado tensiones dentro de su propio gabinete, y al portavoz del partido no se le ocurre más que repartir mandobles al PP y a su líder. Muy creíble no resulta. Es un clamor, dentro y fuera del gabinete presidencial, que hace falta una voz que empatice con las emociones de los votantes, que no imposte y, sobre todo, que no despilfarre toda su energía en ataques gratuitos contra el adversario que ni son sensatos ni llegan a la gente. 

Al alcalde de Valladolid le quitaron como portavoz de la dirección socialista por llamar a las cosas por su nombre, a Sicilia deberían hacerlo por ser el fiel reflejo de un tipo de dirigencia política líquida que está pero pasará y que aporta más ruido que respuestas. El  portavoz del PSOE tendría que ser alguien que generase confianza, especialmente en momentos de crisis, que es cuando los electores están más pendientes del Gobierno que de la oposición. Esto, además de saber comunicar para llegar a las entrañas de la sociedad. No parece que el actual cumpla ni con lo uno ni con lo otro y tampoco que esta vez al PSOE le baste para mantenerse en el Gobierno con hacer del PP una bestia negra de origen tenebroso. Hace falta más nivel, menos brocha gorda y muchos más argumentos para aquellos que andan preocupados por una supuesta vulneración de derechos fundamentales, el pago de sus hipotecas por la subida de los tipos de interés, el recibo de la luz, el “timo” de los gasolineros o las dificultades para llenar la cesta de la compra como consecuencia de la inflación.

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