El discurso de un perdedor
Centrémonos. No había lugar para la investidura de un candidato sabiendo desde el principio que no contaba con los apoyos suficientes para salir elegido. A salvo de que consiguiera la traición de tránsfugas del PSOE que con tal impudicia ha suplicado el PP todo este tiempo. El jefe del Estado le concedió el gusto, sin embargo, a Núñez Feijóo. Y el candidato ha recordado ese encargo del rey como aval. Pero no ha sido un discurso de investidura, sino el mitin de un perdedor. A la manera de un boxeador sonado insistía en que había ganado las elecciones, volviendo a obviar el mandato constitucional de una democracia parlamentaria que encarga el Gobierno al candidato con más votos de los diputados. Nos acostumbramos a unos ritos poco saludables, porque en verdad ha sido un día nefasto por dedicar tanto esfuerzo a una ceremonia estéril que, como principal logro, ha vuelto a certificar los grandes fallos estructurales de la España real. Los que se deben y se pueden resolver.
Cada día nos despertamos con una prensa al servicio de todo poder que no sea precisamente el que debe: el de la sociedad. Por el contrario, trata de manipularla en su cometido principal. Periodismo y políticos degradan la esencia de dos pilares de todo Estado democrático y arrastran con ellos a otros estamentos esenciales. Y esa es la España real que votó en julio para elegir gobierno. Y no votó para que lo formara Feijóo.
La prensa del martes se desparramaba hablando de las indignidades que iba a denunciar Feijóo, de su apuesta por la igualdad nada menos, de sus principios, a través de todas esas flagrantes contradicciones a las que nos acostumbran y que han vaciado de estudiantes las Facultades de periodismo. Hablando de principios, igual se refieren al de transposición de Goebbels en toda su crudeza: cargar sobre el adversario los propios errores o defectos.
Y así se ha iniciado la que parecía una pataleta de Feijóo llena de invectivas hacia Pedro Sánchez a cuenta de su pasado, presente y futuro. La entrada con la amnistía ya indicaba que no habría más. A salvo de la habitual retahíla de mentiras. Gruesas. Feijóo ha vuelto a soltar toda su producción de bulos. Desde la macro y microeconomía a las pensiones, todo el repertorio. Le dejaron en ridículo en el pasado, pero parece que no para los suyos. Aquí en el resumen de elDiario.es encontrarán unos cuantos. Lo más burdo quizás, decir: “Tengo a mi alcance los votos para ser presidente del Gobierno”, añadiendo que él tiene principios y no quiere pagar el precio que implica. Es mentira. Junts y Vox son antagónicos, si cuenta con uno, no puede tener al otro. Y de hecho nadie más que Vox y UPN y CC a razón de un diputado, estos últimos, le apoya. No ha conseguido más. Ese es el problema electoral del PP a nivel nacional.
Ha pasado después Feijóo a hablar otra vez en futuro como presidente de lo que va a hacer, con todo su ideario notablemente conservador y un sinfín de contradicciones. No comparte “la dictadura activista del cambio climático”, la economía verde, sí, dice. Tampoco comparte “controlar la Justicia” tras cinco años de bloqueo del PP al CGPJ. En su mitin ha ido entrando en lo sucio y marrullero y ha dicho: “No comparto que se les llame fachas con toga a los jueces que aplican una ley mal hecha”. No se ha dejado detalle sin enfangar.
La sorpresa ha llegado por la tarde con la intervención de Óscar Puente, ex alcalde de Valladolid, por el PSOE. El PP se ha incomodado visiblemente porque no subiera al estrado Sánchez y han gritado: cobarde, cobarde, mientras él sonreía. Puente ha vapuleado a Feijóo de tal forma que la bancada popular ha llegado al pataleo, pero no decía ninguna mentira. “No pierdan el tiempo buscando traidores, pierdan la esperanza de quebrar a este PSOE”, ha afirmado con rotundidad. Y un buen diagnóstico: que no busquen los males del PP fuera del PP, recordando hitos bastante sonrojantes de su última trayectoria. Sensibles oídos del periodismo que conocemos han criticado la elección de Puente para contestar a Feijóo, incluso han usado la palabra de moda: la humillación, pero se trata de una investidura de contenido evanescente y esto, como poco, es la guerra, y hay que estar en el frente para no perder. Lamentablemente.
Los escribas del PP más aplicados iban pasando de los encendidos elogios a la sorpresa y el insulto a Sánchez por su supuesta cobardía. Tranquilos, el reglamento le permite hablar cuando quiera. Y la parodia de investidura no merece mucho más.
Feijóo volvía a subir al ring para ser nuevamente noqueado entre los vivas de sus compañeros de partido. Cada vez recordaba más a su predecesor en investiduras fallidas, Ramon Tamames, el que fuera presentado por Vox. El otro iba a sacar tajada, Feijóo parece no enterarse de qué forma se esta inmolando dada la elevada autoestima que refleja, lo mucho que se gusta.
El PP se rompía las manos de aplaudir como si pidiera bises a su presidente actual. En la memoria, el pasado reciente de cómo se las gasta la organización con sus perdedores.
Es un triste espectáculo, sin embargo. Una investidura ficticia debería ser prescindible. Luego se quejan de gastos cuya necesidad no comparten. Útil tan solo para conocer mejor el Congreso que ha salido de las urnas y asistir a una función en la que todos se iban retratando. No es poco que se hayan saltado algunas normas clásicas para al menos despertar al hemiciclo y oír algunas verdades rotundas –sin gritos– en boca de Óscar Puente.
Soñemos por un momento en unas mayorías parlamentarias más abiertas a la realidad y el progreso. Con la justicia bloqueada y el talante que domina gran parte de los medios lo tenemos más crudo, pero igual de alguna manera puede ser. Todo es intentarlo. Agobia tanta caspa y tanta trampa. Y todavía queda el temor de que alguna de ellas nos coloque a este Feijóo de presidente con todo el bagaje que ha evidenciado.
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