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La esperanza de vida de Mariano Rajoy

Miguel Roig

En su último libro, Injustice, publicado en Londres, el sociólogo Daniel Dorling analiza la desigualdad en el Reino Unido, la desmesura de las cifras que marcan un abismo entre una reducida capa social alta y una inmensa población sumida en la pobreza. A la hora de señalar culpables no encuentra matices pronunciados entre los conservadores y los laboristas: “es muy difícil decir cuál es la diferencia entre el Nuevo Laborismo y [Margaret] Thatcher”, arriesga.

Dorling toma una declaración de Thatcher para señalar las falacias del relato de la desigualdad como piedra de toque del sistema dominante. Según Thatcher la valoración de los individuos no parte de su igualdad sino todo lo contrario. Unos son más altos que otros, afirma, según su capacidad espontánea de crecimiento en una sociedad donde cada ciudadano puede desarrollar su potencial, tanto en beneficio propio como para el conjunto del cuerpo social.

Thatcher parte de la base de que los individuos tienen distintas habilidades por naturaleza y no que poseen capacidades diferentes porque viven en condiciones sociales desiguales. Si nuestras capacidades son distintas por un designio natural poco se puede hacer ante el destino, con lo cual, las desigualdades son normales y por tanto, que haya unos pocos ricos y una legión de pobres solo es causa de ese destino.

Mariano Rajoy en un artículo que publicó en El Faro de Vigo, el 4 de marzo de 1983, exponía un argumento similar: “La igualdad biológica no es posible. Pero tampoco lo es la igualdad social (…) Demostrada de forma indiscutible que la naturaleza, que es jerárquica, engendra a todos los hombres desiguales, no tratemos de explotar la envidia y el resentimiento para asentar sobre tan negativas pulsiones la dictadura igualitaria”.

En esta trama, en la que tanto los conservadores como los actuales socialdemócratas –desde que Gerhard Schröder señalara que no hay una economía capitalista y otra socialista, sino una buena y otra mala– van por la misma senda, pareciera que desde la política estamos encerrados en una suerte de cul-de-sac en el que poco importa el vehículo al que subamos, conservador o progresista: nadie nos sacará de allí.

Sin embargo el tejido social parece hilar tramas en la periferia de esta red económica que, parafraseando a Schröeder, para un pequeño grupo es buena y para el resto de los ciudadanos, muy mala.

Al margen de los indignados, que tienen todo el derecho de mostrar su rechazo a este modelo, pero que no dejan de ser un movimiento emocional más que político (como señaló Edgar Morin: los indignados denuncian; no pueden enunciar), acompañando la indignación muchos ciudadanos demuestran que se pueden articular y construir pequeñas tramas que nada quita que puedan converger en un relato solidario con el cual impugnar a los sofistas, ya sean ingleses o galegos.

El movimiento Plataformas de Afectados por las Hipotecas lleva ya cinco años trabajando y en este plazo ha conseguido detener más de mil desahucios, obtener miles de daciones en pago, condonaciones y alquileres sociales conquistados con gran esfuerzo, batallando caso a caso, semana tras semana, gracias a miles ciudadanos que aportan su teimpo y empeño a este movimiento.

La Marea Blanca de Madrid no ha sido una simple expresión de protesta ciudadana. Como explica Juan Luis Sánchez en este periódico, la Marea Blanca “ha desplegado un arsenal de recursos para la victoria que ha ido mucho más allá de la convocatoria de concentraciones. Ha habido planificación legal y mediática que han convertido la apuesta de [Ignacio] González en insostenible. Ha habido movilización y euforia afectiva, pero también recaudación de fondos, trabajo experto, escisiones y cismas internos a los que se ha sobrevivido, estrategia mediática, calendarios y 'puerta a puerta' en los centros sanitarios”.

Más de doscientas mil firmas en solo tres días consiguieron detener el plan de recortes en los complementos estatales de la beca Erasmus que planteaba poner en marcha el ministerio de Educación y un inesperado movimiento vecinal de un barrio de Burgos, Gamonal, consiguió parar un proyecto urbanístico poniendo en jaque al partido gobernante.

Cuando en 1999 el Partido Popular llevaba tres años en el poder y la debacle de los socialistas iba a más, Manuel Vázquez Montalbán publicó una columna en El País en el que predecía que los populares podrían llegar a gobernar diez años y criticaba el vigor con que la izquierda se autodestruía. Escribía Vázquez Montalbán: “Cuando gobernaba el PSOE teníamos la esperanza de que Felipe González supiera quien era Bertolt Brecht y de que en su fuero interno reconociera que el capitalismo a veces se pasa. Diez años. Casi toda mi esperanza de vida. Toda mi esperanza de historia”.

Lamentablemente, Vázquez Montalbán nos dejó mucho antes de lo que él imaginaba. Ahora, a diferencia de entonces, los problemas son mayores y los políticos están a una distancia mayor del campo social pero los ciudadanos, también a diferencia de aquellos días, confían en su esperanza de historia porque, poco a poco, se van metiendo en ella. Con lo cual, la esperanza de vida de Mariano Rajoy puede que sea –y así lo deseamos– larga, pero la de una sociedad igualitaria es mayor. Porque el instinto de conservación es inherente a lo condición humana.

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