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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Es más fácil contar muertos por balas que por un virus

Fragmento de las portadas del libro de Ivan Krastev y de Steven Johnson

Neus Tomàs

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En 2017 había registrados en WorldCat, el mayor catálogo bibliográfico del mundo, unos 80.000 libros sobre la Primera Guerra Mundial (en más de 40 idiomas) y apenas 400 sobre la gripe española (en cinco). Una cifra que contrasta con la cantidad de víctimas en un caso y el otro puesto que la gran epidemia que hace un siglo infectó a un tercio de la población mundial acabó con la vida de entre cincuenta y cien millones de personas, mientras que la Primera Guerra Mundial provocó 17 millones de muertos.

¿Por qué recordamos las guerras y las revoluciones, pero olvidamos las pandemias?, se pregunta el politólogo búlgaro Ivan Krastev en el ensayo ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo, publicado por la editorial Debate. La respuesta la encuentra en otro libro, El jinete pálido (Crítica) de Laura Spinney. Esta divulgadora científica británica considera que una de las razones fundamentales es que es más fácil contabilizar los muertos por las balas que los muertos por un virus. El otro motivo es que a las pandemias cuesta encontrarles una versión épica, no hay nada heroico en ser solidario durante una epidemia. Es un dolor arbitrario y nada patriótico pero que sea así no significa que haya que resignarse. Toca analizar los errores cometidos por las distintas administraciones, que los ha habido, e investigar malas praxis, como es evidente que se han producido especialmente en muchas residencias.

Durante la pandemia de la gripe española, como la del cólera (magníficamente descrita en El Mapa Fantasma de Steve Johnson y que en España acaba de publicar Capitán Swing), la gente también murió sin un funeral digno. En ese Londres de mediados del siglo XIX tampoco hubo despedidas por miedo a los contagios. Pero, a partir de un episodio tan cruento y gracias a la tenacidad de un médico, John Snow (1813-1858), la epidemiología avanzó en rigor y primó las investigaciones basadas en datos y en la lógica. Aun así, el coronavirus nos ha demostrado que somos una especie más vulnerable de lo que pensábamos.

Ahora, algunos analistas consideran que la pandemia provocada por el coronavirus es un “suceso cisne gris”, es decir, un acontecimiento predecible e impensable a la vez. Krastev es uno de ellos y, además, se atreve a pronosticar qué cambios geopolíticos y sociales puede provocar. Pese a compartir la advertencia del pensador Alexander Herzen de que la historia no tiene libreto, el politólogo búlgaro apunta algunas paradojas que la crisis provocada por la COVID-19 ha sacado a la luz. El tiempo dirá si, además, las ha acelerado.

Una de esas paradojas es que esta crisis ha mostrado el lado oscuro de la globalización aunque a la vez ha actuado como agente suyo porque ha tenido mayor incidencia en zonas muy pobladas y con gran movimiento. La duda que surge (una de ellas) es si en un futuro se reforzará la cooperación internacional o asistiremos a una cierta desglobalización. Y como europeos debemos preguntarnos qué papel debe jugar la Unión Europea en las políticas de salud pública. Ahora ya sabemos que la mayoría de medicamentos y mascarillas se producen fuera.

Otro de los interrogantes es si los movimientos populistas podrán salir beneficiados de esta situación de excepcionalidad. Los analistas divergen en las respuestas y no está claro si, una vez superado el miedo a la enfermedad, la crisis económica provocará una ola de indignación que será abono también para dirigentes autoritarios. Gestionar el miedo es difícil, pero más complicado es combatir la frustración. Lo fácil para muchos políticos y la tentación para no pocos medios es atizar conflictos a menudo estériles porque dan réditos y audiencia, como mínimo a corto plazo. Es un error y solo está en manos de los ciudadanos buscar cómo inmunizarse ante tanto despropósito.

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