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¿Fondos soberanos o participación de los trabajadores en el capital? Un debate en la izquierda anglosajona

El candidato demócrata estadounidense Bernie Sanders y el líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn

Andrés Ortega

Un nuevo debate, con origen en ideas de los últimos años, se están abriendo paso en la izquierda anglosajona. Los laboristas británicos proponen que los trabajadores participen en el capital de sus empresas. En EEUU, se está planteando la idea de crear un fondo soberano (como hay en varios otros países) para financiar el Estado de Bienestar, y, sobre todo, una posible Renta Básica Universal (RBU). No se trataría de una nacionalización. Interesante, si bien difícil en ambos casos.

La idea de la participación de los trabajadores en el capital de sus empresas no es nueva. Incluso Margaret Thatcher la promovió, y en 2013, el gobierno de coalición entre conservadores y libarles impulsó un programa de “acciones por derechos”, lo que indica que la idea goza de un cierto consenso político. De hecho, un estudio concluye que este tipo de esquema de propiedad del empleado aumenta el sentido de “justicia y felicidad”, y genera sentimientos de “motivación y bienestar”, como recordaba recientemente Merryn Somerset Webb.

Lo que propone el ministro laborista de Economía en la sombra, John McDonnell, es mucho más radical. Este, dentro de un planteamiento que califica de “democratización industrial”, defiende que las empresas con más de 250 empleados cedan entre 1% y 10%, de su capital a fondos sociales fiduciarios en manos de los empleados. Los dividendos (si los hubiere) de estas acciones irían a los empleados hasta 500 libras (560 euros) anuales. Si se superara esta cantidad, el resto iría a financiar políticas públicas de educación básica, sanidad, seguridad social u otras. 11 millones de empleados se beneficiarían de este sistema en el Reino Unido. Un problema es para los desempleados, en particular los que pierdan empleos, tareas o salarios de la mano de la revolución tecnológica y, por falta de preparación, no puedan optar por los nuevos empleos que se creen. Pues no tendrían acceso directo a estos fondos. Otro es que ese porcentaje cedido a los trabajadores puede estar en manos de fondos de pensiones de otros trabajadores o jubilados, invertidos en las empresas.

El debate en una parte de la izquierda Estados Unidos es diferente, pues se centra en la idea de un fondo soberano, que invertiría en acciones de empresas nacionales, pero también de otros países. Hillary Clinton estuvo a punto de apoyarla en 2016. Varios economistas han resucitado la idea bajo la forma de Fondo Americano de Solidaridad, aunque otros consideran que hay fórmulas alternativas y menos arriesgadas de conseguir los objetivos perseguidos con un fondo así (más y mejor gasto público, menos desigualdad, embridar el poder de los ricos, etc.). Ya hemos tratado aquí de la idea de capital público para rehacer el “equilibrio de poder” entre empleadores y empleados, o entre capital y trabajo (que se ha desequilibrado en favor del primero). Puede tener una lectura europea. En Europa hay diversos fondos soberanos, aunque suelen estar -no todos- ligados a ingresos derivados de la explotación de materias primas como el gas natural y el petróleo. El más famoso (y el mayor) es el de Noruega, con una gestión independiente del poder político del momento. Alaska, territorio de EEUU, con gas y petróleo, entre otras riquezas naturales, tiene un fondo permanente, cuyos beneficios reparte parcialmente entre la población, y en el que también se fijó Bernie Sanders. El Estado de Wyoming tiene otro de origen mineral que ha permitido reducir drásticamente impuestos. Claro que hay grandes diferencias entre fondos en la forma de gestionarlos. La independencia, como en Noruega, sería básica. Incluso cabría plantear la idea de un fondo soberano europeo.

Los que sí se están haciendo más comunes son los fondos de inversión estratégica, como recoge un informe del Banco Mundial, que observa cómo se han multiplicado en los últimos 15 años y los alienta. Estos fondos estratégicos actúan no tanto como propietarios o accionistas sino como multiplicadores o incitadores de la inversión privada. Aunque no es lo mismo, Irlanda, por ejemplo, dispone de un fondo de inversión estratégica (ISIF), de 8.900 millones de euros con un mandato muy particular: invertir sobre una base comercial de modo a apoyar la actividad económica y el empleo en Irlanda. La UE tiene un Fondo Europeo para Inversiones Estratégicas, dependiente del Banco Europeo de Inversiones (BEI) por valor de 21.000 millones de euros, para impulsar inversiones privadas que llegue a 315.000 millones de euros, y, aunque modesto para una economía como la de los aún 28, está demostrado su valía.

Lo que está barajando una parte de la izquierda estadounidense es un Fondo Soberano de Riqueza destinado, a través de sus dividendos, a financiar una Renta Básica Universal (RBU). Algunos cálculos, como los de Steve Randy Waldman señalan que para generar una RBU de 1.000 dólares al mes para los adultos de ese país, con un rendimiento de 4% anual, se necesitaría que alcanzara los 75 billones de dólares o 64% de todos los activos de las empresas. Una exageración, incluso si los ciudadanos con más ingresos devolvieran esa RBU en su declaración de la renta. Aquí también hemos defendido la idea de un Impuesto Negativa de la Renta, que tendría los mismos efectos entre los sectores más necesitados, pero a más bajo coste y endeudamiento.

Pues naturalmente, se plantea el problema del origen de estos fondos soberanos al haber ya hay un exceso de deuda pública en Europa y en el mundo. Pero esto no quita para que la idea de fondos soberanos, nacionales o europeo, pueda tener sentido, sobre todo cuando las nuevas corporaciones digitales eluden con tanta facilidad los impuestos, la recaudación a través del impuesto sobre la renta tiene límites y sobre el capital se ve mermada por la competencia global.

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