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Franco, fuera de Cuelgamuros

El Valle de los Caídos aumenta el número de visitantes en las últimas semanas

José María Calleja

Cuelgamuros es la prolongación de Franco por otros medios. Un parque temático del franquismo, un paquidermo simbólico y arquitectónico de muy difícil resignificación. Franco sigue ahí, entronizado, a veces con la lápida circunvalada por un cordón morado sobre soportes de madera, siempre con flores. José Antonio Primo de Rivera, sin la tilde en la e de su lápida, está a su lado. Los dos bajo una bóveda de casi cinco millones de teselas en la que aparecen, entre otros,  falangistas de pelo en pecho y requetés de marrón, con la estética característica de Carlos Sáenz de Tejada y de Lezama, uno de los autores de la narración figurinista del franquismo. Ahora diríamos relato. A veces da la sensación de que los curas que ofician la misa de once, con micrófono inalámbrico pegado a la boca y monaguillos que no pueden con los hachones bamboleantes, van a levitar nada más acabar la interminable ceremonia, daros la paz, y ascenderán a la bóveda para quedarse pegados allí, como un chicle debajo del pupitre, hasta otra misa preconciliar.

Cuelgamuros, hay que llamarlo así, como bien nos insiste Claudio Sánchez-Albornoz, el egregio superviviente de aquel campo, protagonista de la película Los años bárbaros,  de Fernando Colomo, que narra su fuga estrambótica de aquel horrible lugar.

Cuelgamuros fue construido como túmulo onanista de Franco en medio de un país que se moría de hambre, de frío y de miedo. Hubo un trasiego de camiones negros que hacían de volquete de los restos mortales de miles de fallecidos republicanos, a quienes sus familias jamás hubieran llevado allí, y a las que, por supuesto, no consultaron los franquistas de Franco para su traslado.

Al principio iba a ser un gigantesco enterramiento de los caídos fetén, los del bando nacional, pero ante la falta de quórum mortuorio, ante la negativa de muchas familias de los franquistas a que los restos de sus familiares fueran trasladados allí, ante la gigantesca dimensión del túmulo, imposible de colmatar, echaron mano de fallecidos republicanos, sin consulta previa, claro.

El discurso de Franco en el que explica la erección del templo decía que “en el desarrollo de nuestra Cruzada hay mucho de providencial y milagroso”, y también, “mucho fue lo que a España costó aquella gloriosa epopeya de nuestra liberación para que pueda ser olvidado, pero la lucha del bien contra el mal no termina por grande que sea su victoria”. Vaya idea. Sobre esos marcos cognitivos y arquitectónicos decidió Franco construir Cuelgamuros nada más acabar la guerra. Qué urgencia.

Para sacar a Franco de Cuelgamuros nunca ha habido tiempo. Nada más morir el dictador, con aquellas imágenes del entierro, recientes aún los partes del equipo médico habitual, “heces fecales en forma de melena”, parecía una temeridad sacar al recién inhumado, no sólo por el peso de la losa.

Con el primer gobierno socialista en 1982, era más urgente poner en condiciones la educación y la sanidad publica, el AVE a Sevilla, que levantar aquella lápida de toneladas. Aznar no tuvo entre sus mil primeras urgencias exhumar al dictador, al que elogió de soslayo en sus denuestos a la Constitución. Con Zapatero se hizo incluso un estudio para darle la vuelta al sitio, para que dejara de ser un elogio del franquismo y se convirtiera en un lugar de reconciliación entre españoles, con otro discurso, con otra forma de contar aquella aberración. Tarea complicada si se mide desde la estética, aunque éticamente necesaria.

Rajoy se ha vanagloriado de dar cero euros a la ley de Memoria Histórica. Si casi todo le parecía un lío, esto ha sido una algarabía de silencios. Tiene ahora Sánchez la oportunidad de sacar al “bicho” –Sánchez-Albornoz , otra vez- y llevárselo a un no lugar, parecido al que no ocupan Hitler y Mussolini; ya estaba tardando en decirlo.

Ya hay una sentencia judicial firme que establece la exhumación de los hermanos Lapeña, de Calatayud (Zaragoza), que establece que deben ser sacados de Cuelgamuros y que aún no se ha cumplido. El prior del establecimiento se negó a ir al Senado a explicar su negativa y tuvo que ser la propia jerarquía eclesiástica la que le afeó la conducta. La montaña del Senado fue a este mahoma de granito. Esa jerarquía de la Iglesia tiene ahora su momento estelar para facilitar la salida de Franco de aquel monumento tan nacionalcatólico y de las JONS. Ya ha dicho que el dictador tiene que estar fuera de allí y es de agradecer.

Se trata de voluntad política y de criterio de oportunidad. Los dos los reúne el gobierno de Sánchez. Se añade que no solo la Biblia establece que lo que tengas que hacer, hazlo pronto, es que como no lo hagas en los primeros minutos del partido, como los sometas al VAR, te van a dar fuera de juego. Tu sacas a Franco ahora, y los hipocondriacos en plantilla pasan un primer mal rato, pero luego no hay quién lo vuelva a meter en el nicho. La familia del interfecto que diga misa.

La “persistencia y el espíritu de la cruzada petrificados en la roca de una montaña”, deben ser desactivados con la salida de Franco. Existen grúas potentes que facilitan la tarea. (Grúas Usabiaga tiene unas excelentes, busquen el teléfono).

Una vez sacado Franco, hay que explicar Cuelgamuros de forma democrática. A pesar de la cruz de 150 metros de alto y cuarenta de brazos por los que caben dos coches en el mismo sentido.

No hay que volarlo, como dicen algunos, se trata de explicarlo desde una perspectiva civilizada; aquí es fundamental el contexto: cómo es posible que en un país que se moría de hambre, de miedo y frío, Franco se sintiera Tutankamon y le dijera al arquitecto vasco: “más alto, Muguruza, más alto”, para que aquel espacio tridentino fuera lo más alto entre el cielo y el suelo.

Aunque la estética terebrante de aquel lugar, inmenso de franquismo, sea irrecuperable para la democracia, pidamos que al menos los letreros y leyendas, los guías, sean capaces de explicar el autodenominado Valle como una consecuencia del destrozo que supuso en la historia de España el golpe de Estado contra la República, como un retrato de un enfrentamiento que se llevó muchas vidas por delante y con un aviso para que no volvamos a matarnos; sobre todo, que no vuelvan a matarnos. Menos aún, que el dictador que inauguró su régimen fusilando y lo acabó fusilando, no esté allí entronizado, como si tal cosa, con sus heces fecales en forma de melena.

Sánchez, lo que tengas que hacer, hazlo pronto. Saca a Franco ya, mañana es tarde.

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