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Con el fútbol y la propaganda nos quieren comer el cerebro: resistámonos

Carlos Elordi

Quien tenga dudas sobre la necesidad de un medio como eldiario.es, que eche un vistazo a lo que hay por ahí fuera. Este periódico tendrá fallos y problemas, sabrá todavía a poco, pero cuenta con algunos atributos de los que carecen la mayoría de los medios de comunicación españoles: dignidad, respeto a los lectores, a los que se trata como personas inteligentes, y también pundonor periodístico, o sea, orgullo de ejercer una profesión que por muy mal pagada y poco valorada que esté puede y debe cumplir una función importante en una sociedad democrática y libre. Ya nada de eso existe en las televisiones, la mayoría de los periódicos de referencia y en buena parte de las radios. Solo algunos destellos individuales de honestidad profesional rompen en ellos la tónica agobiante de la manipulación, la propaganda, más o menos disimulada, y el desprecio a la audiencia.

En estos días, pero la cosa viene de hace tiempo, el tratamiento de dos asuntos está confirmando más a las claras que nunca la degradación de los medios informativos españoles. La propaganda oficial sobre la supuesta recuperación económica es uno de ellos. La histeria por el fútbol es el otro.

En torno a la primera, y después de un año de bombardeo implacable de mentiras, medias verdades y exageraciones oficiales sin cuento, la gran novedad es que se han silenciado las voces críticas que ocasionalmente contestaban en los medios la euforia del Gobierno. Eran pocas, pero ahora son muchas menos, no queda casi ninguna. Sería interesante investigar cómo se han ido eliminando. Si es que les han negado la posibilidad de seguir publicando o si es que les han disuadido de ser díscolos con amenazas de que podían pagarlo en otros terrenos de su vida laboral.

Lo cierto es que el pensamiento único se va imponiendo. Alguien en las alturas ha concluido que lo único que pueden recibir los ciudadanos son noticias positivas, mensajes de aliento y promesas de un futuro mucho mejor. Y las teles, incluidas algunas que hasta hace poco se creían independientes, compiten por ser las más aplicadas en esa tarea. Sus bloques de información económica y de sociedad son una secuela diaria de éxitos en los campos más insospechados. Ningún problema, salvo cuando éste es muy gordo y no se puede ocultar, contradice el relato que todo lo pinta de color de rosa. Los conflictos laborales, casi siempre por cierres de empresas, sólo aparecen de pascuas a ramos. Los desahucios dejaron de existir desde que hace un año el Gobierno se inventó una ley que no ha valido para nada y, como prueba de ello, durante el periodo de su vigencia se han producido más expulsiones de viviendas –casi 45.000- que en el año precedente. Y del paro no se habla, salvo cuando el cada vez menos fiable registro oficial de demandantes anuncia un descenso del número de inscritos que el Ejecutivo eleva a categoría de inapelable confirmación de tendencia imparable hacia el pleno empleo. Sin que ningún en medio, ni siquiera los que suponía más serios, ose contradecir las declaraciones oficiales.

Es obvio que la economía no sigue hundiéndose imparablemente como ocurría hace un año. Si no fuera así ya estábamos rescatados, quebrados o las dos cosas. Y ya si no se está cayendo por el abismo, lo normal es que el PIB suba un poco… respecto de cuando iba para abajo. La suma algebraica de ambos procesos sigue siendo claramente negativa. Lo sabe cualquiera que recuerde que el PIB cayó un 1,3 % en 2013. Y por mucho que crezca en el 2º trimestre, de eso aún no se ha recuperado ni un tercio.

Que un diario como El País esté echando por la borda todo su prestigio evitando cualquier reflexión de ese tipo o a veces hasta sumándose, eso sí, con la boca pequeña, a la campaña oficial, es la más triste ratificación de que la prensa española ya no es fiable ni independiente. Cuando menos en sus líneas editoriales, y salvo honrosas excepciones, ningúna a cargo de diarios de difusión estatal. En ningún país europeo de referencia, ni siquiera en la denostada Italia, se produce un sometimiento tan servil y generalizado a una campaña propagandística del gobierno, falaz, por demás.

Siendo otra cosa, la actual obsesión informativa y publicitaria por el fútbol seguramente es tan poco neutral como esa campaña. Y no sólo porque aquí también se juegue mucho dinero, aunque fluya por otros cauces. Sino porque tener entretenido y apasionado al personal, y no digamos feliz si gana su equipo, contribuye a que la gente son se ocupe de otras asuntos e incluso a que se crea que las cosas del país han vuelto a ser la de siempre, a que ya no hay crisis. No hay nada nuevo en la sustancia de esa práctica. Se han escrito libros sobre lo del “opio del pueblo”. Y, además, lo del interés masivo por el fútbol, del que participan gentes de derechas y de izquierdas, parados, empleados y hasta indignados, no se lo ha inventado este Gobierno. Lo extraordinario es el desmadre informativo que hay en torno al asunto desde hace ya unas cuantas semanas. Sí, aunque a alguno le disguste reconocerlo, el fútbol es, de alguna manera, importante. Como todo lo que le importa de verdad a mucha gente. Pero lo que están haciendo los medios, particularmente las teles, es un despropósito infame, una sinrazón que, además de otros motivos, posiblemente ninguno encomiable, debe también responder a alguna consigna llegada desde las alturas.

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