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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Ganó la memoria

Gabriel Boric. EFE/Elvis González

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Una vez Pedro Lemebel me dijo que con la memoria herida cuesta volver a soñar un país. No pienso pedir perdón por citar al escritor chileno cada dos columnas en este diario. El otro día, a propósito del triunfo de Boric, la escritora Fernanda Trías hizo una encuesta preguntando quién era nuestro “crush chileno” y, aunque dudé mucho, pero muchísimo, el mío es la Lemebel. 

Ha costado y cuesta pero qué bonito ha sido ver soñar al pueblo chileno. Y que sus sueños se hagan realidad para curar la herida. Que con la constitución de Pinochet harán muy pronto una bola de papel que vuele directa a la papelera es la mejor noticia del año. Pablo Iglesias lo celebró diciendo “gracias por llegar mucho más lejos”. Literal: El proceso colectivo en Chile llegó mucho más lejos y por eso la ultraderecha fue derrotada en su propia cancha, en el país del milagro económico neoliberal. El otro día no ganó Boric, ganó la memoria, ganó el fuego del estallido social, ganaron los ojos perdidos, robados por Piñera, que volvieron a ver; ganaron las niñas del metro, la resistencia mapuche, la canción protesta de nuestras infancias rojas y los libros quemados, la memoria de cada perseguido, desaparecido y asesinado por la dictadura. 

Cuesta pero la herida reverbera y se hace piel queloide, escara de coraje y resistencia, montaña de surcos y tejidos. La cicatriz despierta y empieza a moverse. De ese lugar partió la sociedad chilena para dejar de regirse por la carta que escribió y firmó el máximo responsable de las brutales violaciones contra los derechos humanos de ese país. Esa constitución que permitió que todos estos años se enriquezcan los mismos, mientras empobrecían todos los demás. La que privilegió militares y olvidó a sus pensionistas. Una constitución machista que olvidó a sus mujeres, ellas, que le dijeron al mundo que el Estado opresor también es un macho violador. Una constitución racista que olvidó a sus indígenas. Una constitución colonial que borró a sus mapuches. 

“El neoliberalismo nace y muere en Chile” se convirtió en profecía. Este nuevo horizonte que les espera a chilenas y chilenos es complejo, exigente y les demanda mucha responsabilidad porque nunca como ahora la frase “escribir su propio futuro” se hizo tan tangible, ni tan necesaria la representación de voces, fuerzas sociales y políticas distintas fuera de la vieja política. Chile podría ser otro, no gracias a un presidente progresista de la nueva izquierda, que también, sino gracias sobre todo a la inteligencia colectiva y al trabajo de las organizaciones de base que procurarán enmendar años de injusticia y desigualdad, y recuperar derechos sociales usurpados. No pudieron con elles ni la represión brutal, ni la pandemia. 

Yo como peruana solo puedo desear que también pronto quede atrás la constitución de nuestro propio dictador, la de Alberto Fujimori. Mientras Vargas Llosa le encomendaba al ultraderechista ganar para inclinar al continente a la derecha, todas las demás hacían peso hacia el otro lado y volvían a abrirse las calles y las grandes alamedas para que pasen las personas libres a construir un mundo mejor. Felicidades por despinochetizar sus vidas un poco más, amigues chilenis.

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