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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El gatillo de la memoria

Huerta orgulloso de que el Ministerio de Cultura vuelva al mapa del Gobierno

Montero Glez

No sé para qué sirve un ministerio aunque, si no fuese por un ministro, yo no estaría aquí tecleando. Me explico. Porque a primeros de noviembre de 1936, cuando el gobierno legítimo tiró para Valencia, mis abuelos se quedaron defendiendo Madrid de la agresión. En el ambiente se respiraba que el enemigo no tardaría en tomar la ciudad y el ministro anarquista Juan García Oliver desplegó un mapa de operaciones sobre su mesa. Alrededor de él, los generales soviéticos, acompañados del comandante Vicente Rojo, escuchaban atentos las indicaciones del Joanet.

Si no hubiese sido por la intuición de aquel ministro, mis abuelos, por parte de padre y madre, no lo hubiesen podido contar y la cadena biológica de esperma y óvulos se hubiese acabado una madrugada de principios de noviembre. Por eso, en mi cartera, siempre falta dinero pero lo que nunca falta es la foto del Joanet, que llevo junto a la del Camarón y que un buen día me bendijo su viuda, la Chispa. Me siento orgulloso de cargar tanta memoria.

Todo esto viene al dedo por los recientes nombramientos ministeriales donde canta por peteneras el ex-consejero florentino de Abengoa y, sobre todo lo demás, canta por carceleras el nombramiento de Grande-Marlaska, un juez con tendencia genética a la represión. Luego está Màxim Huerta, que es ministro irreverente, bizcochón y buen compañero, un tipo que se enfrenta a un reto destacable en su ministerio, me refiero al desafío de los derechos de autor.

En un país donde un artista tan inmenso como Camarón de la Isla murió sin recibir un puñetero derecho de autor, tiene que resultar un insulto dedicarse a ser Ministro de Cultura. Pero Màxim tiene la oportunidad de dar la vuelta a esto y, en el caso de los que nos dedicamos a los libros, conseguir que los autores no seamos los últimos de la cadena en cobrar, cuando toca cobrar, ya que pocas veces sucede esto último.

Recibimos un mal llamado anticipo pues, a tal “anticipo”, no le sigue dinero alguno. Las cuentas de las editoriales son opacas y groseras. Pero en una época de tecnología digital, solventarlo es fácil. La solución reside en el código de barras. Es muy simple. Cada vez que alguien compre un libro y que pase el código de barras por caja, el royaltie o regalía a percibir por el autor debería quedar reflejado en su cuenta bancaria.

Tales asuntos son los que dan valor a un Ministerio de Cultura. Espero que el amigo Màxim no desaproveche la oportunidad y que, ya puesto, revise el tema de los derechos de Camarón.

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