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La 'influencracia'

La influencer Tamara Falcó, durante su intervención en la XIV Congreso Mundial de las Familias, en Ciudad de México (México). EFE/Sáshenka Gutiérrez

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Hubo un tiempo en que los periódicos y televisiones llamaban a expertos para que opinaran sobre los temas de actualidad; en la prensa escrita estaban los columnistas regulares que intentaban no dárselas de superexpertos y brillaban más por su pluma y gracejo que por sus conocimientos de todo. En los medios audiovisuales la cosa iba derrapando y llegaron los tertulianos, superhombres con capacidad para saber de todo, pero al menos (algunos) con cierto nivel cultural. Mientras tanto, en el mundo paralelo de internet aparecían los bloggers, una cosa un poco onanista de gentes que contaban con regularidad sus opiniones sobre lo divino y lo humano. Y ahora hemos llegado al caos con los influencers.

Hace varias semanas, en el programa de citas televisivo First Dates, en la conversación de dos chicas que comenzaban a conocerse, una le preguntaba a la otra qué influencers seguía. Las referencias a músicos, películas o libros que formaban parte de nuestra forma de identificar nuestros gustos hoy se ha desplazado a influencers, con la diferencia de que estos no saben ni aportan nada de cultura musical, cine o literatura.

Cantantes o actrices pontificando sobre vacunas, veinteañeros que no aprobaron la ESO dando lecciones de feminismo sin haber leído un libro, tiktokers atiborrados de Monster entrevistados en programas de televisión de máxima audiencia para opinar sobre geopolítica, nancys con media hora de edición en photoshop explicando en instagram dietas de adelgazamiento, poligoneros macarras iluminándonos sobre inversiones en criptomonedas y gamers rajando de Hacienda porque les fastidia pagar impuestos.

Sus seguidores se cuentan por millones; sus ingresos, más millonarios todavía. Y por lo general, el número de seguidores e ingresos es inversamente proporcional a su formación, número de neuronas y cumplimiento de sus obligaciones fiscales.

El carácter pernicioso de la mayoría de los influencers ocupa un amplio espectro temático:

Científico. La pandemia ha mostrado el peligro que suponen las opiniones de muchos famosos de toda la vida, pero también de algunos jóvenes influencers, que se han incorporado más tarde. Desde el negacionismo sobre la existencia del virus, pasando por el negacionismo de la eficacia de las vacunas. En otros casos hemos asistido a remedios y curas peregrinas y absurdas para el covid y para otras enfermedades (la última, el vinagre para adelgazar). Los desmentidos científicos para neutralizar sus daños colaterales son constantes.

Ideológico. Salvo excepciones, el panorama ideológico es el de un Tea Party ultraderechista embistiendo contra el feminismo, los sindicatos, los gastos sociales y cualquier político que les suene a izquierda. Sus mantras son las odas al neoliberalismo y el individualismo económico. En realidad no es que hayan leído a Milton Friedman o Friedrich Hayek, nunca leyeron nada, simplemente han encontrado un filón de ganar dinero como youtubers o gamers, piensan entonces que el sistema económico neoliberal es estupendo porque ellos se han hecho ricos y que maldita la gracia pagar impuestos.

Financiero. La Organización Internacional de Comisiones de Valores llegó a lanzar una advertencia el papel que pueden tener los influencers que anuncian productos de alto riesgo, como venta de divisas o criptomonedas. En España, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) abrió una investigación sobre algunos a la vista de sus propuestas sobre activos financieros sin ajustarse a la legislación que los regula.

Actualidad. Como he señalado al principio, es verdad que ya teníamos columnistas y tertulianos todólogos, pero al menos sabían escribir o argumentar algo. Influencers ágrafos y sin capacidad de hilvanar cuatro ideas en un discurso ahora son expertos en fútbol, en Ucrania, en calentamiento global y en automóviles eléctricos.

Unas redes sociales que parecía que nos traían la máxima libertad de expresión nos están dejando un mundo intoxicado por los bulos, crispado por el odio y estupidizado por los influencers.

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