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¿Se puede informar bien sobre las vacunas?

La ministra de Sanidad, Carolina Darias, comparece en una rueda de prensa, en Valladolid.
8 de abril de 2021 22:31 h

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Es difícil encontrar un asunto de mayor trascendencia en la actualidad que el proceso de vacunación. Tras más de un año de pandemia, el desgaste de la población mundial es enorme. Estas últimas semanas, parece atisbarse por fin un trascendental cambio de escenario. La política no sirve por sí sola para solucionar la crisis sanitaria. Su función solo puede ser la de intentar controlarla y reducir en lo posible su impacto. La única respuesta definitiva solo puede venir de la ciencia. En apenas unos meses, los laboratorios han sido capaces de encontrar en paralelo diferentes vacunas que deben ser capaces de cortar la propagación del coronavirus.

Incertidumbre general respecto a la COVID-19

Pese a tratarse de la acción más celebrada por todos, estamos viviendo tiempos de gran incertidumbre derivados de la complejidad que supone la mezcla de la ciencia y la política. Tal y como explica el periodista científico Antonio Calvo, “la ciencia no ofrece verdades como puños y la política y la comunicación se llevan muy mal con esta falta de certezas”. Los ciudadanos exigimos con toda justicia una información veraz, transparente y rigurosa. Pero, por el contrario, abunda la contradicción, la rumorología y la inseguridad. La mayor parte de los españoles afrontamos la inquietante situación con espíritu colaborativo. Seguramente, necesitamos tanto encontrar una solución que deseamos creer a toda costa en una salida del riesgo que amenaza nuestra existencia. 

La política convive hoy con la ciencia más allá de lo que nunca antes lo haya hecho en la historia de la humanidad. Un editorial de la prestigiosa revista científica Nature defiende que “la pandemia de coronavirus ha impulsado la relación ciencia-política a la arena pública como nunca antes y ha puesto de relieve algunos problemas graves. Existe un intenso interés mundial en cómo los líderes políticos están usando la ciencia para guiar sus decisiones, y cómo algunos la malinterpretan, la usan mal o la reprimen”. Y completa el argumento alertando de que “quizás aún más preocupantes son las señales de que los políticos están rechazando el principio de proteger la autonomía académica o la libertad académica. Este principio, que ha existido durante siglos, incluso en civilizaciones anteriores, se encuentra en el corazón de la ciencia moderna”.

La difícil relación entre ciencia y política

El problema inicial es que ambos mundos, política y ciencia, no son fáciles de enlazar. Tienen reglas de funcionamiento diferentes. Hablan idiomas distintos. Y también, se miden en tiempos diferentes. Según la presidenta de la Asociación Española de Comunicación Científica, Elena Lázaro, “mientras que la política tiene la obligación de resolver problemas de una manera inmediata y eficaz, la ciencia tiene unos tiempos más lentos”. La dificultad mayor surge cuando millones de ciudadanos miramos a las autoridades de medio mundo para que nos informen de lo que pasa y de cómo debemos actuar. Nadie entiende que la información que nos llega se rectifique a sí misma día tras día. Para colmo, la política no ayuda a la comprensión de los mensajes. La utilización como arma de confrontación ideológica acaba por llevarnos al delirio colectivo. “Esto provoca además un descrédito en general en los científicos y en las investigaciones porque, al no explicarlo bien, la incertidumbre de la ciencia se ve como desconocimiento y como que los científicos actúan bajo influencia de los políticos”, explica por su parte Calvo. 

En estos meses hemos asistido, no solo en España, a una continua polémica en el ámbito político sobre la supuesta defensa de los derechos individuales frente al criterio de la ciencia en defensa del bien colectivo. En la revista médica The Lancet, Richard Horton exponía un paradigmático caso ocurrido en Gran Bretaña: “Un grupo de miembros del Partido Conservador de la Cámara de los Lores, dirigido por el escritor científico y periodista (vizconde) Matt Ridley, escribió en The Times el 10 de octubre que 'cualquiera que desee reanudar su vida normal y correr el riesgo de contraer el virus, debe ser libre de hacerlo'. Esta enfermedad no se puede abordar solo a través de la responsabilidad individual. El estado también es responsable de la salud de sus ciudadanos. Y, por tanto, es el gobierno el que debe intervenir para proteger su bienestar”. 

El error como parte del aprendizaje

La coexistencia del conocimiento científico y la política ha cobrado especial protagonismo durante este último año. La política carece evidentemente de la solvencia necesaria para tomar trascendentes decisiones, para las que se requiere un alto nivel de formación especializada. Sin embargo, en muchos momentos, también hemos podido comprobar cómo las contradicciones inherentes a la investigación científica conviven muy mal con el ejercicio de la política y de la información. La ciencia necesita tiempo para experimentar y el error es tan necesario como el acierto para completar el conocimiento. En política, el error no es admisible. Y si existe, se intenta hacer desaparecer o tapar como sea.  

En un laboratorio los errores se comunican internamente para que todos tomen nota. La investigación científica crece a partir de descartar caminos equivocados hasta dar con la solución correcta. En política, este fundamento es implanteable. “A la ciencia le sobra humildad y a la política le falta. La primera no tiene problema en ir reconociendo sus errores, pero a la política le cuesta admitirlos porque entran en juego los intereses partidistas”, explica Elena Lázaro. En una institución científica carecería de sentido la existencia de un sistema de gobierno y oposición sistemática que celebrara las equivocaciones de quienes lideran el trabajo para intentar acabar con ellos. En la competencia partidista democrática no tiene hueco la experimentación, ni la paciencia, ni el trabajo conjunto y colaborativo de todos para ayudar a encontrar soluciones rápidas y eficaces.

En busca de respuestas acertadas

La divergencia natural entre los intereses de ciencia y política se centra en estos últimos tiempos en que “los políticos quieren añadir credibilidad a sus decisiones mediante la presentación de asesoramiento científico de apoyo. La dificultad con esto en la crisis de Covid-19 es que los científicos no siempre tienen respuestas concretas y pueden sentirse presionados por los políticos para ir más allá de lo que realmente se sabe”. Son palabras de Frédéric Jenny, catedrático de Economía en París, en una entrevista para VoxEU, del Centre for Economic Policy Research. 

La comunicación forma parte intrínseca de la política. Son actividades inseparables. Los partidos y los opinadores comparecen a diario para mostrar públicamente sus posiciones y discutirlas en el ámbito de lo ideológico y rara vez en el mundo de los hechos indiscutibles. No se busca la objetividad, sino que se potencia la subjetividad. La base del debate democrático tiene lugar en el escenario de los medios de comunicación y en la selva de las redes sociales y se fundamenta en la confrontación de juicios y nunca en la búsqueda del consenso razonado y acordado. La noticia en el mundo de la política surge a diario, hora a hora, minuto a minuto. Si es necesario, se fabrica o se inventa. No hay lugar para el vacío.

La comunicación científica vive en otro universo. Solo tiene sentido después de la correspondiente fase de investigación y una vez que se han obtenido respuestas a los interrogantes planteados. La ciencia vive de cierto oscurantismo obligado por el estudio, la experimentación, el hallazgo y la comprobación. En el mundo científico la noticia surge únicamente cuando hay una noticia.

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