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Inteligencia artificial con voz femenina

Sophia, el primer robot en conseguir la ciudadanía de un país (Arabia Saudí)

Andrés Ortega

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La Inteligencia Artificial (IA) tiende a ser construida por hombres, cuando no cada vez más por las propias máquinas o algoritmos (machine learning). Los hombres dominan Silicon Valley. No sé si en China. Pero a los ingenios de IA se tiende a ponerles voz de mujer. No de cualquiera, sino de entre 30 a 40 años, y con un toque de sensualidad. Es lo que reflejan las encuestas que elaboran las empresas en este sector. Y es lo que se traduce en la voz de Siri (Apple), de Alexa (Amazon), Cortana (Microsoft), el o la asistente de Google, etc. Aunque se pueda elegir otras voces, las femeninas vienen por defecto.

Algunos sociólogos creen que esta predilección empieza ya en el vientre materno. Las citadas encuestas arrojan esta preferencia de forma abrumadora, tanto para hombres como mujeres usuarias, al menos por defecto. No siempre fue así. Siri en el Reino Unido tuvo al principio voz masculina por defecto. En tiempos, Loquendo, corporación multinacional de tecnología de software, fundada en 2001 en Italia, desarrolló en castellano las voces (muestras concretas de actores con las que se ensamblan palabras y frases) de Jorge y Carmen. Jorge, mejor desarrollado, tuvo más éxito. Tanto que hoy esa voz está aún presente en autobuses de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid. En 2001 una Odisea Espacial, la película de Stanley Kubrick que cumple medio siglo, la voz del ordenador HAL de la nave era masculina. Y tenía algo de malvado.

Son aún actores los que graban estas voces para la inteligencia artificial, a medida que ésta se acerca al lenguaje natural. Cada vez más se están desarrollando voces sintéticas, pero no lo son realmente, en contra de lo que pasa con la música. Las voces sintéticas no se generan aún de cero, sino de muestras específicas humanas grabadas. Quizás el punto álgido de estas voces sintéticas sea Hatsune Miku, la cantante virtual japonesa que recientemente protagonizó una ópera vocaloide, The End, en las Naves Matadero de Madrid. Interesante, más allá de la música, también por el libreto. Primero por la diferencia de culturas, por ejemplo, en las reflexiones de la protagonista, que se sabe sintética, en torno a la muerte, y lo que hay o, mejor dicho, no hay, después. Y luego por algunas de las cosas que decía la protagonista sobre las nuevas tecnologías. Por ejemplo, cuando señalaba que ella no hablaba por el móvil con personas, sino con el propio teléfono.

Los asistentes personales, de momento, son solo voces (e IA) que salen de algún aparato, incluido el móvil, la tableta, el PC u otros ingenios. Pero se están empezando a desarrollar imágenes o humanoides con estos fines, y abrumadoramente, lo son con forma de mujer. Sophia es la de Hanson Robotics, una humanoide que por primera vez obtuvo el año pasado la ciudadanía de Arabia Saudi, un país en el que los derechos de las ciudadanas están más que limitados. Otro ejemplo reciente es Ava Autodesk de una empresa (Soul Machines) de Nueva Zelanda, que lleva la idea del o de la asistente a nuevas fronteras, con la que están trabajando algunos fabricantes de automóviles de alta gama, y algún banco.

Esta cuestión del género en la voz y la imagen de la IA está adquiriendo centralidad, pues más incluso que el reconocimiento facial (el teclado pasará a la historia, salvo para algunos, y el reconocimiento facial aún no se ha desarrollado lo suficiente para esto), la voz va a ser -lo está siendo ya cada vez más- la interfaz central en nuestras relaciones con las máquinas de la actual y futura revolución tecnológica.

Un problema, más que la voz, es el contenido de la Inteligencia Artificial, por algunas limitaciones de los propios sistemas (como con Rekognition, el programa de reconocimiento facial de Amazon, en contra de personas con piel oscura), o el género de quien diseña los logaritmos y los alimenta con datos masivos (big data). Se trasmiten así sesgos y prejuicios de los programadores, de los algoritmos que diseñan y de los que proporcionan sus datos, no solo hacia la mujer, sino hacia las minorías. Por ejemplo, en medicina, la IA en EEUU tiene un sesgo hacia los blancos, que son de los que provienen más datos.

También pesa la educación. En España, por citar un ejemplo, solo un 13% de los estudiantes universitarios en carreras tecnológicas son mujeres, según un estudio del Ayuntamiento de Barcelona. Y sólo una de cada tres personas que trabaja en el ámbito de las TIC es una mujer. Aunque hay culturas en las que, quizás, por la novedad y la necesidad de colmar un atraso, esta situación está cambiando, como, aunque pueda parecer paradójico, en el mundo musulmán. Lo ha puesto de relieve la pakistaní  Saadia Zahidi, que ve una nueva revolución en curso al respecto. Pero todo apunta a que las voces imperantes en este ámbito seguirán siendo femeninas, no feministas.

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