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¿Puede la izquierda evitar la derrota?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una sesión plenaria, en el Congreso de los Diputados, el 8 de junio de 2022.

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Las elecciones andaluzas han provocado efectos que van más allá de sus resultados contundentes y de sus muchas consecuencias políticas inmediatas. Porque han generado también un pesimismo muy difuso y muy consistente en las filas de la izquierda que supera con bastante la euforia que existe en los ámbitos de la derecha. Y en política esos sentimientos son los más difícil de vencer.

Para emprender ese camino habría que empezar hablando claro. Y en primer lugar, desechando el concepto de “ciclo” o de “cambio de ciclo” que con tanta soltura y profusión se ha utilizado en los últimos días. Porque a lo que asiste en los últimos, y pocos, años no es a un ciclo de izquierda, sino a la llegada al poder del PSOE en coalición con Unidas Podemos, hace solo dos años y seis meses, tras una moción de censura contra Mariano Rajoy que dejó al PP a los pies de los caballos.

Hay que recordar, además, que Pedro Sánchez, tras ganar con una corta mayoría el 28 de abril de 2019, tuvo que hacer una nueva convocatoria electoral seis meses después porque en la primera ocasión fue incapaz de encontrar apoyos para ser investido presidente. Y que firmó el pacto de gobierno con Pablo Iglesias claramente a regañadientes, porque no tenía más remedio.

Hablar de “ciclo de izquierdas” con esos antecedentes es, como poco, osado. La sensación relativa de control de la situación que ha transmitido el gobierno de coalición se ha debido, fundamentalmente, no a su poder real en la política -PSOE y UP no han tenido la mayoría parlamentaria- y en la sociedad, sino a la debilidad manifiesta de su oponente, el PP, asediado por una Vox que era hija de esa flojedad, y a la inconsistencia de su líder, Pablo Casado.

No tiene sentido pronosticar qué ocurrirá en las próximas elecciones municipales, autonómicas y generales, pero hay algo indiscutible: el PP ha salido del marasmo en que se encontraba hace solo tres meses y en ese éxito radica la principal fuente de problemas de la izquierda. Sirve también una consideración adicional: el principal partido de la oposición actual ha demostrado tener una fuerza interna y una agilidad política notable. Porque en poco menos de cuatro años ha sido capaz de salir del agujero en que se sumió tras la derrota de Rajoy y aspirar seriamente a gobernar el país en 2023. Que le pregunten al PSOE andaluz lo que cuesta hacer algo así.

Es posible que esa imprevista nueva fortaleza del PP sea la principal causa del pesimismo de la izquierda que, salvo en contadas ocasiones y gracias a líderes verdaderamente carismáticos y con confianza en sí mismo y en los suyos, ha solido dudar de sus propias posibilidades cuando las cosas se ponían difíciles.

Nada de ciclo, por tanto y sí circunstancias favorables durante un periodo de tiempo relativamente corto. Pero por lo que se ve, a la luz de los muchos comentarios negativos y también de tres derrotas consecutivas en elecciones autonómicas -Madrid, Castilla y León y Andalucía-, dos de ellas muy amplias, no está del todo claro que la izquierda haya sabido aprovechar adecuadamente esa oportunidad.

La derecha tiene a su favor esos éxitos y otra cosa muy importante: un líder incontestado en sus propias filas. Es demasiado pronto para saber si Alberto Núñez Feijoo va a hacer las cosas bien y conducir a sus huestes a la victoria o si, por el contrario, va a meter la pata lo suficiente para descartarlo. Que todo puede ser.

Pero hay una cosa clara: está en ello. Algo que su predecesor, Pablo Casado, no intentaba ni de lejos. Le bastaba con intentar sobrevivir. Y tratar de parar a Vox, que parecía que había venido para comérselo. Feijóo en esto sí que ha dado muestras suficientes de que puede perfectamente ahuyentar ese peligro. Y eso lo hace aún más temible.

Con todo, la gran prueba de lo que puede ocurrir en 2023 -si no es que un cataclismo lleva a adelantar las generales- es la celebración de las municipales y autonómicas. Ahí se la juegan todos, pero particularmente el PSOE y los partidos y personalidades que componen Unidas Podemos.

Esas dos elecciones tendrán lugar en una situación de dificultades económicas muchos más serias de las que actualmente se sufren. Habrá casi tanta inflación como ahora y más cierres de empresas, paro y aumento de la precariedad económica y social. No muchísimo más, pero sí más.

Esas situaciones nunca benefician al Gobierno. Porque por mucho que se insista en que los problemas vienen de fuera, la gente tiende naturalmente a echar la culpa de ellas a quien manda. Sobre todo de las subidas de precios. Y la oposición se encargará de ahondar la herida. Y si es verdad que una partida no pequeña de supuestos “pobres” andaluces han votado al PP el 19 de mayo, puede tener éxito.

Con todo, esa no va a ser la clave del resultado electoral, sino las personas que los partidos de izquierda escojan para sus candidaturas municipales y autonómicas. Si no escoge candidatos con fuerza, rompedores y, sobre todo, nuevos, a la izquierda puede irle muy mal. No se puede repetir lo que ocurrió en Madrid hace un año, cuando por lo que fuera volvió a colocar como cabeza de lista a ángel Gabilondo, un personaje que todos sabían que estaba amortizado. Y en el caso de Unidas Podemos la repetición del espectáculo de división de las andaluzas y de otras ocasiones precedentes podría ser la ceremonia final de su existencia.

¿Se pueden hacer las cosas bien? Habrá que verlo. Pero se puede creer que existe una posibilidad de que así se haga. Sin temores de partida. Ni al PP o a Feijoo o a los problemas económicos que nos esperan. Porque una situación de dificultades de este tipo pueden ser la gran ocasión para que un gobierno recupere fuerza y transmita a la gente que es necesario. Pero eso no se va a hacer con unas medidas por aquí y otras por allá. 

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