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Cuando Keynes encontró a Roosevelt

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

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La batería de medidas anunciadas por Pedro Sánchez para combatir la crisis ha insuflado vida a la izquierda, convencida de que vuelve a haber partido electoral al reconectar con sus bases, especialmente por los impuestos a las eléctricas y la banca, dos de los sectores más beneficiados por la brutalidad de la crisis global -ahí están los récords de beneficios en 2021- y a la vez los dos grandes símbolos del poder económico.

Parece al menos un paso en la buena dirección. Ojo: apenas un pasito, minúsculo, ante la magnitud de los retos que enfrentamos, que exigen no tanto medidas puntuales aquí o allí, recaudar 1.000 millones más por este lado o 2.000 por el otro, como la valentía de salirse de los límites que delimitan el terreno de juego en que ha sido educada la generación que ahora manda.

Tras más de una década con la lengua fuera y encadenando crisis de extrema gravedad -la Gran Recesión de finales de la década de 2000, la deuda soberana y el euro en la de 2010, la pandemia global en 2020 y ahora una guerra en Europa-, urge liberarse de lo aprendido para los tiempos normales y pensar desde otro lugar -out of the box, lo llaman los anglosajones: fuera de la caja- para responder a una situación excepcional que no podremos dejar atrás hasta que surja un nuevo paradigma que permita hacerle frente con mayor eficacia.

Ya sucedió en el pasado. Necesitamos que un/a Keynes vuelva a encontrar a un/a Roosevelt.

Hace un siglo, el mundo no entendió bien las lecciones de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y siguió operando desde el mismo esquema mental de siempre, lo que desencadenó una catarata de nuevas catástrofes: el crash del 29 y la Gran Depresión de los años 30, la toma del poder del nazismo por el miedo a la revolución, que cabalgaba a lomos de la pobreza extrema, la Segunda Guerra Mundial…

Una de las pocas personas que se atrevió a pensar fuera de la caja fue el filósofo y economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), quien supo ver las necesidades del momento aunque entraran en contradicción con los más eminentes catedráticos y políticos de su época, incapaces de desprenderse del ropaje con el que habían construido sus teorías y sus carreras. En consecuencia, durante años Keynes clamó en el desierto, ninguneado en la práctica casi como si se tratara de un excéntrico.

Incluso cuando los laboristas conquistaron por vez primera el Gobierno británico, con Ramsey MacDonald, siguieron apegados al paradigma ortodoxo heredado, que primaba a toda costa equilibrar las cuentas públicas frente al ruego de Keynes, desesperado y por supuesto ignorado, de incrementar sustancialmente el presupuesto público y el papel económico del Estado, como explica muy bien la biografía escrita por el periodista estadounidense Zachary D. Carter, El precio de la paz (Paidós, 2021).

Las consecuencias de aplicar los manuales periclitados del viejo paradigma ortodoxo, aún hegemónico pero sin contacto ya con la nueva realidad de un mundo exhausto, son de sobras conocidas y condujeron a la concatenación de desastres hasta el desastre final. Pero EEUU eligió a un presidente, Franklin D. Roosevelt (1882-1945), que también tuvo la osadía de pensar -¡e incluso actuar!- fuera de la caja y, junto con Keynes, pusieron las bases del nuevo paradigma, que sí permitió afrontar los grandes retos, excepcionales, sin arredrarse ante la desaprobación de los más eminentes economistas y políticos de la época, que se ponían las manos a la cabeza al ver la falta de respeto a los manuales ortodoxos que habían regido hasta entonces.

Como explican los economistas Emmanuel Saez y Gabriel Zucman en el fascinante El triunfo de la injusticia (Taurus, 2021), que aborda las políticas fiscales con perspectiva histórica, Roosevelt dejó de lado el laissez faire y asumió las propuestas keynesianas del Estado como motor de la economía ante un mercado oligopólico y quebrado por la magnitud de las crisis existentes. En un plis, el tipo impositivo máximo para los más ricos en EEUU pasó nada menos que del 20% al 70% y cuando el país entró en la Segunda Guerra Mundial se aprobó incluso un tipo máximo del 94% sobre los ingresos netos por encima de 25.000 dólares (equivalente, calculan Saez y Zucman, a un millón de dólares actuales).

Roosevelt no aspiraba solo a incrementar la recaudación, que también, sino a mostrar a todo el pueblo americano que nadie iba a sacar tajada de la terrible crisis que debían afrontar. Es decir: que no habría nadie amasando millones mientras la gran mayoría de los ciudadanos sufría. ¿Les suena?

Este nuevo paradigma construido por Keynes y Roosevelt (y por supuesto muchos otros) duró más de cuatro décadas. Hoy nos puede parecer increíble que EEUU, el gran símbolo de la libertad, tuviera un tipo impositivo máximo para los más ricos que osciló entre el 70% y el 80% entre 1935 y 1981, pero se trata de un hecho: era normal en ese paradigma. Hasta que la victoria electoral casi simultánea de Margaret Thatcher en Reino Unido y Ronald Reagan en EEUU lograron horadar ese marco dominante hasta sustituirlo.

Las nuevas bases, neoliberales, volvieron a la ortodoxia previa: cuadrar las cuentas públicas, reparto millonario de dividendos mientras la mayoría de ciudadanos va con la lengua fuera, aumento de la pobreza y la desigualdad… Y lo más importante: los ricos -casi todos fuera del IRPF y reconvertidos en “inversores” o “filántropos”- apenas pagan impuestos; como mucho prestan al Estado a cambio de un interés adquiriendo deuda pública. ¡Todo es el mercado, amigo!

Este es el marco en el que todavía nos movemos. Y es aquí donde las medidas anunciadas por Sánchez parecen valientes y audaces: lo son, ciertamente, dentro del esquema dominante, aún hegemónico y que aplica sus esquemas a las nuevas realidades extraordinarias, lógicamente con escaso éxito. Se observa, por ejemplo, ante la inflación desbocada: se responde con las recetas impresas en los viejos libros de texto, que abogan por subir a toda prisa los tipos de interés y poner el foco en evitar los aumentos salariales, con lo que solo se empeora la situación económica sin llegar a domar la inflación.

Parecemos tan a ciegas como hace un siglo, con las mismas respuestas de entonces a retos inquietantemente parecidos: manda el mercado, el laissez-faire y el enfoque neoclásico a pesar de que salimos de una Gran Recesión y una pandemia, hay guerra en Europa, la inflación está desbocada y los índices de desigualdad están en máximos históricos, con una minoría ultrarrica y unas clases populares exhaustas que no llegan a fin de mes.

Ojalá esta vez el/la Keynes y el/la Roosevelt capaces de pensar y actuar fuera de la caja se encuentren antes de que sea demasiado tarde.

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