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La lección

Cartel de la serie 'La lección'.

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Empiezo a leer 'Enseñar pensamiento crítico', de la siempre apasionada bell hooks (ed. Rayo Verde), después de haber visto la miniserie La lección, y justo cuando apenas llevo unas semanas del nuevo curso. Como cada septiembre, he vuelto a sentir cosquilleo en el estómago, muchas dudas e incertidumbres y, sobre todo, la enorme emoción y responsabilidad, que supone ser profesor con un grupo de recién llegados y llegadas a la mayoría de edad. Leo y subrayo las sugerencias de hooks, después de haberme aprendido casi de memoria su 'Enseñar a transgredir' (ed. Capitán Swing), y trato de llevar al aula sus enseñanzas sobre cómo generar una conversación democrática con el alumnado. Una tarea cada vez más complicada en un mundo en el que ellos y ellas usan un lenguaje muy distinto al mío, tan condicionadas por un espacio, el de las redes sociales, que para bien y para mal les ofrece unos relatos y unos imaginarios en los que con frecuencia es complicado equilibrar racionalidad y emoción. Me siento ahora más que nunca como ese aprendiz del que habla Marina Garcés y que me obliga a echar mano constantemente de la imaginación, esa virtud tan despreciada por las burocracias educativas, así como a reconciliarme con la fragilidad que con frecuencia me hace sentirme totalmente desnudo ante mi alumnado.

La lección, una miniserie israelí que puede verse en Filmin y que debería ser de visionado obligatorio para cualquiera que se dedique o que se preocupe por la enseñanza, me ha removido mis entrañas de docente y me ha enfrentado a muchas de las contradicciones que me provoca mi función justo en el momento presente. Más allá del contexto en el que se sitúa la historia, y del conflicto de fondo, el que enfrenta a judíos y árabes en el Estado de Israel,  sobre el que pivotan las tensiones que sacuden a los protagonistas, lo que más me ha conmovido de la historia son las dificultades a las que se enfrenta un profesor, Amir, interpretado magistralmente por Doron Ben-David,  cuando trata de forjar una determinada ética entre su alumnado. Los dilemas que inevitablemente se generan cuando, en un contexto de supuestas libertades, es necesario establecer límites, encontrar matices y superar las trincheras que solo generan ira. Una tarea cada vez más complicada en un mundo en el que las redes sociales, y de su manos los medios de comunicación construyen relatos desde el frentismo, sobre la línea más superficial de las sacudidas emocionales y sin que haya espacio ni tiempo justamente para lo que reclama bell hooks, la conversación. Si a todo ello sumamos el conjunto de frustraciones e inseguridades que sacuden especialmente a las nuevas generaciones, plasmadas con toda su crudeza en el personaje de Lian, la alumna que genera el conflicto, interpretada por Maya Landsman con una fuerza desgarradora, el resultado no puede ser más turbulento y en ocasiones hasta violento. 

Sin llegar a la situación extrema que vive el protagonista de La lección, que también es padre de hijos adolescentes y que suma a sus dilemas como docente los propios de una paternidad que pretende ser responsable y que se equivoca con frecuencia, yo también he vivido y vivo en el aula ese caminar por el desfiladero. Esa angustia que supone tratar de ser equilibrado entre el respeto de la diversidad, y por tanto del diálogo, y la necesidad de marcar unas fronteras que impidan que actitudes que solo generan violencias se extiendan entre los más jóvenes. Cada día me cuesta más cuanto entro en mi aula universitaria mantenerme íntegro, no dejarme llevar yo también por mis pasiones, no encender la mecha que mis alumnos y mis alumnas con frecuencia me ponen sobre la mesa. Me faltan herramientas para responder a la realidad tan compleja que habitamos y que nos habita, y en la que, por ejemplo, son cruciales las vivencias personales y familiares de quienes en sus asientos nos miran en ocasiones como si fuéramos capaces de tener respuesta para todo. 

La lección, que está narrada sin concesiones al melodrama, es de esos productos audiovisuales que nos ofrecen un retrato perfecto del lugar en el que estamos y del momento que nos define. Con la capacidad, además, de ir más allá del contexto singular en el que se desarrolla la historia, y que lógicamente amplifica las heridas y los miedos, para enfrentarnos como espectadores a algunos de los que deberían ser retos más importantes del siglo XXI. Entre ellos, cómo articulamos una educación desde y para la democracia, de qué manera hacemos de la ira una energía política transformadora y no un pretexto para la violencia, o cómo somos capaces de conciliar nuestras vidas públicas con unas privadas en las que cada vez más nos encontramos pisando suelos que resbalan. Es evidente que el primer paso para encontrar respuestas es saber plantearse las preguntas. Ver La Lección, y por supuesto leer a bell hooks, nos ayuda a ello. Después solo faltaría ponerse mano a la obra. Sin heroísmos. Con responsabilidad. Dispuestos en última instancia a darnos un abrazo como el que piden a gritos Amir y Lian.

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