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Lecciones del Watergate

Dos mujeres leen los titulares de los periódicos que anuncian la dimisión del presidente Nixon por el escándalo Watergate en agosto de 1974, frente a la Casa Blanca.

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“El sistema aguantó, pero por poco”, dijo Adam Schiff, congresista demócrata por California, durante una audiencia de este martes de la comisión que investiga el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. “Y la cuestión sigue siendo, ¿volverá a aguantar?”

El intento violento de los seguidores de Donald Trump de revertir el resultado de las elecciones presidenciales de 2020 fue sin duda una prueba para las instituciones, desde el Congreso a la prensa, y cuestionó la transición pacífica de poder que caracteriza cualquier democracia. El comportamiento diferente del vicepresidente o la intervención del Tribunal Supremo -de mayoría conservadora y donde uno de sus magistrados está casado con una de las mayores activistas en Washington a favor de no reconocer el resultado de las elecciones- podría haber cambiado el curso de los acontecimientos, sobre todo cuando el derrotado presidente estaba dispuesto a todo. Por eso la democracia se salvó por los pelos. 

Casualmente, las audiencias sobre el 6 de enero han coincidido con el 50 aniversario del escándalo del Watergate, que en parte simboliza un momento opuesto. “En muchos sentidos, el Watergate es una historia esperanzadora. Es una historia sobre cómo funciona nuestro gobierno y nuestra democracia, sobre cómo nos enfrentamos a un presidente corrupto y que abusaba del poder, lo sacamos de su cargo y lo llevamos ante la justicia”, me decía en esta entrevista llena de sustancia el periodista e historiador Garrett Graff, el autor del libro más completo y actualizado que se ha publicado hasta ahora sobre el Watergate. Pero Graff, experto también en la investigación de Trump y sus conexiones con Vladímir Putin para interferir en las elecciones estadounidenses, tenía muy clara la distancia con lo que ha pasado y está pasando ahora. 

Una de las grandes diferencias es que frente a los abusos de Richard Nixon los congresistas republicanos, de toda inclinación, hicieron su trabajo y aceptaron estudiar la evidencia con la mente abierta aunque supusiera cuestionar al presidente de su propio partido. Nixon dimitió cuando se dio cuenta de que los miembros de su partido iban a comportarse, en palabras de Graff, “primero como congresistas y luego como republicanos”. 

“La historia del Watergate es la historia de la delicada danza de nuestro sistema, de controles y equilibrios en la democracia estadounidense, donde todos tienen que hacer su parte. No funciona si ciertas personas se detienen y no hacen su papel. La principal diferencia entre Nixon y Trump es que el Congreso no funcionó porque los republicanos en el Congreso hicieron que no funcionara”, me decía Graff. 

Sin duda, el Watergate fue el resultado de la labor concienzuda y al principio sorprendentemente solitaria del Washington Post, pero, como bien retrata el libro, también del trabajo de los agentes del FBI que cumplieron con su deber pese a que sus líderes intentaban frenarlos, del juez (conservador y elegido por la Administración Nixon) que no se dejó impresionar por las posibles repercusiones de tocar la Casa Blanca y los desprecios racistas que recibía habitualmente -John Sirica, italo-americano- y de los políticos que tuvieron conciencia suficiente como para pensar aunque fuera por un momento crucial en el bien del país. Incluso es destacable el hecho de que Nixon aceptara marcharse sin ni siquiera pasar por todo el proceso de impeachment para ahorrarse el drama a él y al país. 

Una de las lecciones clave del Watergate es que la democracia es más frágil de lo que parece y que solo funciona si cada parte con responsabilidad pública cumple su función con rigor, dedicación a la tarea concreta que le toca y sentido de las consecuencias de sus acciones y de palabras. Algo cada vez más infrecuente en Estados Unidos. Y, por desgracia, también en España.

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