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Opinión - Ir al grano. Por Rosa María Artal

No es la amnistía, es el poder

Disturbios ante la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid.

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Es de una evidencia diáfana pero mucha gente se niega a verlo: no es la amnistía, es el poder. Sí lo hace –desde mayor distancia emocional– la revista británica neoliberal por excelencia, The Economist, con 27 millones de seguidores. Las protestas de la derecha en España no son contra la amnistía sino para evitar que vuelva a gobernar Sánchez, explica a sus lectores. A la derecha ultraderecha española le ha servido, eso sí, como excusa perfecta. No nos engañemos, la rivalidad que a menudo se tiñe de odio al catalán está un tanto extendida por capas mezquinas de la sociedad y es un factor que mueve parte del rechazo, miserable motivación. Una sociedad madura e informada se ocuparía, sin embargo, de ver más allá del alboroto.

Por fin el acuerdo de investidura plasma la mayoría social que apoya a Sánchez para que forme gobierno. 12.500.000 votos que equivalen a 179 diputados frente a los 11.200.000 (171 escaños) que logran sumar PP-Vox-UPN porque nadie más les apoya. Así funciona el mandato de la Constitución, es absolutamente legal por mucho que se quiera desfigurar. Estamos asistiendo, sin embargo, a una rebelión sin precedentes –ni en 2020 llegaron a tanto, y llegaron a mucho– de quienes carecen de esos apoyos. Con el PP, con Feijóo ahora, está más aun que antes el impresionante montaje a todos los niveles –judicial, mediático, de agitación callejera– que le quiere en la Moncloa para obtener, todos ellos, el poder ejecutivo.

Desde hace varios días ese bloque, como sabemos, ha sacado a la calle a unos miles de personas con abundante número de fascistas y alborotadores. Las televisiones y un gran número de medios han caído rendidos a esa escenografía de banderas anticonstitucionales, cánticos franquistas y nazis, y quema de contenedores muy vistosa en la noche cerrada. Por supuesto, el rótulo fijo: Protesta por la ley de amnistía. Y no el real: porque el PP y Vox han perdido la Moncloa cuando creían tenerla en las manos. Ya, ya, es una utopía que lo digan tan claro.

Decenas de miles de personas han protestado en España en diferentes puntos y épocas por los recortes en la sanidad pública, por ejemplo, y no han tenido ese exhaustivo tratamiento mediático. El caso es que funciona, y la Embajada de EEUU avisó este jueves de firma de acuerdos de investidura que los manifestantes eran peligrosos

Se les va a llenar Madrid a Ayuso y Almeida de alborotadores con cabezas de búfalo y van a espantar al resto. En EEUU están ya más acostumbrados a las soflamas fascistas de hechuras modernas; hasta acabaron asaltando el Capitolio, alentados por el perdedor de las elecciones Donald Trump, aunque la justicia no acaba de definirse con las abrumadoras pruebas. Aquí los convocantes llevan un camino muy similar. Este domingo pretenden armarla mayor aun. Por si no fuera suficiente ese pastiche de ETAs y 23F con tricornios, aderezado con abundante salsa de bulos. La más agresiva, Ayuso, con un puro llamamiento golpista que, como otras de sus gravísimas actuaciones, sigue impune. Porque ha hecho un llamamiento al Rey, Fuerzas Armadas y Poder Judicial a frenar la investidura de Sánchez y la ley de amnistía que pueda aprobar el Congreso. Con una declaración institucional, cuajada de mentiras, que le da mayor gravedad. No es un desliz más. Es de la presidenta mega publicitada para gente poco adepta a la democracia y al sentido común y la gran gerente de los ricos de la Comunidad de Madrid. Lo que dijo juega en otra división. No parece casualidad que Interior haya abierto una investigación a los guardias civiles que prometen “derramar” su sangre contra el acuerdo de Gobierno. 

No votamos la amnistía dicen. Sánchez incumple su palabra anterior. Les oyes y no das crédito. Se han comido tantos renuncios, tantas promesas rotas, tantas mentiras, que no se sabe cómo tienen vergüenza de mentarlo siquiera. El país que ha amnistiado hasta una dictadura de 40 años y tantas cosas más. Habrá que apelar otra vez al escritor japonés Haruki Murakami: “Cuando algo es tan sencillo de entender que debería entenderse sin que nadie lo explique, lo único que puede significar es que no se quiere entender, por muchas veces que se explique y por muy bien que se explique”.

Lo cierto es que la derecha ultraderecha española lo explica magistralmente, pero el qué quiere con exactitud no lo terminan de entender muchos de sus votantes o potenciales votantes: es el poder, insisto. Y para ello se sirve periodistas que incumplen su misión de informar. No hay que ser corporativista en esto. Como lo son algunos jueces que se irritan al leer la palabra lawfare en un acuerdo, sin profundizar en su contenido, pero sobre todo negando una evidencia: el lawfare existe en España y ha hecho grandes servicios a la derecha. Corrupciones aparte, han dejado ahí tirado al factótum del Ministerio del Interior Fernández Díaz pidiendo –con conocimiento de causa– que investiguen al PP. Y nadie dice nada, ni parece tenerlo en cuenta.

La rueda sigue. Interpretaciones mediáticas interesadas que ofenden la inteligencia y la dignidad del periodismo. Declaraciones que marean. Estupideces que dañan las neuronas solo con pasar de refilón pero que parecen destinadas a quienes sean incapaces de relacionar conceptos: Feijóo o Tellado hablando de juego sucio judicial del PSOE con un Jorge Fernández Díaz en su seno montando una cloaca policial. O diciendo que el Tribunal Constitucional es un tribunal “de parte”, de parte del PSOE, cuando el PP retiene la renovación obligatoria del Poder Judicial desde hace cinco años porque le favorece.

Hoy muchos desgranan que el pacto suscrito entre el PSOE y Junts marca logros y cesiones para superar un profundo desencuentro que nunca debió judicializarse y condenarse al extremo que lo ha hecho. Pero tan importante o más, en mi opinión, es abrir una brecha de progreso en esa ciénaga de reconcomidos deseos de poder a cualquier precio que es hoy la derecha española, incluido el sosiego de la ciudadanía. La usan de hecho como rehén. Van a seguir gritando, tratando de hacer una sociedad invivible a ver si el hartazgo les lleva al lugar que desean en el gobierno de España. Incumplen también el mandato tácito de la política de trabajar por la sociedad no por sus intereses personales o de clan. El pulso será extremo. Se precisa mano firme y dura incluso. No nos merecemos este PP y sus prolongaciones. No hasta que se regeneren, y no parece ser su idea precisamente. De cualquier modo, la batalla está en esas gentes usadas sin piedad como proyectiles contra la democracia. Al menos, los políticos y periodistas decentes deberían –todos– decir las cosas por su nombre.

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