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No es buena idea cancelar los conciertos de José Manuel Soto

José Manuel Soto durante una actuación

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Sé que esta será una opinión impopular y que generará mucho desacuerdo entre las lectoras y los lectores de elDiario.es. Incluso hay una parte de mí que se enfada con el sector de mi cerebro que ha tomado el control de la escritura y manda impulsos a los dedos para expresar lo siguiente: un ayuntamiento no debería romper la contratación de un cantante por las opiniones que este exprese. Ni siquiera cuando son ofensivas y denigrantes como las que vertió José Manuel Soto en Twitter.

Hay grados en todo tipo de opiniones, por supuesto que sí. Pueden no gustarnos y ser respetuosas (este no era el caso) o ser indiciarias de un delito de odio (tampoco parece que sea el caso). Este cantante insultó gravemente al presidente del Gobierno y aprovechó el mismo tuit para hacerlo también contra los más de diez millones de personas que votaron al bloque de la izquierda en las pasadas elecciones. Además, esta expresión zurcida con abominables espumarajos no la hizo en un arrebato sino, como él mismo escribió, en un momento de “sosiego veraniego”.

Esta publicación en el mundo de las opiniones virtuales tuvo dos consecuencias inmediatas en el mundo del otro lado del espejo, el de las acciones reales, y dos ayuntamientos, curiosamente gobernados por el PP, decidieron cancelarle las galas que le habían contratado. Quizá fue ahí cuando Soto fue consciente de las consecuencias de lo que uno escribe en la pantalla de su móvil durante su sosegado verano, hizo la cuenta del trabajo que acababa de perder (y de las ganancias para él, para sus técnicos, para su equipo) y decidió borrar el tuit y pedir disculpas.

Muchas voces han jaleado estas decisiones, argumentando que lo tenía merecido. Pero la puerta a la censura que abre este tipo de decisiones es inquietante. Por supuesto que los comentarios de José Manuel Soto son reprochables y reprobables, pero si hoy admitimos que romper contrataciones es una reacción adecuada a las expresiones públicas que no compartimos, mañana servirá para cancelar a cantautores, a grupos con posicionamiento político, o incluso militante, a dramaturgos anarquistas, a escritoras libertarias, pintoras utópicas o absolutamente cualquier discurso que le parezca incómodo a alguien.

Las opiniones, rayanas en la derecha más ultra, de este cantante de copla no pueden quedar sin contestar. Pero se combaten con dialéctica: en las redes sociales, en los medios de comunicación, en las terrazas de los bares. Y si hay indicio de que la libertad de expresión de esa persona está avasallando cualquier otro derecho, se pelea en el juzgado. Si los ayuntamientos, uno de los grandes empleadores del verano en la escena de la música en vivo, utilizan su poder para fulminar contratos como arma contraofensiva, estaremos aceptando el abuso y la censura, no solo hoy, sino también para cualquier otro caso del mañana. Cuando el cantante no sea de canción ligera sino de, pongamos, rap, punk o canción protesta.

Dicho esto, también habría que recordar que las concejalías de cultura y de festejos de casi todos los ayuntamientos programan de manera partidista, sesgada y profundamente ideológica. Cuando gobierna la derecha, asoman un tipo de artistas a los carteles. Y, cuando gobierna la izquierda, otro. Lo que necesita la política cultural de este país, a todos los niveles de la administración, es un modelo basado en la independencia, que sepa regar el terreno para que florezcan iniciativas culturales robustas y audaces, que sepan buscar su propio camino gracias al apoyo de las infraestructuras y no de las contrataciones de las galas de verano.

Hacen falta consejos de cultura en los que participe la ciudadanía; transparencia en las asesorías, en las programaciones, en las contrataciones; la implicación de los tejidos vecinales que ya existen o que podrían existir para que los ciudadanos sientan que la cultura contratada con dinero público se diseña de manera honesta y no favoritista, y que el resultado son unos carteles, unos festivales, unas actividades, que nos representan a todas y a todos.

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