Obligados a pactar
Ha llegado el día. Este domingo, ¡por fin!, los ciudadanos podrán expresar con su voto ideas y emociones. Ideas, porque al votar a un partido se opta, sí o sí, por una ideología, por una tendencia ideológica, y emociones, porque en estas elecciones, más que en otras muchas anteriores, se reflejará el grado de malestar, de indignación, de cabreo con las políticas del recorte de salarios, de prestaciones y de derechos y también se verá cuánto influyen la pasión, la fidelidad o la resignación a la hora de emitir el voto.
Son unos comicios reñidos e impredecibles, repletos de incógnitas sobre quién ganará en cada municipio, en cada comunidad y en el cómputo estatal, y sobre quién podrá gobernar ayuntamientos y autonomías. Los sondeos auguran un batacazo del PP —que salvo sorpresas podría ser, no obstante, la fuerza más votada en los grandes ayuntamientos como Madrid o Valencia y en la mayoría de las comunidades autónomas— una ligerísima recuperación del PSOE en algunos territorios y la irrupción con fuerza de Podemos y Ciudadanos.
De confirmarse estos vaticinios, habrá que ver en qué posición quedan cada una de las cuatro formaciones, qué capacidad tienen de pactar y con qué partido están dispuestos a llegar a acuerdos de gobierno. Porque de eso dependerá que se formen equipos estables en los ayuntamientos y en las comunidades con capacidad para resolver los problemas de los ciudadanos, que, finalmente, es de lo que se trata. Así que si el resultado de las elecciones de este domingo es la fragmentación política de las instituciones, los políticos tendrán que hacer un ejercicio de responsabilidad y pactar, porque lo contrario supondrá bloquear las instituciones y condenarlas a la inacción.
Se habla mucho de que los partidos no van a querer hacer pactos hasta que pasen las elecciones generales del otoño para que las alianzas con unos u otros no les perjudiquen en sus expectativas electorales. Esa reflexión esconde el convencimiento de que la ciudadanía preferiría que si sus elegidos no tienen los concejales o diputados suficientes para gobernar se dediquen a hacer una oposición rotunda en vez de a condicionar y tratar de mejorar las políticas en cada institución. No es imposible, pero es raro, porque se supone que los electores buscan en las urnas, además del castigo a quienes les han decepcionado, la elección de unos representantes que gestionen con decencia los recursos públicos para mejorar la vida de todos los ciudadanos.
Desde la derecha político-mediática se alerta también, desde hace semanas, sobre la posibilidad de que aun siendo el PP la fuerza más votada, la izquierda se alíe para “robarle” los gobiernos, ignorando intencionadamente que quien gana las elecciones es quien tiene la mayoría absoluta o la capacidad de pactar con otras fuerzas para obtenerla. Así es aquí y en cualquier otro lugar del mundo donde existe democracia. Es sorprendente el retroceso en la cultura democrática que se ha producido en ese sentido en los últimos años. Porque cuando en 1979, por ejemplo, la suma de PSOE y PP dio la mayoría en muchas corporaciones municipales —Madrid, sin ir más lejos— nadie dudó de que fueran a gobernarlas ni se rasgó las vestiduras por ello. Ahora, sin embargo, llevan meses en campaña tratando de deslegitimar las posibles alianzas de la izquierda.