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El fondo y las formas del fichaje de Lozano

Rosa Paz

La proximidad de las elecciones siempre une mucho a los partidos. Más aún si la formación en cuestión cree que podrá gobernar después. En esos casos, más allá de las escaramuzas previas a la elaboración de las listas electorales, suele haber una pretendida y buscada unidad a sabiendas de que las divisiones internas son penadas en las urnas y también de que si la cosa sale bien internamente acostumbra a premiarse más la obediencia que la disidencia, y de que si sale mal habrá tiempo para ajustar cuentas con los dirigentes. Por eso este sábado en el comité federal del PSOE no se oyeron voces críticas con el fichaje de la hasta el viernes diputada de UPyD Irene Lozano. No porque hubiera unanimidad a favor de su incorporación, sino porque a dos meses de las elecciones nadie se la juega ni colectiva ni individualmente.

La cuestión no es si está bien o mal que el PSOE incorpore a Lozano de número cuatro a su lista de Madrid. El problema es si esa decisión corresponde en exclusiva a la ejecutiva federal o, en concreto, a su secretario general, Pedro Sánchez, y si lo correcto es hacerlo el mismo día que la comisión federal de listas tiene que dar el visto bueno a todas las candidaturas y la víspera de que el comité federal —el máximo órgano entre congresos— las aprueba formalmente. Es decir, si tenían que hacerlo sin disimular siquiera que es una imposición y sin tiempo para el debate.

Es el mismo inconveniente que tiene para Lozano pasarse al PSOE de un día para otro, sin que haya habido un tiempo de acercamiento, al menos declarativo, que hubiera permitido visualizar una cierta aproximación y hubiera ahorrado tanta sorpresa y la sensación de que ha dado un salto mortal pero en la red del sálvese quién pueda.

Lozano es una buena parlamentaria que ha criticado duramente y por igual al PP y al PSOE. La recuperación que se ha hecho en 24 horas de sus declaraciones de cuatro años ha servido para recordarlo. Aunque los socialistas no lo habían olvidado, no solo los andaluces, a quienes reprobó con hostilidad, que recordaban y recuerdan con nitidez casi cada acusación, reproche o descalificación que les ha dirigido en estos años, también el resto. Tampoco les ha gustado mucho que haya dicho que Sánchez la ficha para regenerar el PSOE. Parece un exceso de arrogancia y un desprecio hacia los que son ya sus compañeros de candidatura, en el futuro de escaño y quién sabe si de partido y de gobierno. Esa declaración implica además una grave contradicción, porque la designación digital no parece el mejor modo de regenerar los partidos.

No es la primera vez, ni será la última, que un dirigente de un partido se pasa a otro. Los propios socialistas han acogido a lo largo de los años a varios puñados de destacados militantes del PCE y de IU que previamente habían sido su látigo en la oposición y después pasaron a formar parte incluso de sus gobiernos. El difunto Jordi Solé Tura, que fue ministro de Cultura con Felipe González, o actualmente Rosa Aguilar, que es consejera del Gobierno de Susana Díaz en Andalucía, son ejemplos inmejorables.

Lo criticable del caso Lozano son las formas. Pero no por Mariano Rajoy, que designa a dedo a los candidatos y hasta a los líderes autonómicos. Véase la última “elección” de Alfonso Alonso como presidente del PP vasco. Pero el presidente del Gobierno no ha eludido criticarlo y decir: “No vamos a fichar a nadie para que nos regenere”. Pues que pena, porque les hace mucha falta la regeneración.

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