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Combatir el terrorismo, no la libertad

Rosa Paz

Para que los terroristas no consigan su objetivo de acabar con las libertades democráticas de los países occidentales y fracasen también en su empeño de someter a los ciudadanos de los territorios que van ocupando en Iraq y en Siria, por ejemplo, lo primero que habría que conseguir es no entrar en pánico. No es fácil, cuando vuelan trenes como ocurrió en Madrid en 2004, y cuando al menos ocho miembros de Estado Islámico perpetran, como sucedió en la noche del pasado viernes, seis atentados coordinados y realizados con pocos minutos de diferencia en el centro de París. Centenares de personas fueron alcanzadas por las balas, más de 120 fallecieron, cuando disfrutaban en la capital francesa de una tranquila velada en terrazas de bares, en restaurantes, en la discoteca Bataclan o en los aledaños del Stade de France. El objetivo de esa masacre no podía ser otro que sembrar el terror.

No temerlos es seguramente un objetivo tan desable como inalcanzable, porque ¿cómo no se va a temer a integristas dispuestos a matar fríamente a cualquiera que pase por la calle o viaje en un tren? Pero sí se puede exigir a los gobernantes que respondan con firmeza y a la vez con prudencia. Es lógico que este sábado no abrieran ni los museos ni los mercados ni las escuelas de París, porque seguramente la policía no podía garantizar que no se fueran a cometer nuevos atentados. También puede estar justificado un despliegue del ejército para patrullar las calles —en Francia hay patrullas militares en estaciones y aeropuertos hace ya tiempo—, pero más allá de tratar de transmitir seguridad a los ciudadanos y de buscar un efecto disuasorio para los terroristas —difícil, porque están dispuestos a suicidarse—, las autoridades tendrían que huir de medidas que acaben limitando las libertades de todos.

Ocurrió con las restricciones que se adoptaron en todo el mundo tras los atentados del 11-S en Nueva York y esa merma de las libertades colectivas no ha servido para acabar con el terrorismo yihadista. Porque la lucha contra esa violencia irracional tiene que venir por una mejor eficacia de la labor investigadora de las policías y de los servicios de inteligencia y por una mayor coordinación entre todos ellos.

Cuando este sábado se identificó a uno de los terroristas —el único reconocido en el momento de escribir esta columna— se supo que era francés y que estaba fichado por la policía francesa. Lo mismo que ocurrió con los hermanos Kouachi, que atentaron contra Charlie Hebdo con un saldo de doce muertos. Unos chicos nacidos en París y cuyos antecedentes constaban en los archivos policiales.

Sería bueno combatir también a quienes financian tanta atrocidaz y a quienes les venden las armas. Porque sin dinero y sin armas no podrían atentar. Todo eso mejor que caer en la tentación de restringir la libertad de movimientos del conjunto de los ciudadanos o sus derechos de asociación, reunión, manifestación, la libertad de expresión y de información.

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