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Desbordarse para ganar

Felipe G. Gil / Francisco Jurado Gilabert

Cuando Ada Colau dejó la portavocía de la PAH y se empezaba a especular con la posibilidad de que se presentase a las elecciones municipales, algunos miembros de ICV-EU reconocían en privado que si Ada se presentaba, ICV-EU daría un paso atrás. Eran momentos muy tensos, pues había personas deseando que se creara una candidatura de candidaturas pero, al mismo tiempo, estas mismas personas eran muy críticos con el apoyo de ciertas políticas que ICV-EU había llevado a cabo desde el Ayuntamiento. Finalmente, las negociaciones fructificaron (con un proceso que daría para una novela), y Guanyem anunció el pacto de la confluencia.

Es muy probable que en ese proceso haya habido algún clásico votante de ICV-EU que se haya frustrado por la extraña posición de su partido. Aunque, probablemente, ese votante no desconfíe ni de lo que representa Ada Colau, ni de lo que se le presupone a una plataforma que aúna iniciativas de izquierdas, lo cierto es que la confluencia implica una cuestión fundamental: disolución de la identidad histórica y construcción de una identidad nueva. También es más fácil cuando dicha identidad está mediada por una persona que apenas ha dejado rastros en los escenarios del mainstream político mediático, como es el caso de Manuela Carmena

Cuando Carmena encaraba los micrófonos la noche electoral, la gente abarrotaba la Cuesta del Moyano y, palpablemente emocionada, dijo: “La verdad es que esta campaña no la han hecho solo los miembros que forman parte de la candidatura (…) Lo singular y lo que recordaremos como especial y extraordinario es que por encima de las campañas que tiran de talonario, esta campaña ha tenido como moneda la imaginación, la alegría y la creatividad”.

Manuela Carmena ha sido aupada como candidata y se ha construido su perfil político en prácticamente un mes. Un hito si consideramos los recursos de los que han dispuesto y los resultados obtenidos. Además, había una dificultad añadida: ¿Iba a entender el electorado que Ahora Madrid no era una marca blanca de Podemos sino algo más complejo? ¿Por qué se afanaba en prácticamente cada entrevista Manuela Carmena en dejar claro que era una candidatura de personas y no de partidos? Ha llegado incluso a decir que “los partidos se están quedando anticuados”. Al final, tanto Esperanza Aguirre como los grandes medios de comunicación, han decidido simplificar el relato diciendo que Carmena lideraba a Podemos en Madrid. Pero cualquiera que haya seguido el proceso de cerca y se haya documentado sabe perfectamente que es mucho más complejo. De nuevo, ha habido un arduo proceso de confluencia que da para otra novela.

Las experiencias de Ahora Madrid y Barcelona en Comú, obviamente, tienen muchas diferencias. El contexto marca escenarios distintos. Pero ambas comparten ser, de algún modo, descendientes del 15M. La disolución identitaria y la elaboración de un programa común son cuestiones que ya estaban en las plazas. Participar de estas candidaturas ha requerido, por parte de los actores ya establecidos, una cierta dosis de generosidad, pero también inteligencia para leer que el momento político ha cambiado, que hay una desconfianza muy grande hacia los partidos políticos en general y que la regeneración no puede ser simplemente un “portal de la transparencia”, tiene que ser estructuras y estrategias acordes con los tiempos que vivimos. Y en este punto, nos hacemos dos preguntas: ¿sigue teniendo sentido hablar de “unidad popular”? Y por otra parte, ¿van a desaparecer los partidos como principal estructura para canalizar la participación política?

Si analizamos otra de las cuestiones comunes entre Ahora Madrid y Barcelona en Común, nos encontramos una similar estrategia comunicativa. Conscientes de las limitaciones económicas, la opción más inteligente ha sido apostar por una campaña abierta a la ciudadanía, para que fueran personas comunes y corrientes las que hicieran la labor de esos equipos profesionales de creativos y asesores que suelen contratar los partidos. Es evidente que resulta más sencillo seducir con una marca nueva que con una ya creada. Pero está claro que la estrategia de abrir el código de la comunicación al común no significa sólo ahorrar dinero, también dejarse afectar por la creatividad y la imaginación ajena, perdiendo en muchos momentos el control absoluto de dicha comunicación. Esa pérdida de control es algo impensable en una estructura tradicional de partido. El partido se caracteriza por la permanente dirección del relato. La cuestión es que, por más artículos que se escriban sobre lo guay y lo cool que ha sido la campaña en torno a Manuela Carmena, lo más sexy está en encontrarnos con toda una estructura que aspira a gobernar una gran ciudad y que, al mismo tiempo, se deja desbordar. Dejarse invadir y confiar en una construcción colectiva y descontrolada -incluso moviéndonos en la lógica de la representación-. Podríamos hablar del diseño colectivo del perfil de una candidata como metáfora de las ansias de diseñar conjuntamente una ciudad. “La Manuela que queremos, el Madrid que queremos”.

Si bien es cierto que la política electoral es, en gran medida, comunicación, no hay que olvidar la dimensión organizativa y estructural. En ese sentido, ambas candidaturas también han ensayado recetas organizativas distintas de las tradicionales. En Barcelona, por ejemplo, se han llegado a generar un gran número de comisiones especializadas, desde contenidos a comunicación en red, pasando por los grupos de traducción castellano-catalán. El método de trabajo en una red de grupos abiertos y federados ha supuesto un reto en términos de intercomunicación y de confianza, yendo ambos factores de la mano. Pero también en cuanto a autogestión y autonomía. Algo que, de nuevo, los partidos tradicionales no son capaces de abordar apropiadamente por su obsesión por fiscalizar y controlar la toma de decisiones. Y lo interesante es que no estamos describiendo una estructura que se encuadre en los tradicionales esquemas de lo “horizontal”. Estas experiencias están construyendo, sobre la marcha, prototipos abiertos para generar nuevas formas de organización política, caracterizada por la distribución de competencias más allá de los tradicionales gabinetes y secretarías de los partidos, por la producción de narrativas de forma abierta y colaborativa, por la creación de identidades mutantes y con vocación inclusiva, no excluyente. Son organizaciones que asumen e integran la des-organización, buscan -y se dejan- desbordar, más que compartirmentar la política en bloques (identitarios, lingüísticos, organizativos, demográficos, etc.).

Esta crisis del modelo-partido no es única y exclusivamente algo que naciera con el 15M. Tiene que ver con la crisis de la noción de experto (y aquí podemos situar la figura “político profesional” frente a “sociedad civil amateur”). La cultura digital devino en una crisis sobre los compartimentos estancos (crisis de la noción de departamento, de la noción de sector, incluso de los perfiles profesionales, ya no es tan sencillo demostrar ni representar una especialidad). Lo que demuestra esta lógica del desbordamiento es que no sitúa en el centro a los protagonistas que mandan, a los especialistas, sino que sitúa en el centro la colectivización en la gestión del conocimiento. No es casual que la palabra “común” sea tan importante, es un proceso de colectivización de la política (o de politización colectiva) donde la suma de saberes es la potencia y no las personas en sí mismas. Por tanto, una de las claves de esta “nueva política” es que lo que sirve de crítica para una parte de la política tradicional (“esta gente no tiene experiencia”) es en realidad un valor. El amateurismo es un fenómeno que trasciende la cuestión política y es una revolución que tiene que ver con personas que se autoforman y que aman lo que hacen. Es ese amor y esa pasión lo que mueve que sean capaces de innovar a niveles que no son planteables para los “profesionales”, aunque éstos vean con recelo que haya cada vez más gente que puede dedicarse a lo que les gusta. Hay una cuestión vocacional.

Por último, hay que mencionar algo esencial de todo este prototipado colectivo. Los feminismos y la forma en que se han infiltrado en la política. A pesar de que aún queda mucho por avanzar, dado que “estar presente” y la noción de vanguardia siguen estando muy presentes en la política profesional, lo cierto es que cabría reflexionar sobre qué ha implicado que la figura que tanto gusta al mainstream político mediático (el líder, la líder, el jefe, la jefa) y que tanto funciona narrativamente para simplificar el relato, haya estado ocupada por mujeres cuya forma de abordar la política es a través del diálogo, de la escucha activa y de la palabra. No son sólo ellas, el cambio de paradigma político (donde, como decíamos, es curioso que aún se hable de “unidad” cuando es precisamente eso lo que ha hecho fracasar a Izquierda UNIDA) tiene que ver también con la feminización de la política. Y quizás en el hecho de que la noción de unidad no es tan importante como la noción de confluencia hayan tenido que ver las mujeres en situaciones de vanguardia pero, sobre todo, las mujeres desde la retaguardia.

Estos prototipos no son infalibles pero, aún así, necesitan ser documentados y explicados para poder entender mejor su éxito (para descubrir si es algo puntual y si es realmente factible su replicabilidad de cara a las Elecciones Generales). Y a todas luces parece claro que “el consenso funcionó mejor que el asalto”, que “sí se puede, pero solos no solo Podemos”, y que, sin glorificarlo, hay que seguir bebiendo del espírítu que generó el 15M. Aquel espíritu que generó un consenso tan grande y que estaba basado en salir de nuestra cueva, encontrarnos y reconocernos. Pero reconocerse y encontrarse es más fácil cuando no nos encerramos en nuestras identidades históricas, cuando nos mantenemos siempre abiertos, siempre alerta, siempre dispuestos a mezclarnos y a dejarnos desbordar.

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