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El odio al mensajero

Lucía Lijtmaer

Escena 1:

“Odio a los periodistas”, dijo ella y yo pensé “Otra vez 'la frase'. No quiero tener que volver a pasar por 'la frase'”, que suele ser preludio de 'la discusión'. Estábamos tomando café, y ella hojeaba un periódico del día cuando soltó “la frase”, tan cansina.

No contesté. No hace falta responder a “la frase” ésta tan llena de prejuicios que como enunciado debería desarmarse solo. A lo sumo, puedes hacer una analogía, para que se vea cuan agresiva es. “Odio a los médicos”. “Odio a los abogados”. “Odio a los asistentes sociales”. Y así.

El problema no era la frase. El problema es que ya nos habíamos acostumbrado a ella como comodín. “Los periodistas” no eran para ella trabajadores – y, en España, uno de los grupos laborales que más han sufrido la crisis económica-, sino un colectivo a odiar. Sus razones eran puros lugares comunes. Arguyó a la manipulación informativa, a la prensa del corazón, al ruido mediático en general. Pero ella había dicho “odio a los periodistas”.

Corte a publicidad:

Esta noche, en sus pantallas, pueden disfrutar ustedes de “Todos los hombres del presidente”, una película interpretada por Robert Redford y Dustin Hoffman, en la que dos intrépidos reporteros de The Washington Post hacen caer al gobierno de los Estados Unidos con la simple ayuda de unas máquinas de escribir y un topo en el FBI. Sin internet ni nada. Disfruten de esta gran narración americana basada en hechos reales.

Escena 2:

El ex analista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos Edward Snowden hace públicos a través de los diarios The Guardian y The Washington Post unos documentos que revelan la existencia de diversos programas de vigilancia electrónica a la población estadounidense. Las informaciones de Snowden y la posterior investigación de periodistas de ambos periódicos demuestran:

- El establecimiento de programas ilegales de espionaje.

- Las sucesivas mentiras de los presidentes del gobierno de Estados Unidos (George W. Bush negándolo públicamente primero y Barack Obama después) que aseguraban seguir los procedimientos legales -aprobación de la Corte Suprema y orden judicial para establecer escuchas selectivas- y en ningún caso espionaje a gran escala.

- La cooperación con las tres mayores compañías telefónicas estadounidenses para realizar las escuchas masivas y la impunidad que gozan esas empresas asociadas.

- El acceso de la NSA a los datos telefónicos de todos los estadounidenses. Hasta el año 2011, también tenía acceso a todos sus datos almacenados en cualquier servidor online. El programa de vigilancia internáutica fue clausurado al no probarse su utilidad.

- Las mentiras de la NSA y la CIA cuando fueron cuestionadas sobre el alcance de las escuchas y la legalidad de las mismas.

Escena 3:

Dos expertos en seguridad de la agencia británica GCHQ requisan discos duros de periodistas del diario The Guardian encargados del caso Snowden y los destruyen. Al mismo tiempo, David Miranda, el novio del principal periodista a cargo de la información es retenido en el aeropuerto de Heathrow. Se le requisan pertenencias y posibles nuevas informaciones sobre el caso.

* * *

Las reacciones ante estas dos acciones son varias: el gobierno de Brasil, de dónde es originario Miranda, denunció el caso ante las Naciones Unidas. El viceprimer ministro británico Nick Clegg, que primero adujo a la seguridad nacional para justificar el allanamiento de la redacción de The Guardian ahora pide revisar la legalidad del arresto de Miranda.

Pero, ¿y los periodistas? La Federación Internacional de Periodistas apoya que el Parlamento británico investigue por qué se presionó y coaccionó al medio a destruir documentos, sin siquiera una orden judicial. Reporteros Sin fronteras critica la acción del gobierno del Reino Unido. Desde el 26 de agosto, no hay más reacciones de repulsa. The Guardian colabora ahora con The New York Times y Propublica para asegurar que la información pueda seguir su curso, y prevenir así futuros choques con las autoridades.

Mientras tanto, “la frase” sigue circulando. Y seguramente seguirá. Probablemente algún día cercano volverán a entrar los del servicio secreto a pisar la moqueta de otra redacción y destruir la información con total impunidad. ¿Por qué no? Nadie se lo está impidiendo. Nadie está examinando cuantas líneas rojas -por usar el lenguaje Obama- ha cruzado ya el poder gubernamental para que ocurra esto y el conjunto de la profesión no haga nada. Quizás estamos todos esperando a la narración cinematográfica.

Odio a los periodistas, decía aquella. A veces uno se pregunta quién (se) odia más.

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