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¿Un piquito, Jenni? (O por qué hay que cambiar la ley del deporte para que no quepan más Rubiales)

Rubiales se toca los genitales en el palco del estadio de Sídney que compartía con la reina Letizia, la infanta Sofía y autoridades internacionales.

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El único consuelo y a la vez lo más deprimente del desastre provocado por Luis Rubiales tras la gesta de la selección femenina de fútbol es que todo está grabado. El beso no consentido a su subordinada Jenni Hermoso lo vieron por la tele 5,5 millones de espectadores en España. Y muchos más en el extranjero, incluidos los editores de los diarios más prestigiosos del mundo, que siguen destacando el escándalo en sus portadas. 

No hay indicios de que el New York Times, Al Jazeera, la BBC o el Washington Post reciban instrucciones de Javier Tebas -archienemigo de Rubiales y otro personaje tenebroso del fútbol español, pero no es momento de extenderse en eso- a quien el presidente de la federación atribuye la mitad de los titulares de prensa que han criticado su trato a las futbolistas. La otra mitad, según Rubiales, es culpa de “esa lacra que es el falso feminismo”. 

Lo cierto es que como el país entero se indignó frente a la tele, no hicieron falta muchos intermediarios ni editoriales de prensa.

También está grabada la intervención del todavía máximo representante del fútbol español en la cadena Cope, cuando preguntado esa misma noche por el malestar general que había provocado su actitud, Rubiales respondió qué le parecían quienes afearon su comportamiento en el césped y en el palco: “gilipollas, tontos del culo, idiotas, estúpidos, pringados”. 

Ha pasado casi una semana y aún no ha encontrado un momento, ni siquiera durante su larguísima comparecencia ante la asamblea de la federación, para disculparse por tratar así a aficionados y medios de comunicación. Muy probablemente, porque lo sigue pensando. Es de agradecer que no haya dicho que esas palabras -gilipollas, tontos del culo, idiotas, estúpidos, pringados- se sacaron de contexto.

Está grabada por supuesto la supuesta disculpa que la Federación envió a la prensa cuando vio que todo empezaba a torcerse. Una escena imposible de olvidar. “No hubo mala fe por ninguna de las dos partes”, dijo ese día Rubiales. En el vídeo mirando a cámara, vino a contar que su comportamiento podía sonar raro fuera pero que todas dentro del combinado español lo vieron de lo más normal. No hay más que contemplar la reacción de las jugadoras y el propio comunicado de Jenni Hermoso para darse cuenta de lo cómodas que debieron sentirse las campeonas del mundo, primero con sus abrazos, besos y manoseos y luego viendo cómo esa actitud eclipsaba el título con el que llevaban soñando toda su vida. 

Y desde este viernes está grabado lo más interesante: la forma en que funciona la Federación Española de Fútbol. Se había criticado su falta de transparencia y rendición de cuentas durante las últimas cuatro décadas. Ya no. Ha quedado todo a la vista. Varias televisiones retransmitieron los modos de su presidente: una gestión personalista que incluye ataques a todo el que osa criticarlo, incluidos el Gobierno, los medios de comunicación, y la propia Jenni Hermoso, cuyo relato puso en duda y de la que llegó a decir que prácticamente había sido ella la que se abalanzó sobre él. 

También pudo seguirse en vivo y en directo el reparto de dinero y cargos que reserva a sus amigos. Todo, por supuesto, a cuenta de la federación. Al entrenador, Jorge Vilda, le ofreció dos millones de euros a cobrar en los próximos cuatro años. 

Inciso primero: el mandato de Rubiales, si no lo remedia antes el Tribunal de Arbitraje del Deporte inhabilitándolo, acaba el año que viene, pero este viernes ante las cámaras le hizo esa oferta a Vilda para seguir hasta 2027 en el puesto, a razón de medio millón de euros por ejercicio. Hubo ascenso también en directo para la segunda entrenadora, Montse Tomé, a la que prometió ser directora deportiva y dio a entender que podrá ser a la vez subordinada de Vilda (como ayudante en el banquillo) y también jefa suya desde la dirección deportiva. Ya os organizaréis, vino a decir desde el atril.

Montse Torné no solo no va a aceptar el ascenso sino que ha tardado unas horas en firmar un comunicado junto a parte del equipo técnico del equipo en el que deplora la actitud de su presidente y junto a otras trabajadoras de la federación revela que fueron obligadas a sentarse en primera fila para que se viese que había mujeres en el staff alineadas con Rubiales.  

La única disculpa en un larguísimo discurso que mantuvo en vilo al país la dirigió a la Casa Real, por el gesto de agarrarse los testículos para celebrar el título en el palco a escasos metros de la reina Letizia y su hija Sofía. Se entiende que quien no forma parte de la realeza, no tiene nada que perdonar: ni gestos ni insultos ni el trato a sus subordinadas.  

Fuera de la Corona, todo es justificable, incluido el beso en la boca que según Rubiales “fue consentido”. En medio de la euforia, vino a contar, justo después de que Hermoso recogiese su medalla de oro, él la felicitó por el Mundial y le preguntó: ¿Un piquito? Según ese relato de Rubiales, que no concuerda con el de la futbolista, ella le respondió “vale” y ahí fue cuando él la besó en los labios. 

Segundo inciso: aunque fuera así, cosa que negó Jenni Hermoso minutos después de que sucediese el episodio y sigue desmintiendo hoy, ¿cree Rubiales que los jefes pueden ir preguntando a sus subordinadas si quieren “un piquito” cada vez que una organización tiene algo que celebrar? 

¿Alguien se imagina a un consejero delegado del Ibex preguntando a la directora de marketing si quiere un piquito, vistos los beneficios que ha registrado la compañía?  

¿En el planeta que habita Rubiales es habitual que el dueño de un supermercado ofrezca besos en la boca a una cajera para festejar que suben las ventas? 

¿Los catedráticos de universidad plantan los morros a las alumnas que sacan sobresalientes?

¿Es consciente Rubiales, y quienes le aplaudieron en la tragicomedia que fue la asamblea de la federación, que no tiene la misma libertad la empleada que el jefe cuando este le propone “un piquito”?

¿Vale esto también para los hombres? ¿Se celebran igual los éxitos con quienes no son subordinados?

¿Por qué, si todo formaba parte de la euforia y el momento, no propuso Rubiales “un piquito” a la reina Letizia?

¿Se ha leído alguien en la Federación el código ético que aprobaron por unanimidad en 2019 y que prohíbe casi todo lo que ha hecho Rubiales la última semana? 

Ese código deontológico, ¿lo podrá incumplir todo el mundo a partir de ahora o solo su presidente?

Que ninguna de estas preguntas haya tenido respuesta una semana después solo se explica por la naturaleza de la Federación Española de Fútbol. Un organismo que no es público pero tampoco privado del todo y que para Rubiales combina lo mejor de ambos mundos para garantizarse la impunidad absoluta: le permite no tener jefes por arriba, pero tampoco accionistas por abajo que le puedan pedir cuentas de su gestión.

¿Sería entendible en el sector privado la continuidad de un directivo que ha ocasionado semejante daño reputacional a la marca, hasta el punto de eclipsar el mayor éxito de su historia?

¿Alguien que forme parte de una administración pública podría permitirse la última semana de Rubiales sin ser destituido de forma fulminante?

En realidad, Rubiales sigue al frente de la Federación después de que 23 campeonas del Mundo hayan renunciado a la selección para exigir su marcha, ignorando las advertencias del presidente del Gobierno, inhabilitado por la FIFA, porque su continuidad como presidente solo depende de 140 personas que le deben a él sus sueldos y privilegios.

En el documental Una verdad incómoda, el vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, explica que es difícil que un hombre entienda algo si su salario depende de que no lo entienda. Al Gore se refería al cambio climático y a quienes miran hacia otro lado y no hacen nada para que sus compañías puedan seguir ganando dinero.

Lo de la Federación es algo menos sofisticado: si algún miembro de su junta entiende que Rubiales es un personaje anacrónico que se ha convertido en un problema para el fútbol y la imagen del país y votase contra él o maniobrase para destituirlo, es muy probable que se quedase sin sueldo y sin viajes por el mundo acompañando a la selección: bien porque Rubiales cayese y llegase otro que eligiese palmeros nuevos, bien porque lograse resistir y se cobrase la venganza. 

Por eso, cuando desaparezca Rubiales -y es de esperar que con las campeonas del mundo renunciando a su selección y una mayoría muy mayoritaria del país en contra, sea pronto- el problema seguirá estando ahí. 

¿Tiene sentido que una federación que registra ingresos millonarios por los contratos que logra gracias a la selección nacional de fútbol no rinda cuentas a nadie y se auto organice ajena a cualquier control público?

¿Se le ocurre a alguien que Rubiales va a a decir que no a un régimen sanguinario como el de Arabia Saudí cuando este ofrece 40 millones de euros al año por jugar la Supercopa en ese país -y de paso lavarle la cara a una cleptocracia- si un porcentaje de ese contrato va directamente a sus cuentas corrientes?

¿Cómo va a extrañar, visto lo visto, que entre los planes futuros de Rubiales esté construir un estadio propio para la federación?

Todo eso es lo que se debería cambiar en la ley del deporte para evitar que haya otro Rubiales después de Rubiales. Para que la corrupción, el racismo y la discriminación a las mujeres dejen de ser “cosas del fútbol” en las que nadie mira. Para que el dinero que genera la selección nacional tenga por fin algún tipo de control. Explotar económicamente el talento y la imagen de los mejores futbolistas, a los que se recluta para representar a un país, no puede ser un negocio privado. Todo eso debería estar la ley del deporte, así como la rendición de cuentas y los procedimientos para nombrar al presidente y destituirlo. 

Porque los millones de Arabia Saudí son solo una parte del presupuesto, al que hay que sumar lo que pagan una larga lista de patrocinadores.

Inciso tercero y último: ¿tiene alguna de esas empresas que pagan millones a la Federación algo que decir sobre Rubiales, más allá de declaraciones de intenciones genéricas a favor de la igualdad? 

Se sobreentiende que nadie en Arabia va a ponerse muy exquisito con los derechos de las deportistas españolas, pero ¿no habría sido necesaria una mayor contundencia del resto de marcas que patrocinan a la selección?

Al margen de lo que haga el Tribunal de Arbitraje, que tiene en su mano inhabilitar de forma temporal a Rubiales por falta muy grave, algo que ya ha hecho la Fifa por los próximos tres meses -¡y cómo será la cosa para prohibir que él o los suyos intenten comunicarse con Jenni Hermoso!- ,  a la vista de que Rubiales no tiene más jefe que el dinero de los contratos, ¿no hubiese sido recomendable una mayor contundencia de los patrocinadores, a los que también ha arruinado años y millones de inversión, tras el mayor éxito del deporte femenino?

 Vamos acabando. Como la mayor parte del esperpento de la última semana, también está grabado el momento en que Rubiales acusa a un montón de gente de procurar su “asesinato social”. Salvo en ese universo paralelo donde reside aún el presidente de la federación (y los dirigentes que todavía lo acompañan) el resto del mundo sabe que lo único que se le está reclamando es que abandone el cargo tras haber dañado la imagen del deporte español y de todo un país. Se le pide asumir responsabilidades. Por el beso y por todo lo que vino después. Nada que ver con el asesinato civil. Salvo que por muerte civil se entienda dejar de cobrar 675.000 euros brutos al año, más 3.000 euros mensuales de ayuda para la vivienda y los 250.000 euros por ejercicio que le paga la UEFA. Además del porcentaje sobre los contratos que consiga la federación.

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