Los plazos posibles del cambio que viene
Un cambio político va a producirse. Lo que no está tan claro es si el nuevo escenario aparecerá definido tras las cuatro elecciones que tendrán lugar de aquí a final de año o si tras las generales de noviembre se iniciará una segunda fase del proceso en la que ocurrirán hechos aún más decisivos que los de la anterior. Lo más probable es que ocurra esto último. El deterioro que previsiblemente sufrirán el PP y el PSOE en las sucesivas convocatorias de 2015 provocará dos efectos: uno, tensiones internas muy importantes en ambos partidos que podrían propiciar salidas hoy por hoy imprevisibles; y, dos, un nuevo reparto de fuerzas en Las Cortes que complicará mucho la gobernabilidad y que conferirá a Podemos y Ciudadanos una parte del protagonismo al que ambos aspiran.
La partida no está ni mucho menos jugada pues la intensidad del cambio posible depende de la hondura de ambos procesos. Del deterioro de unos y del crecimiento de los otros. Y eso no se sabrá hasta que no se conozcan los resultados. Pero ya hay indicios de que ambos fenómenos van a ser relevantes.
El adelanto de las elecciones en Andalucía es uno de ellos. Porque entre los muchos motivos que se han dado para explicar esa decisión de Susana Díaz, uno aparece como el más consistente: el de frenar el descenso de las opciones electorales del PSOE en esa región. Un proceso que viene produciéndose desde hace años –hace tres, Juan Antonio Griñán sufrió un batacazo electoral, perdiendo 9 escaños y más de 700.000 votos- y que no se ha interrumpido. De hecho, los mejores pronósticos dicen que el 22 de marzo los socialistas perderán 6 escaños más. Ante el riesgo de que un año más de gobierno profundizara la caída y a la vista de la debilidad electoral del PP andaluz, la presidenta optó por romper su coalición con una IU amenazada de derrumbe interno y externo.
No tenía más remedio. Porque el PSOE está mal también en Andalucía. Y aunque parece que va a ser el partido más votado en estas elecciones, sus problemas aparecerán a la hora de gobernar con una debilidad política mayor de la que partía. Junto con el previsto fracaso del PP, ese será el dato más importante a la hora de valorar la resonancia que las elecciones regionales andaluzas pueden tener en el escenario español. Más que la suerte que puedan correr Podemos o Ciudadanos.
Aparte de su enorme importancia política, porque en ellas se juega el poder en unas instituciones que controlan bastante más del 50 % del gasto público español, las elecciones municipales y autonómicas serán también un nuevo banco de pruebas de la fuerza del PP y del PSOE. Y particularmente del primero, porque es el partido que gobierna el país. Las impresiones que generan los sondeos es que a ninguno de los dos les va a ir muy bien en estos comicios.
Éxitos o fracasos puntuales constituirán el mensaje que saldrá de las urnas locales. Y lo que ocurra en Madrid, en la Comunidad y en el Ayuntamiento, contribuirá al mismo en medida notable. Pero en términos políticos la lectura importante será la que se haga de los resultados globales. Porque desde 1979 éstos siempre han prefigurado lo que ocurrirá en las generales. Y si entre Podemos y Ciudadanos suman el 35 o 40 % de los votos en el conjunto de las capitales de provincia y mayores ciudades, cabría prever que el parlamento que saldría de esas generales sería realmente nuevo, por mucho que la ley D’Hont redimensionara, que lo hará, su eventual éxito electoral.
Las elecciones catalanas tienen una lectura aparte. Pero no del todo. Porque desde hace décadas también es una constante que el resultado que los partidos obtienen en Cataluña, al igual que en Andalucía, influye ,y no poco, en el reparto final de escaños en Las Cortes. Y tanto los sondeos como el ambiente indican que el PPC y el PSC corren seriamente el riesgo de sufrir sendas derrotas sin precedentes en Cataluña.
Con este último antecedente se llegaría así a octubre, es decir, a dos meses de las generales. Para entonces, las perspectivas podrían estar muy claras. O no tanto. En todo caso, la campaña electoral va a ser un capítulo muy importante del proceso. Se desconocen, faltaría más, los planes que unos y otros tienen al respecto. Pero está claro que el papel de los líderes de cada uno de los partidos será sin duda decisivo.
Hoy por hoy, la situación de unos y otros es distinta. Albert Rivera mantiene todas sus opciones. Pablo Iglesias también, por mucha carga venezolana que le estén poniendo bajo los pies. Y Pedro Sánchez está sin duda recuperando aliento tras unos meses difíciles. El que va de mal en peor es Mariano Rajoy. El fallo enorme que supone haber puesto a la cabeza del PP andaluz a un político tan mediocre como José Manuel Moreno es achacable, en última instancia, a la falta de liderazgo del presidente del Gobierno. La gestión de la candidatura de Esperanza Aguirre es otro despropósito de Rajoy. ¿Cómo permitió que se le amenazara con quitarle la presidencia del partido madrileño tras haberle conferido nueva fuerza política, nombrándola candidata a la alcaldía?
La reacción de Esperanza Aguirre ante esos hechos indica algo que puede ser importante de cara al futuro: que la aspirante a alcaldesa aspira también a ser la presidenta del partido. Y mientras Rajoy se sigue ocultando, o sale a la luz pública sólo para repetir, y cada vez con más tristeza, sus mensajes de siempre, en el PP son cada vez más los que creen que su actual líder no podrá seguir en el cargo si los resultados de las generales le son adversos. Si aciertan, una crisis interna en el PP, será una de las primeras novedades de la nueva legislatura.