La plurinacionalidad no es una trampa ni una excusa
Plurinacionalidad, interculturalidad, diversidad, multiculturalidad… incluso interseccionalidad son términos, conceptos de significados muy distintos que, sin entrar en definiciones antropológicas, filosóficas o de teoría política (no siempre coincidentes), contienen valores individuales y colectivos capaces de catalizar un cambio social transformador. Esas ideas no existían como tales ni en la época de los Reyes Católicos ni en la dictadura franquista; sin embargo, sí existían como realidades, experiencias colectivas, culturales, religiosas, sociales… realidades que fueron aplastadas, no sin crueldad, en la defensa de la falacia de una España gloriosa y unida contra los enemigos de la patria, reacción que incluyó una cruzada común para imponer el castellano y silenciar la diversidad lingüística y de dialectos (tal y como vuelven a hacer los gobiernos de PP y Vox en Baleares y la Comunitat Valenciana).
Ambos periodos de la Historia, por sus señas de identidad y cómo se han fabulado, tienen en común a los nostálgicos que desde la extrema derecha y la derecha descentrada prefieren retroceder en el tiempo a una época oscura en vez de ensanchar el sistema democrático. Ambas etapas elevan a valor absoluto y absolutista la idea de Estado uninacional a sabiendas de que este ni aceptaba ni quería aceptar la pluralidad ni la diferencia; es más, la perseguía y reprimía, ignorando que la esencia de lo que nos hace vivir en paz (social) es la convivencia y el respeto y no un orden rígido y marcial marcado por la autoridad.
Preservar la convivencia significa defender al Otro como parte de la comunidad y de la Humanidad, como ser humano igual (sin paternalismo, por favor). Ver la otredad como esa vecina y vecino cuyo origen, raza, religión, identidad de género, orientación sexual, nacionalidad, clase social, capacidades, estado de salud, etnia, tradiciones… nos debe dar igual excepto para conocer y aprender más. No hay nada en esa diversidad que les haga ser inferiores o más despreciables, no hay en nada en lo que somos que nos haga ser mejores o peores excepto nuestras acciones. Ser no es hacer y, en la Historia, quienes violentan la convivencia por dividir el mundo entre los nuestros, que son “puros y auténticos”, y los otros, que son enemigos por ser diferentes, tienen un nombre: totalitarios, y tienen un problema: miopía social, porque nadie es igual.
Totalitarismo y colonialismo suelen ir de la mano. Pero no son lo mismo. Por eso, llama la atención oír hablar estos días, en los que se han constituido las Cortes y se fraguan los posibles pactos de investidura, de plurinacionalidad a quienes, desde las instituciones, usan la potencia de este concepto para defender la convivencia de los pueblos-nacionalidades que conforman España mientras ignoran y omiten cómo se pisotean los derechos humanos de las personas pertenecientes a pueblos-nacionalidades ajenas al Estado español en los CIE, en barrios olvidados (excepto por las redadas policiales) como Lavapiés, en las fronteras, en los asentamientos chabolistas de los temporeros y temporeras migrantes que recogen nuestras frutas y verduras, en la exclusión sanitaria que todavía existe, en los náufragos del Mediterráneo…
Defender la plurinacionalidad ahora queda muy bien siendo de izquierdas. Y es un paso. Pero defenderla como idea universal es el desafío, más allá de que sea la llave de activar el mecanismo que necesita el gobierno progresista. Reconocer la plurinacionalidad es defender la pluralidad universal, también la racial, cultural, étnica… (no sé si Junts y Puigdemont estarán muy a favor de esta perspectiva). Reducir la defensa de la plurinacionalidad solo a la actual demanda del independentismo tiene trampa, la de olvidarse de defender la democracia en la diversidad, en toda la diversidad. En esa que es disidente y pone en jaque las estructuras de subordinación, discriminación, racismo, antigitanismo, xenofobia, lgtbifobia y machismo con los con que convivimos. Plurinacionalidad es contravenir la cultura uninacional, pero también la colonialista, la de explotación y la monocultural que deshumaniza a “los otros”, especialmente cuando no son españoles, no lo aparentan o no representan… ¿la tradición española?
Plurinacionalidad es consolidar el compromiso con los derechos humanos, es respetar la pluridiversidad y tener un programa político que luche contra la exclusión y trabaje por la justicia social. Es plantearse un nuevo pacto social. Por eso donde todos ven estos días un pulso del independentismo también hay una ventana de oportunidad para gobernar en la dirección de una sociedad más justa para todas las culturas, nacionalidades e identidades. Todo dependerá de las trampas que hagan quienes usan los derechos humanos y la diversidad para dejar todo como está. La batalla cultural también es usar los principios y los enfoques de derechos humanos, se tenga o no viento a favor.
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