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Política sin gente, gente sin política

Protesta del Sindicato de Inquilinos

Lourdes Lancho

Ya decía Marx que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los medios equivocados (lo dijo Groucho, disculpen la broma fácil). Esto viene a cuento de lo que pasó la semana pasada con el Supremo y las hipotecas. Fue uno de esos capítulos (uno más, suma y sigue) que nos recuerda por qué la ciudadanía no confía en la política y en los políticos para solucionar sus problemas.

Ya veremos si se mantiene la doctrina y si aclaran de una vez quién paga el llamado impuesto de las hipotecas. Sin entrar en detalles, porque no sé dónde piso en el terreno judicial, el relato para la justicia española, ya bastante baqueteada en los últimos tiempos, es demoledor. Resulta que hemos estado calculando nuestras hipotecas, incluyendo unos impuestos, gastos notariales, etc., que a lo mejor no nos tocaba pagar. Quien se haya comprado un piso sabe de qué estoy hablando... se daba por hecho el porcentaje que se aplicaba en cada comunidad y se incluía en los planes de compra.

La percepción, sin entrar en el fondo, es que los bancos y ciertos poderes actúan con la seguridad que da el sentirse impunes. Y eso en una sociedad tan machacada, tan cabreada -disculpen que utilice este término tan coloquial pero creo que es el que mejor define el grado de enfado- está calando de forma muy peligrosa.

Tenemos derecho a sentirnos cabreados porque hemos estado pagando algo que igual no nos tocaba. Y cabrea, todavía más, sospechar que por quitarse unos y otros un marrón de encima quizás lo tengamos que seguir pagando. No nos lo inventamos, desde el momento en que el presidente de la Sala de lo Contencioso argumenta su decisión con la demoledora frase “la enorme repercusión económica y social” el relato es lo que parece. A ver, para unas cosas sí afecta a la justicia la repercusión social y para otras (sentencia de la manada) no. Pero mejor no adelantar acontecimientos, que no sabemos qué decisión se tomará en ese pleno de principios de noviembre.

Toca esta polémica un tema muy sensible, porque con la vivienda no se juega. La vivienda es todavía uno de los grandes problemas que tenemos, porque cada día se sigue desahuciando a gente que se queda en la calle. Según datos del Consejo General del Poder Judicial los lanzamientos por impago de hipotecas han descendido en los primeros meses de este año, pero suben los desahucios por los alquileres.

Dos días antes del cambio de doctrina del Supremo hablé con unas vecinas del barrio de Sant Antoni de Barcelona donde los alquileres están subiendo escandalosamente desde hace meses. Nadie hace nada al respecto. Ellas se han plantado, junto con otros inquilinos, que han recibido burofaxes en los que les notificaban que o asumían las subidas abusivas o tenían que dejar el piso.

Su casa, su espacio, su vida... Es especialmente escandaloso porque pagan religiosamente el alquiler. Una de ellas, Magnolia, dijo que mucha gente va a aceptando las subidas abusivas porque les avergüenza que los vecinos crean que las echan porque no pagan. Sienten vergüenza y no quieren dejar sus casas. ¿se lo pueden creer? Son víctimas de una extorsión por parte de sus caseros y sienten ellas la vergüenza. Desde hace un tiempo se han plantado y se han organizado en el Sindicato de Inquilinos. Y junto con plataformas ciudadanas y asociaciones de vecinos están diciendo que se quedan. Porque la vergüenza la deberían sentir quienes permiten esta burbuja, quienes se están enriqueciendo sin escrúpulos. O en el Supremo, porque si la ley se ha interpretado así y favorece al ciudadano no debería haber presión externa que la cambiara. Es la ley, para unos y para otros. A la gente la echan por querer enriquecerse y especular con lo que es y ha sido su hogar. Ahora podría caer en la demagogia y recordar cuánto dinero público, nuestro, se ha invertido en salvar a la banca durante la crisis; y cuánto de ese dinero vamos a rescatar.

Cómo se ha priorizado poner por delante lo financiero a lo humano. Dar facilidades a grandes fondos para quedarse con los inmuebles vacíos de los bancos, en lugar de trazar un plan de vivienda más justo.

Volvamos a la vergüenza. Creo que para sentir vergüenza es necesario tener decencia. Y eso, no se compra con dinero. Por eso la decencia y la vergüenza jamás cotizarán en bolsa. O Recuperamos estos valores que nos dan una mejor convivencia y gobierno o estamos abocados a que la gente se enfade mucho y luego vote al que crea que más va a cabrear a quienes les han olvidado, apretado el cuello y despreciado. Es lo que pasa cuando se hace la política sin pensar en la gente. La gente piensa en la política sin políticos. Porque cabreados se toman siempre malas decisiones. Pero ¿quién les discute la razón de su enfado?

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