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Se necesitan #TrabajadoresDeTodaClase

Cabecera de la manifestación del Primero de Mayo de 2021 en Madrid..

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“España es una República Democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y Justicia. Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo”.

¡Qué sueño! ¿eh? Así reza el título preliminar, Artículo I de la Constitución de la II República. Lo he leído en el fantástico libro “La II República española: textos fundamentales. Selección de leyes, discursos y proclamas”. Digo fantástico, no porque sea de lectura fácil, sino porque es un libro de y para investigadores y que simplemente deja que sea la República la que hable a través de sus proyectos y del trabajo ingente que hicieron quienes creían en que este país podía y debía tener un futuro mejor. Es un libro que edita el doctor en filosofía Norbert Bilbeny y con la contextualización de la doctora y profesora de Historia contemporánea de la UB, Paola Lo Cascio. Un libro necesario, además, para tapar bocas revisionistas que pretenden justificar un golpe de estado y una guerra civil.

Lo primero que me viene a la cabeza leyendo esa definición de la ciudadanía como “trabajadores de toda clase”, es la apuesta tan atrevida y digna en aquella España dominada, todavía, por élites rentistas, poco productivas para las que el trabajo era algo casi deshonroso (no sé si lo de las élites ha cambiado mucho).

Lo segundo, en pleno debate sobre la reforma laboral, me pregunto ¿dónde están esos trabajadores ahora? ¿Por qué de ser una honra digna de figurar como orgullosa definición de un Estado, ha pasado a casi desaparecer? Hemos habilitado mil formas de hablar de los trabajadores sin mencionar el término. Sinónimos para no hablar abiertamente del trabajo, somos trabajadores. Pero la clase trabajadora no vende hoy en día. Los trabajadores son los otros, es de pobres. 

Los trabajadores no tenemos quién nos hable, ni quién nos dirija. Porque ya no es que no molemos, es que estamos en vías de extinción como nos dicen los augures del futuro robótico y tecnológico. Tampoco contamos en los planes identitarios que se ha fijado como futuro la izquierda, porque en los barrios la identidad a veces pasa a un segundo plano si no sabes cómo vas a llegar a fin de mes. Cuando tienes necesidades apremiantes, no tienes tiempo para preguntarte quién eres y cómo fluyes. Cuando tu prioridad es poner un plato en la mesa, tampoco ves tan urgente lo de reducir el consumo de carne o ser más sostenible no comprando plástico. Sobre todo, porque la comida basura y las ofertas de las grandes superficies son más baratas y van profusamente plastificadas. Pienso todo esto y me incomoda mucho. Me contraria. Pero es una realidad que está ahí, aunque los periodistas desde nuestras burbujas, a menudo bien intencionadas, no lo queramos ver. Visitamos estos barrios y escuchamos testimonios que nos alteran, que no nos gustan y no coinciden con el buenismo paternalista con que a veces nos acercamos a saber de sus problemas. Es molesta esa realidad tan políticamente incorrecta, mejor no verla, mejor suavizarla. Es una foto que estropea nuestro relato, nos amarga la fiesta de la realidad diversa, sostenible, concienciada. Pero es una realidad que existe, y tiene cada vez más peso. No hay más que ver los datos recientes del Monitor de Desigualdad de Caixabank (qué paradoja tan terrible que financien ellos este estudio). Un 27% de españoles están en riesgo de pobreza y lejos de estrecharse, esa brecha se hace cada vez más grande con cada crisis que nos azota. En catalán hay una frase que viene a decir que en cada colada perdemos una sábana. Y ya casi no queda con qué taparnos. 

No sé cómo la izquierda podría volver a dar voz a asociaciones vecinales, a los y las obreras, para que nos escupan esa realidad en la cara, para poder construir el futuro con ellos. Cómo tener eso en cuenta en el futuro de las relaciones laborales o en ese mundo, más sostenible que tenemos que construir. Sin ellos, sin todos nosotros los trabajadores, no se puede hacer nada, porque es a nosotros a quienes se nos va a pedir que sacrifiquemos cosas que eran, hasta hace pocos días, aspiracionales. Vienen grandes cambios, espero que por y para el bien de todos. Para que cuenten con la voz y los intereses de los trabajadores, tendremos que rescatar el orgullo de clase. Si no, llegará desde cualquier despacho, algún-a arribista que aproveche para agitar esas aguas, ya revueltas, y sacar algún provecho. Ya lo están haciendo y les va bien. Ellos sí que tienen conciencia de clase, y a veces necesitan jugar con nosotros para seguir perpetuando sus chiringuitos. Tampoco eso es nada nuevo. Así que aunque no venda en Instagram, ni lo pete en Tik Tok, todos y todas deberíamos etiquetarnos como “trabajadores y trabajadoras de toda clase”. 

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