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La política de la sospecha

Fotografía de archivo del expresidente estadounidense Donald Trump.

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El célebre ensayo de Richard Hofstadter El estilo paranoico en la política estadounidense, publicado en 1964 en Harper’s Magazine, está de plena actualidad y es una muestra de la persistencia de un modo suspicaz de hacer y entender la política en la que el adversario es “absolutamente malvado y absolutamente insoportable y debe ser eliminado por completo”. Este estilo de liderazgo, que renuncia a debatir sobre modelos económicos, productivos o sociales en favor de las pasiones y las aversiones, no es exclusivo de EEUU, se practica en cualquier país y también en España, donde solemos importar, descontextualizados, los modos políticos y las guerras culturales americanas.

El ensayo de Hofstadter se dirigía a la derecha, pero, como él mismo dijo, es válido también para la izquierda. El líder paranoico concibe la política como una lucha entre el bien y el mal, y traslada esa idea a su militancia y a sus votantes, provocando desconfianza general hacia las instituciones, facilidad para aceptar teorías conspirativas, tomas de posición que se deciden a la contra e imposibilidad no ya de cooperar con el que piensa distinto, sino de aceptarlo. En manos de personas que pueden mover las palancas del poder, el estilo paranoico se convierte en una herramienta para deslegitimar al adversario, primero, y para castigar a cualquiera que dentro de su espacio se atreva a criticar sus acciones, después. Y coloca a sus seguidores en un punto de inflexión continuo, en los días previos a un apocalipsis que ocurrirá si no se consigue un triunfo total sobre el enemigo.

Hofstadter no podía prever las redes sociales, aunque sus dinámicas encajan perfectamente en su exposición. En redes, las teorías de la conspiración encuentran su caldo de cultivo, y pueden afectar a los meteorólogos y el cambio climático, a la inmigración, a la estela que dejan los aviones o a la guerra de Ucrania. Son el lugar perfecto para la política de la sospecha, que lleva a deducir que si un oponente político tiene una posición determinada sobre cualquier tema, lo sensato es situarse al otro lado, sin mayor reflexión. Y son también las redes el espacio de desarrollo y justificación del “malismo”, esa ya no tan nueva forma de hacer ostentación de falta de respeto y hasta crueldad con el adversario que, en lugar de reproche, provoca aplausos, y votos.

El “malismo” y la sospecha tienen mucho que ver con la amoralidad a la hora de ejercer la política que ha caracterizado el mandato de Trump y que, aun más que él, han promovido medios de comunicación como Fox News y su ahora defenestrada (aunque no acabada) estrella Tucker Carlson. Trump es uno de tantos líderes paranoicos que dan voz a los sentimientos de ira y agravio de los que creen tener la razón sin matices y que trasladan la idea de que ellos son los únicos que se atreven a cantar las verdades del barquero. Esta actitud da permiso a los votantes para actuar en consecuencia en un mundo en blanco y negro en el que no existe ni la posibilidad de equivocarse ni la empatía con el distinto.

En la derecha, la amoralidad suspicaz de Trump y otros líderes desatan lógicas de dominio y sumisión en las que el egoísmo y la desigualdad son (a diferencia de las teorías del siempre reivindicado Thomas Piketty) inevitables y consecuencia de las leyes inexorables de la economía; en la izquierda, el estilo paranoico y la sospecha hacen casi imposibles los procesos políticos normales de negociación y compromiso que deben darse entre distintas opciones. Impiden ver como algo normal y sano el disenso y el desacuerdo, y se rechaza la idea de que todos somos falibles y cometemos errores y es imposible tener siempre razón. El ego y la voluntad de llegar hasta el final en determinadas ideas, caiga quien caiga, impiden los acuerdos felices que son necesarios para que los ciudadanos, al menos, puedan vivir un poco mejor.

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