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El pollo y la gallina no son cosas, son aves

Gallinas

José Luis Gallego

Este fin de semana celebramos el Día de las Aves y muchos aficionados acuden a nuestros campos, bosques y aguazales para disfrutar de ellas. Sin embargo, nadie se acuerda de esas otras que tenemos encerradas en las naves avícolas para que nos sirvan de alimento. Porque aunque las tratemos como tal, los pollos y las gallinas no son cosas: son aves.

Estoy convencido de que la mayoría habéis sentido el mismo escalofrío que me recorre el cuerpo cada vez que me cruzo con un camión de transporte aviar en la carretera. Una tremenda sacudida emocional que remueve mi conciencia y me estruja el alma.

Al ver a esas pobres aves allí, encajonadas y amontonadas como una mercancía cualquiera, convertidas en meros amasijos de carne y plumas, me pregunto: ¿Cómo hemos podido convertirnos en tales monstruos? ¿Por qué los seres humanos ejercemos un especismo tan despiadado hacia el resto de criaturas del planeta? ¿Cuándo y por qué motivo decidimos convertir a los animales que nos sirven de alimento en cosas y cómo es posible que hayamos alcanzado tal nivel de insensibilidad hacia ellos?

La actual normativa sobre mantenimiento y transporte de pollos y gallinas en explotaciones avícolas deriva de la Estrategia Europea de Bienestar Animal. En el caso de las gallinas ponedoras la ley obligó en 1999 a mejorar las condiciones de vida de los animales aumentando el espacio de las jaulas individuales, que debía ser superior a los 750 cm2. Para que se hagan una idea una hoja DIN A4 ocupa 625 cm2, por lo que la mejora no fue demasiado ambiciosa que digamos. Aún así ésta normativa no se hizo obligatoria hasta 2012 por las protestas del sector.

En aquel año España era el segundo productor de la UE con un millar de explotaciones avícolas y un censo de 45 millones de gallinas ponedoras, de las que un 90% vivían en jaulas DIN A4. Al acabarse las moratorias comunitarias, una parte muy importante del sector, en torno al 20% según sus propias fuentes, optó por abandonar la actividad ante la incapacidad de asumir las inversiones.

De los restantes algunos optaron por agruparse y seguir adelante acatando la normativa. Otros fueron más allá y, pensando en el futuro, decidieron avanzar hacia un modelo de producción mucho más ecológico, sostenible y respetuoso con la vida de los animales. Son los que están empezando a recoger los frutos de un cambio de sensibilidad en el consumidor, que cada vez demanda más este tipo de productos.

Pero muchos otros continuaron suplicando a la UE nuevas moratorias para poder adaptarse a los cambios. Y el resultado es que en 2017 todavía existen explotaciones avícolas que siguen sin cumplir las leyes comunitarias de bienestar animal mientras el Gobierno español mira para otro lado.

Siempre he creído en nuestro papel como consumidores para provocar cambios en el mercado. Y en el caso del bienestar de nuestros pollos y gallinas basta con practicar un consumo mucho más responsable: leyendo la etiqueta, interesándonos por el origen de las pechugas que nos están sirviendo. O leyendo el código que aparece en la cáscara de los huevos, cuyo primer dígito hace referencia al sistema de cría de las gallinas.

Si es un 0 significa que los huevos provienen de producción biológica, de gallinas criadas al aire libre y alimentadas con grano, libres de aditivos químicos, antibióticos, aceleradores del crecimiento, etc. Si es un 1 indica que son de producción campera: las gallinas tienen acceso durante todo el día a corrales al aire libre (4 gallinas por m2), pero los piensos no son biológicos.

Si empieza por un 2 se trata de gallinas criadas en naves cubiertas. Aunque no estén encerradas en jaulas, pueden llegar a vivir en una densidad de 12 gallinas por metro cuadrado. Para evitar que se picoteen entre ellas se les corta el pico. Y si es un 3 ya saben, son las gallinas del DIN A4: jaulas en batería alineadas en pisos, dentro de naves industriales mal iluminadas y mal aireadas donde sufren todo tipo de patologías y malformaciones.

El pollo y la gallina son seres vivos. Y como desde el consumo responsable podemos contribuir a que recuperen esa condición que nunca debimos arrebatarles.

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