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El PP no sabe ni a qué está jugando

La portavoz parlamentaria del PP en el Congreso, Cuca Gamarra, interviene durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados el 30 de noviembre de 2022.

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Para desgracia de la mayoría de los informativos televisivos, el ruido que atruena estos días el Parlamento se acabará más pronto que tarde. Porque no hay nada sustancial que lo sostenga, porque esas cosas terminan agotando hasta a sus patrocinadores. Y cuando vuelva la calma, por decir algo y aunque dure muy poco, lo que aparecerá es lo que había antes: que el PP, el partido que debería aspirar a hacerse con el poder, tiene muy poco que decir, más allá de los insultos.

Se puede entender que Vox apueste por el follón, por salirse de madre. Es su única manera de salir en los papeles, de quitarle protagonismo a su casi único rival, el PP. Que Podemos haya optado por la verbosidad sin contemplaciones es también comprensible. Porque la deriva del “solo sí es sí” ha dejado en mal lugar a su principal figura pública, Irene Montero, y comprometido la imagen de eficacia de gestión de su partido. Y porque solo contraatacando podía contrarrestar la intolerable presión a que le viene sometiendo la derecha. Pero, ¿por qué el PP ha entrado en ese juego?

Pues, por muchas vueltas que se le dé, porque no tiene otro discurso que ofrecer aparte del del ruido, y porque no se puede dejar comer ese terreno por Vox. Más allá de las limitaciones que ha venido ofreciendo su nuevo líder, Alberto Núñez Feijóo, y del parco resultado de las encuestas para la derecha, ese es el mayor problema de un partido que quiere arrebatar el Gobierno a la izquierda: el de que no tiene una propuesta mínimamente consistente en la que apoyar esa aspiración, en que todo lo fía a que su rival se venga abajo.

Y está claro que eso no va a ocurrir, a menos que las elecciones municipales y autonómicas sean una catástrofe sin paliativos para el PSOE y para Unidas Podemos, se presente esta última como se presente. No hay muchos sondeos a este respecto, pero los que han ido apareciendo en los últimos días, incluso los que de institutos que suelen ser favorables a la derecha, no apuntan a una hecatombe para la izquierda. A lo sumo un ligero descenso del porcentaje total e incluso la posibilidad de que pierda un territorio tan importante como la Comunidad Valenciana.

Si esos vaticinios se cumplen, lo que hoy están diciendo casi unánimemente las encuestas volverá a aparecer tras las elecciones de mayo: es decir que el PP tiene prácticamente imposible lograr una victoria por mayoría absoluta y que la suma inevitable de sus escaños con los de Vox puede incluso que no sea suficiente para formar gobierno.

Esa es la situación que se percibe en estos momentos y la que hay que tener en cuenta para analizar los comportamientos de unos y otros partidos en el actual escenario. La primera conclusión del análisis, provisional sin duda, del momento presente, es que al que menos mal le van las cosas es al PSOE, a Pedro Sánchez.

Primero, porque su gobierno acaba de ver aprobados sus Presupuestos para 2023 y cuenta con una base de actuación política amplia y bastante indiscutible. Puede planificar y llevar sus actuaciones de aquí a un año, sin que nadie pueda cuestionar sus decisiones. Y eso es mucho cuando lo que están en juego son una elecciones generales.

Segundo, porque sus alianzas no presentan fisuras relevantes y es previsible que aguanten. Sobre todo, la que le vincula a Podemos, que es la que más se ha puesto en cuestión en los últimos días. Está claro que Pedro Sánchez no quiere romper con el partido morado y hoy por hoy no hay elemento alguno que haga pensar que se prepara para un adelanto electoral, aunque esta hipótesis nunca puede ser descartada. Pero es que tampoco Podemos tiene mucho que ganar saliéndose del Gobierno. Otra cosa es qué hará para acabar con el actual enfrentamiento entre sus distintas facciones.

La coalición tiende por tanto a aguantar, aunque haya que hacer algunos ajustes para que sea más funcional con las necesidades. Es preciso, para empezar, modificar en algo la ley del 'solo sí es sí' para que los tribunales no enmienden cada día la plana al Ejecutivo. Es prácticamente seguro que en el momento procesal pertinente aparecerá la solución a ese entuerto.

Sánchez tiene también que resolver el problema Marlaska antes de que la bola termine por ser imparable. Y la mejor manera de hacerlo es que el actual ministro del Interior sea sustituido en el mismo paquete en que se nombren los sucesores de las dos ministras que serán candidatas a las municipales y autonómicas. Más adelante se terminará sabiendo como ha sido posible que un político tan eficaz como Marlaska haya cometido errores tan graves como los que han llevado al cese. Pero Ceuta y Melilla son avisperos de los que es muy difícil salir sin daños.

Además del entendimiento, aunque sea a la fuerza, con Podemos, Sánchez cuenta a su favor con la mejor relación que los socialistas han tenido con Esquerra Republicana desde hace décadas y que previsibles, aunque no fáciles, acuerdos entre ambos partidos en la escena política catalana no harán sino reforzar. La reforma del delito de sedición no hará sino allanar ese camino, sin que la reacción en contra de la derecha vaya a impedirlo. De unas y otras cosas también podrán derivarse efectos electorales positivos para los socialistas en Cataluña, aunque este terreno es más incierto.

Y encima el gran fantasma que sobrevolaba la escena política desde hace más dos años está perdiendo fuerza. La inflación, todavía altísima, está empezando a ser controlada. Y hasta el gobernador del Banco de España, siempre remiso al optimismo, acaba de decir que puede que no haya recesión en España, solo recortes en los índices de crecimiento para 2023.

Paciencia y eficacia para ir rematando las leyes que están encima de la mesa del Parlamento y cuanto antes mejor para entrar en un periodo de mayor tranquilidad y de menos motivos para el escándalo forzado. Esa es la fórmula que mejor le iría al Gobierno. En cambio, no aparece a la vista ninguna receta para que el PP encuentre su camino.

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