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El PP no sabe hacer oposición

Dos sondeos atribuyen una nueva mayoría absoluta al PP de Feijóo en Galicia

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Esta pasada semana ha parecido atisbarse un significativo cambio de estrategia en el PP. El fracaso de su política de abierta confrontación alineada con Vox empieza a ser evidente. Por vez primera, abren tímidamente la posibilidad de llegar a acuerdos transversales en algunas materias. Lo más llamativo es que se niegan a reconocerlo, lo cual convierte en absolutamente inútil su iniciativa. Si el PP ha fracasado al mostrarse como un partido a la contra y por tanto inútil en una situación de emergencia nacional, lo lógico es que luchara por borrar esa imagen ampliamente generalizada. Lo racional hubiera sido exhibir un perfil dialogante y hacer ver su capacidad de diálogo y colaboración. Sin embargo, han optado por una postura esquizofrénica, la de empezar a actuar con cierto espíritu, sin ceder un solo centímetro en su agresividad dialéctica. El resumen de su posición se resume en la asombrosa frase que han repetido sus portavoces estos días: “Reclamamos al Gobierno que deje la estrategia partidista y las descalificaciones y negocie con el PP por el bien de España”.

El Partido Popular atraviesa una seria crisis de identidad. La esquizofrenia viene derivada de no querer reconocer como cierta la indiscutible realidad. Tras su enésima derrota electoral, la derecha española decidió una vez más negarse a aceptar la voluntad democrática de los españoles. Cuando Pedro Sánchez fue democráticamente investido como presidente, el acto lo consideraron ilegítimo. Cuando el país ha necesitado su colaboración para construir un frente común contra la mayor emergencia sanitaria de nuestra historia, en lugar de contar con su ayuda, ha dado la espalda a cualquier posibilidad de esfuerzo conjunto. Ahora, todos los datos indican que su estrategia de acoso y derribo ha sido un fracaso. 

La polarización ha aumentado

Los estudios de opinión reflejan que la polarización ha aumentado. Es decir, la política de abierta confrontación y crispación ha provocado un doble efecto. Por un lado, el PP ha conseguido exacerbar a sus seguidores contra el Gobierno y aumentar el nivel de entrega a su causa. Esa política ha conducido a que el resto de la ciudadanía (la mayoría de los españoles) se haya alejado aún más de ese frente bélico y se haya refugiado en sus propias convicciones. Se han sentido atacados y violentados en el ejercicio de su libertad de ideas.

Las encuestas demuestran de forma generalizada que la derecha se mantiene tan firme como bloque como alejada de alcanzar el poder. En democracia, el factor numérico acaba siendo trascendente. El PP ha olvidado que son minoritarios en este país. Que lo que necesitan es ampliar su electorado, no encerrarse entre sus hoy estrechas cuatro paredes. La cuestión está en dirimir si el problema del PP es un coyuntural error estratégico o si es consecuencia directa de una profunda concepción estructural más difícil de modificar.

Partidos creados para gobernar como único fin

Los grandes partidos políticos se constituyen con el único fin de alcanzar el Gobierno e implementar el modelo de sociedad que defienden. De forma tradicional, a las formaciones políticas y los principales líderes se les juzga en la historia por su papel como gobernantes. Sin embargo, siempre queda por escribir una parte importante de su recorrido. Aquel en el que, tras perder unas elecciones, tienen que dedicarse a ser la alternativa en la sombra. Ese período en el que toca sufrir y esperar a que se produzca una nueva contienda electoral que pudiera permitirle acceder al poder. A cualquier partido importante le incomoda estar en la oposición. Como solía decirles Luis Aragonés a los jugadores de la selección en el vestuario durante la Eurocopa que España ganó en 2008, “nadie se acuerda de quién quedó finalista en un Mundial o una Eurocopa”.

Falta claramente bibliografía sobre aquellos grupos y políticos que han tenido que estar en la oposición. Nadie se detiene a escribir sobre ellos. Implicaría, de alguna manera, mostrar el reverso de la historia. Algo así como el Upside Down que aparecía en la serie Strangers Things. Un mundo oscuro que coexiste a la vez que el mundo real. Un mundo tenebroso en el que se extiende el odio y el rencor. Un mundo inhóspito en el que todos los que conviven son potenciales depredadores. Un mundo desolador en el que solo hay una justificación para vivir: la esperanza de salir de allí. Por terminar las referencias de cultura pop, el poder en democracia equivale a la fuerza en el universo de Star Wars. Gobernar es el lado luminoso. La oposición significa vivir en el lado oscuro. 

Por mucho que todos los sabios lo hayan dejado marcado en su legado, tendemos a olvidarlo. La vida son éxitos y fracasos. Son alegrías y tristezas. Son triunfos y derrotas. La derecha española no parece terminar de entenderlo. Su profunda obsesión por alcanzar el poder le lleva en ocasiones a no ser capaz de asimilar la posibilidad de perder. Tenemos un ejemplo manifiesto en la psique del Partido Popular. Se trata de una organización política que solo tiene sentido si controla el poder. Toda su estructura se resquebraja si pasa a la oposición. Cuando el PP sale derrotado en las urnas, jamás lo considera una limpia y objetiva decisión de los ciudadanos. Para ellos, es siempre una conmoción, una injusticia y una manifiesta ilegalidad. La derrota electoral no les conduce a reflexionar sobre sus errores cometidos, sino a dar por inexistente el proceso y a luchar por reimponer el orden establecido. Para el PP, gobernar no es una opción, es lo que tiene que ser. Todo lo demás es una anomalía que hay que corregir como sea.

La izquierda está acostumbrada históricamente a perder

No es que en la izquierda a los partidos les guste perder. Sin embargo, por su propia condición de clase, tienden a creer que su objetivo es luchar por alcanzar aquello que los privilegiados suelen controlar desde hace siglos: el poder. Para la izquierda, estar en la oposición es doloroso pero asumible. Las clases más desfavorecidas han estado en la oposición desde hace miles y miles de años. En algunas etapas de la historia el dominio lo imponía la fuerza, en otras la riqueza y, en algunas ocasiones, fuerza y riqueza juntas. En la izquierda siempre hay cierta resignación fatalista en la derrota. Normalmente, estos períodos de ejercicio de la oposición democrática los aprovechan para entretenerse en desencadenar sangrientas batallas internas para determinar quién será el nuevo grupo dominante que dirimirá la siguiente batalla contra la clase hegemónica.

Es comprensible que sea discutible la tarea del PP cuando ha estado en el poder. Lógicamente, ellos resaltan lo que consideran grandes logros que supuestamente alcanzaron Aznar y Rajoy. Parece entendible que intenten no prestar atención a sus posibles errores. El PP suele mostrar orgullo por sus etapas en el Gobierno. Sin embargo, jamás se ha escuchado una sola reivindicación de su papel en la oposición. Nadie, ni siquiera ellos mismos, ha sido capaz de poder presumir con orgullo de haber sido una leal formación política que trabajó como alternativa a Felipe González, Zapatero o Sánchez. Nunca han podido mostrar su capacidad de colaboración desinteresada por la mejora del país, aunque no les tocara en ese momento manejar el poder a su antojo. Su único objetivo en la oposición fue siempre acortar al máximo la anomalía natural que supone que los ciudadanos decidan que un Gobierno progresista es, en un período determinado, una mejor opción para nuestro país.

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