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Preguntar por la monarquía

Una imagen de Isabel II en la plaza de Piccadilly Circus, en Londres.

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En Reino Unido es rara la manzana, el mercado o el edificio de apartamentos que no organiza una fiesta esta semana. Las pastelerías están llenas de tartas con figuritas de azúcar de Isabel II, sus caballos y sus bolsos, y las tiendas adaptan lo que venden -sean lanas, mermeladas, libros o herramientas de jardín- a los colores de la bandera y los iconos reales. Es en gran parte un lucrativo negocio porque los británicos tienen dos días festivos y la celebración es una invitación a gastar y -por supuesto- beber en las calles. El llamado Jubileo -los 70 años de la reina en el trono, un récord para el país- toma forma de nueva línea de metro en Londres (Elizabeth), nuevos sellos y alguna ocurrencia de Boris Johnson, como reivindicar el sistema de medidas imperial que utiliza millas, pulgadas, onzas o pintas en lugar del sistema métrico que se utiliza en el resto de Europa. 

La reina Isabel es sorprendentemente popular en Reino Unido. Según los datos de la encuestadora Ipsos, el 86% de la población dice estar “satisfecha” por cómo la reina “hace su trabajo”. Su hijo Carlos gusta un poco menos: ese apoyo baja al 65%. En cualquier caso, el 68% de los británicos dice ahora que prefiere tener una monarquía parlamentaria como sistema político. El apoyo a la república está en un 22%, en línea con las encuestas de otros años, aunque se nota una clara brecha generacional. Las personas que tienen ahora entre 18 y 24 años muestran una ligera inclinación a favor de la república. 

El entusiasmo de estos días es comprensible en un país que ha tenido poco que celebrar en los dos últimos años. Reino Unido es uno de los que más ha sufrido la pandemia en cuanto a número de personas muertas y enfermas. También -aunque Boris Johnson haga esfuerzos por ocultarlo- uno de los que ha tenido los momentos de cese de actividad más estrictos, en parte por su política incoherente que ha oscilado, según el rato, entre suprimir todas las restricciones y precauciones más básicas -como la mascarilla- en momentos de alta transmisión del virus y cerrar todas las tiendas, bares, restaurantes y fronteras durante más meses que otros vecinos europeos -2021 fue más parecido a 2020 en Reino Unido que en ningún otro país europeo-. Y en toda la tragedia en cadena, frente a la oscuridad y las bufonadas de Boris Johnson en sus fiestas o las de sus empleados, la reina Isabel se convirtió para muchos en un símbolo. Fue su discurso en marzo de 2020 llamando a la resistencia y recordando que la historia ya nos había ofrecido tiempos más difíciles que habíamos superado. O su soledad respetuosa de las reglas covid el año siguiente en el funeral de su marido. Se trató de momentos pequeños pero con carga simbólica en un país deseoso de seriedad y empatía. 

Cuando a los británicos se les pregunta por el futuro ya no tienen tan claro que la monarquía vaya a sobrevivir mucho más allá de Isabel II y los datos de la opinión de los jóvenes ya indican que una institución cara, obsoleta y heredada de una sociedad reflejo de otro mundo no concuerda con la realidad actual. Todo esto lo sabemos porque hay datos completos sobre la monarquía, su función y sus figuras que, en cambio, siguen faltando en España. Algunas encuestadoras en España preguntan por la monarquía, pero a menudo se trata de preguntas sobre asuntos del momento y no ofrecen una visión más general y detallada de hacia dónde va la opinión pública. 

Las encuestas tienen sus límites, pero en este caso donde no hay votación sobre algo que nos ha tocado vivir y pagar por defecto son el único instrumento disponible para hacer un seguimiento de una institución cuyos cambios dependen de los políticos que sí se votan en las urnas y que a menudo prefieren mirar hacia otro lado y no abrir ese melón. Preguntar de manera completa y repetida por la relevancia de la monarquía, como se hace en Reino Unido, parece lo mínimo en una democracia donde la mayoría de sus ciudadanos no han podido elegir. 

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