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Progres sin complejos

Imagen de una urna en un colegio electoral de Barcelona

Elisa Beni

“Ningún hombre es una isla en sí mismo (...) por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”

John Donne. Las campanas doblan por ti

Parece que no hay duda de que las democracias no morirán con graves estallidos letales ni arrasadas por hordas violentas que sacrifiquen en aras de una revolución incierta los logros del pasado. Morirán de banalidad, de abulia, de indiferencia, de inutilidad. Morirán porque las dejaremos ir en manos de los mediocres, de los sinsustancias, de los trepas sin principios y de los malvados. Estos últimos entrarán cuando los simples, los fútiles y los egóticos les abran las puertas solo para lograr el poder.

No tengo mucho más que comentar de los debates habidos esta semana. Creo que todo lo sustancial, que es lo que he apuntado más arriba, quedó perfectamente claro. Quedó claro quiénes son los mediocres y los trepas sin principios y también quiénes son los malvados, aunque la Junta Electoral Central decidiera salvarnos de ellos y de nosotros mismos impidiéndonos visualizar que ellos se colarán por la rendija para acabar desde dentro con todo lo que tanto nos llevó pelear.

Así que quedó claro sobre qué es preciso reflexionar antes de los comicios del domingo, que no es otra cosa que sobre los principios que defendemos y sobre nuestra cuota de abulia e indiferencia para dejar que entre en las instituciones el caballo de Troya que las destruya y la responsabilidad que eso arroja sobre nosotros. Ningún votante es una isla. Todos nos debemos también a la causa que nos inspira y si esta es limpia, digna, auténtica y plena de significado y de principios no podemos darle la espalda.

Ignoro cuándo pensaron que nos insultaban llamándonos por el nombre que nosotros mismos elegimos, pero demostrémosles que sí, que somos progres, progres sin complejos: progres con ideales, progres con visión social, progres abiertos a Europa y al mundo, progres hermanos de todas las razas, progres feministas, progres en busca de una sociedad mejor, progres preocupados por la destrucción de nuestro planeta, progres que sufren con la obligación de aceptar una muerte indigna y una vida impuesta, progres que creen en el servicio público y en la honestidad, progres preocupados por las generaciones sin futuro, progres que aún no creen que el dinero sea la medida de todas las cosas, progres que buscan la paz y la palabra, progres que quieren hablar, progres que estrechan la mano y no imponen las razones, progres que cierran el paso a la intolerancia en todas sus manifestaciones y, en fin, progres que no quieren que los iluminados de siempre vengan a jodernos de nuevo lo que tanto costó lograr.

Volviendo al debate, es obvio que entre nosotros hay los que consideran a uno tibio y los que ven al otro un iluminado. Están los que creen que faltaban atriles para otros matices y otras formaciones, los que creen que al final entrar en esa carrera es entrar en el sistema. Da igual. Las diferencias que los franceses tenían entre ellos se fundieron literalmente en dos ocasiones para cerrar el paso a Le Pen. Las circunstancias ni siquiera nos piden ahora tragar un sapo tan grande, dado que no se trata de desertar de nuestras convicciones, sino de colaborar para hacerlas viables. La alternativa es espantosa. Así que solo queda asumir nuestra progresía, en toda la gama, del escarlata al rojo sangre, y admitir que hay que dar un paso a las urnas y respaldar la opción que más se aproxime a nuestro íntimo ideal o la que nos parezca menos mala, pero siempre una opción que cierre el paso al marasmo de la libertad y de los principios.

No quedará luego tiempo sino para el llanto y el crujir de dientes. No se trata de adivinar sino de constatar. Las experiencias nos rodean por doquier. Ya les sucedió a los jóvenes británicos que se quedaron en casa en el referéndum del Brexit y luego lloraron acusando a sus mayores de haber vendido su futuro. Ese futuro que no fueron capaces de defender en las urnas.

Quizá no haya habido otro momento como en este en el que salir a pedir a los progres que voten haya constituido una obligación moral. Cojamos la papeleta que sea, pero cojámosla y metámosla en la urna como un grito de libertad, como un muro contra la involución, como un chaleco salvavidas de nuestra forma democrática de vida.

No tengo mucho más que contar sobre los debates de esta semana. Solo esa certeza. La de que somos necesarios porque ningún hombre es una isla y porque no podemos dejar que el lunes las campanas toquen por nuestra libertad.

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