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El PSOE ajusta cuentas antes de tiempo

Pedro Sánchez en el III foro de fondos europeos de elDiario.es

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¿Debates? ¿Qué debates? El presidente del Gobierno pide, no uno, sino seis cara a cara con Feijóo. Uno por semana hasta el 23J. Para confrontar modelos de país. Para salir del marco plebiscitario de Sánchez o España. Para meter presión al PP. Para proclamar ante los españoles que a la izquierda del PSOE no hay nada. Pero el PSOE está ya en el 24J. Al menos, una parte. 

Mientras en las federaciones aún no se han repuesto del duelo por el 28M, ya hay quienes se han quitado el luto y no piensan más que en clave de vendetta porque, como todo en la vida, los liderazgos tampoco son eternos. Surgen, se consolidan, pierden fuerza, se desgastan y se ponen en duda. Nada como una victoria para que no se escuche una mosca en contra de la opinión del líder. Y nada como una derrota para que aparezca una legión de críticos abonados al “ya lo advertí”, “habría que haber echado a Podemos a su debido tiempo” o “la derrota solo tiene un nombre”.

Los primeros en asomar la patita son los que no olvidan; los que fueron algo y dejaron de serlo; los que querían y no pudieron; los que guardan en la memoria agravios u ofensas; los que fueron apartados con sutileza; los que se fueron por la fuerza; los que nunca se han ido y han estado agazapados o los que buscan desesperadamente que las luces no dejen de enfocarlos.

El PSOE vuelve a ser hoy una olla a presión. Mientras la Moncloa diseña ya la nueva estrategia ante el 23J, han salido a la palestra todos los que aguardaban pacientes para erigirse en voces autorizadas, para blanquear sus propias historias y para ajustar cuentas antes de tiempo. Ahora resulta que Susana Díaz, flamante fichaje de Atresmedia, nunca practicó la política de la confrontación ni el barro. Ella, que siempre fue tan impoluta. Pregunten en el socialismo andaluz, entre tanto defenestrado. O entre los barones a los que utilizó para una operación orgánica contra el secretario general del PSOE que le salió rana. O a los funcionarios de la Junta de Andalucía. O a los periodistas que la siguieron informativamente en sus tiempos de vino y rosas. La de Triana ha vuelto. Pidió árnica por los pueblos de Andalucía durante la pasada campaña. Ha montado en cólera porque la dirección federal decidió excluirla de la Diputación Permanente del Senado tras la disolución de las Cortes. E imparte doctrina por las televisiones como si fuera savia nueva, no hubiera perdido la Junta de Andalucía después de casi 40 años de gobierno y arrastrado a todo el PSOE al mayor cisma orgánico de la historia democrática. 

Ahí tienen también a Tomás Gómez. ¿Tomás Gómez? Aquel alcalde de Parla y ex secretario general del PSM a quien Ferraz destituyó de forma fulminante, al tiempo que ordenó que se le cambiara la cerradura de la sede para impedirle la entrada. Todo por una investigación de la Fiscalía y la policía por el sobrecoste de los trabajos de construcción de un tranvía que, luego, fue archivada al detectarse irregularidades administrativas, pero no delito. Gómez regresa ahora a los medios para decir que Sánchez no debería ser candidato a las generales, que piensa más en él que en el partido y que ha colonizado las siglas del PSOE.

Y qué decir de Adriana Lastra, a quien Sánchez apartó primero de la portavocía del Congreso y después de la vicesecretaría general, tras detectar que la asturiana se veía con suficiente volumen para erigirse en referente del post sanchismo y que llevaba tiempo tejiendo complicidades por los territorios. Sigue en ello. Filtró informaciones contra compañeros de partido que han acabado en los tribunales y ha seguido esparciendo rumores y maledicencias desde Asturias.

No se olviden de Eduardo Madina, el joven ya no tan joven que pudo ser secretario general y nunca lo será, se despachó a gusto contra Sánchez y su decisión de anticipar las elecciones, al tiempo que se dejó ver junto a Yolanda Díaz en la presentación de un libro titulado Perder la gracia. En portada y a toda página. Tanto decía esa imagen, que misteriosamente desapareció en la segunda edición del mismo diario que la difundió. Socio de una consultora, sigue dando opiniones políticas en dos emisoras de radio que además son competencia directa, dejando claro que su distancia con la dirección del PSOE es tan amplia como lo fue su derrota en las primarias contra Sánchez y más aún la huella indeleble que aquel proceso dejó en su mirada y en cada una de sus intervenciones.

Son solo cuatro ejemplos, pero hay muchos más. En estos días de convulsión política, en los que Feijóo se ve ya en La Moncloa, el guardián de las esencias de Podemos no deja títere con cabeza en el periodismo español, Ciudadanos se disuelve y Yolanda Díaz se ve de referente única de la izquierda, el socialismo vuelve por sus fueros. 

Las aguas bajan revueltas ante la inminente cita con las urnas y quien no está preso de la necesidad, lo está del miedo. Por eso vuelven los tiempos en los que no hay lealtades, ni afectos, ni proyectos colectivos. Sólo desconfianza, maniobras subterráneas y alianzas entre los vencidos de otras batallas para ajustar cuentas con Sánchez antes de tiempo. Tan cierto es que este presidente nunca fue de hacer muchos amigos como que sus enemigos estaban esperándolo desde hace tiempo. 

La historia nunca se repite, pero ya saben que a veces, rima. Y si la izquierda no logra revalidar el Gobierno en las urnas el próximo julio, lo de aquel 1-O de infausto recuerdo en el que el socialismo se abrió en canal va a quedar en una batalla menor comparado con lo que viene.

Es la política (con minúsculas), amigos. Como si lo que estuviera en juego en España fuera solo eso: el próximo liderazgo de un partido.

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