Puigdemont, el Fu Manchú del nacionalismo español
Actualicemos la lista de supervillanos: Fu Manchú, Fantomas, Moriarty, el Doctor No, Lex Luthor, Joker, Darth Vader, Voldemort… y Carles Puigdemont. Es la aportación del nacionalismo español a la cultura popular, un nuevo archivillano con las mismas características pop de todos los anteriores: inteligencia criminal, fascinación por el mal, maestro en el arte de la fuga, amoral, traidor y cobarde, indestructible, un peligro para la civilización, escondido en su cueva o castillo, tramando planes diabólicos mientras acaricia un gato como el enigmático enemigo del Inspector Gadget.
Temporada tras temporada, el supervillano ha ido creciendo: Puigdemont huyendo en el maletero de un coche. Puigdemont saltando de un país a otro, detenido momentáneamente y consiguiendo escapar una y otra vez. Puigdemont en su guarida de Waterloo. Puigdemont como el hombre más buscado. Puigdemont convertido en trofeo, con precio a su cabeza (hasta Sánchez prometió en un debate electoral en 2019 que si era presidente lo traería a España para juzgarlo). Puigdemont acorralado, sin salida, el final de la escapada, esta vez sí… pero vuelve a escurrirse. Puigdemont riéndose de la justicia. Puigdemont traicionando a España, a Cataluña, a los independentistas, a los suyos, abandonados en la cárcel. Puigdemont convertido en una amenaza para la legalidad europea. Puigdemont vinculado con ¡los rusos!
Incluyamos entre los guionistas no solo a la prensa y los políticos nacionalistas españoles: también la calle. Protagonista de chistes. Burlas sobre su aspecto físico, su pelo, su voz. Disfraz de carnaval o de festival escolar. Convertido en Pig Demont por un empresario del sector porcino, dibujito con nariz de gorrino incluido. “Puigdemont, te vamos a meter en prisión”, cantaban algunos a ritmo de rumba. “¡Que te vote Puigdemont!”, dicen hoy los mismos.
Nos puede parecer grotesco, pero la caricatura que el nacionalismo español ha hecho del expresident catalán en los últimos seis años, convertido en supervillano de medio pelo, es tan risible como políticamente eficaz. Puigdemont es ETA. Puigdemont es peor que ETA, en la escala de enemigos de España. Se ríe de España, se ríe de nosotros, de ti y de mí. Un supervillano con Twitter, que tuitea sus victorias jurídicas, el equivalente a la carcajada diabólica de los malvados del primer párrafo cada vez que logran escapar. “¡El mundo volverá a saber de mí”, gritaba Fu Manchú en la huida. “¡España volverá a saber de mí!”, grita Puigdemont desde su “exilio dorado” (otra frase hecha del españolismo).
Ojo, que en la novelita de aventuras que viene escribiendo el nacionalismo español, hemos llegado al capítulo en que el villano, sediento de venganza, tiene la mano sobre el botón de destrucción. De él depende que haya un gobierno sometido a su poder, o repetición electoral. Leo en la prensa de estos días, sobreexcitada para ser agosto: “El prófugo de la justicia con el botón rojo de la repetición electoral”. “Puigdemont quiere sangre”. “Puigdemont se ríe del PSOE”. “Puigdemont se pone chulo”. “Puigdemont exige un Brexit catalán”. “Puigdemont exigirá liquidar el Estado en Cataluña”. “El país, en manos de Bildu y Puigdemont”.
Buen ambiente para negociar la mesa del Congreso, no digamos una investidura o sacar adelante leyes o presupuestos. En cada ocasión, el nacionalismo español agitará el espantajo del supervillano que acaricia el gatito en su castillo de Waterloo, y no faltarán jueces que hagan su aportación heroica a la novelita. Confiemos en que la política esté en manos de adultos responsables dispuestos a encontrar soluciones políticas a problemas políticos, y no de aficionados al cine de serie B.
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